Dietario de la monomaternidad: Un niño delante de un estanque de agua / PIXABAY

Dietario de la monomaternidad: Un niño delante de un estanque de agua / PIXABAY

Vida

Movimiento, dietario de la monomaternidad

Con 14 meses, el pequeño ya ha aprendido a decir "caca" y a bailar, mientras sigue descubriendo el agua y los perros

31 diciembre, 2021 21:00

Mi hijo cumple este fin de semana 14 meses y ya puede presumir de haber aprendido dos básicos para adentrarse en la vida adulta: decir “caca” cuando tiene caca y ponerse a bailar cuando una música le gusta.

Empecemos por el primer punto: la palabra caca la ha aprendido de mí, que me paso el día diciéndole “caca, caca” cada vez que se mete algo incomible en la boca (tierra del parque, una moneda, una figurita de porcelana del abuelo, el mando de la tele). Así que ahora él mismo, cuando encuentra en el suelo migas de galleta o un pelo flotando en la bañera, lo agarra con sus deditos, me lo muestra y dice “caca” muy orgulloso.

Ballet ruso

Por otro lado, cuando lo veía poniendo cara de fuerza y la mirada en el infinito, también le preguntaba: “¿Has hecho caca?”. Así que ahora, desde hace una semana y media, ya no hace falta que se lo pregunte. Él mismo camina hasta un rincón entre el piano y la ventana, se pone un poco de cuclillas, aprieta los labios hasta convertirlos en una fina línea y anuncia, muy despacio: “Ca-ca”. El próximo paso será comprar un orinal.

Lo de bailar ha sido más espontáneo. Llevo meses poniéndole mi música (desde los Beatles a éxitos Pop de los 90, pasando por Bob Dylan y la Lambada) para conseguir que baile, sin éxito, hasta que el otro día mi padre se puso a ver por la tele una espectacular producción del ballet La bella durmiente en el teatro Bolshói de Moscú y consiguió lo imposible: ahí estaba mi hijo, enganchado a la pantalla de televisión, dejándose llevar por la música y el ritmo de los bailarines rusos.

Niño con auriculares escuchando música / FREEPIK

Niño con auriculares escuchando música / FREEPIK

El salpicar del agua

“Qué buen gusto tiene”, dictaminó mi padre, orgulloso de que su nieto hubiera decidido empezar a bailar con la música de Chaikovsky. Bueno, más que bailar, mi hijo “perrea”, porque se limita a mover el trasero de arriba abajo sin mover los pies, a veces acompañándose de un movimiento de brazos, en plan flamenco. Desde ese día baila más a menudo, pero todavía no sé qué tipo de música lo estimulará a hacerlo: un ballet clásico, los bongos de uno de sus cuentos musicales, las canciones de la pantalla del menú de Movistar Plus...  Cualquier cosa menos los Beatles, para mi frustración.

En las últimas semanas también he observado una creciente obsesión de mi hijo por el agua. “¡Agua!, ¡agua!”, exclama contento a cualquier hora del día, dirigiéndose al grifo de la manguera del jardín o a la puerta del baño. Le explico que el baño toca más tarde, cuando se haga de noche, pero a él le da igual. Quiere ver y tocar agua, así que a la que me despisto me abre los grifos del bidé o pone las manos dentro del inodoro. Ahora también se ha obsesionado con lanzar objetos al agua y ver cómo salpican. Ya he tenido que tirar varios rollos de papel higiénico después de que mi hijo los lanzara al inodoro o a la bañera cuando la estaba llenando de agua. También lanza tubos de crema, zapatos (hace poco lanzó una bamba de mi madre), sus calcetines, la toalla y un móvil que por suerte ya no funcionaba (de hecho, era el mío hasta que hace dos meses mi hijo lo estrelló contra el suelo y se lo cargó).

Los perros en internet

Además del agua, mi hijo está obsesionado con los perros. Cuando ve uno por la calle, grita “guau, guau” señalándolo con el dedo y va corriendo hacia él, aunque no se atreve a tocarlo hasta que ve que yo también lo hago. Algo de prudencia tiene, menos mal. Pero, más que perros reales, lo que más le gusta del mundo es ver vídeos de perros en el iPad. Fue mi padre, el avi, quien de muy pequeño empezó a ponerle vídeos de perritos ladrando en Youtube. Y, claro, ahora, cuando ve la tableta, empieza a decir “guau, guau” sin parar hasta que la enciendes y le pones un vídeo. Al cabo de medio minuto ya se ha cansado y empieza a tocar todos los botones o se gira y se pone a jugar con otra cosa. Diría que no puede estar más de un minuto y medio haciendo la misma cosa. “No para” es la frase que más repetimos en casa cuando lo vemos tirando la pelota por la cocina o agarrando uno de sus libros de cartón para que se lo leas.

Una de las ventajas de ser madre soltera y vivir en casa de mis padres es que siempre hay gente en casa para cuidar de mi hijo y algunas tardes a la semana me puedo escapar para ir a clase de yoga, hacer recados o quedar con algún amigo (por las mañanas he contratado a una canguro para poder trabajar). Durante esas horas no tengo ni idea de lo que hace mi hijo, pero resulta que desde hace unas semanas una de sus actividades habituales es ir buscándome por la casa: “¿Mamá? ¿Mamá?”, dice, empujando la puerta de cada habitación. Cuando me lo dijeron, por poco se me derrite el corazón. ¡Mi pequeño me echa de menos! Qué mala madre soy por haberlo dejado tanto tiempo solo!, pensé.

Imagen de un perro antes de ir al veterinario / Berkay Gumustekin en UNSPLASH

Imagen de un perro antes de ir al veterinario / Berkay Gumustekin en UNSPLASH

Sin embargo, a la media hora de estar en casa y ver a mi hijo abriendo y cerrando interruptores, tocando todos los botones del lavavajillas y repitiendo “guau, guau” como un disco rallado para que le encendiera el iPad, la mala consciencia desapareció.