Koons en Granada sonríe demasiado
A Jeff Koons se le ama o se le detesta. Hombres y mujeres e instituciones opulentas metidas en el coleccionismo de arte desde luego le adoran, ya que es el artista vivo más cotizado del mundo: “Rabbit” –un conejo de acero inoxidable que parece un globo de helio- alcanzó en subasta hace unos años casi los 100 millones de dólares. Otros le detestan como encarnación de lo kitsch y comercial en el arte.
Ahora se codea con Picasso en la primera de las exposiciones “Reflejos” en la Alhambra de Granada, concretamente, en el Palacio de Carlos V. En cuyo patio, exquisito modelo de Renacimiento italiano, se exhibe una monumental y relamida variación de Jeff Koons sobre “Las Tres Gracias” –el concurso de belleza de la mitología griega-, realizadas a partir de unas figuritas de porcelana de Meissen.
Esta escultura tenía que exhibirse en el interior del palacio, junto a una pintura más bien sombría de Picasso sobre el mismo tema, pero las dimensiones y el peso descomunal de la obra del artista norteamericano han impedido llevarla hasta allí. La verdad de que, allí donde está, en una hornacina del patio que estaba vacía, queda espléndida.
Según el artista americano, “realmente es como si el patio estuviera recogiendo toda la energía del universo, atrayendo todo, y funcionara como un motor a reacción, de modo que sale mucho más poderoso” de su intervención en él.
Koons le ve a su obra más trascendencia que la que pueda verle cualquier otra persona. Verse codo a codo con Picasso es nada menos que “un momento celestial, metafísica pura”. Lo cual tiene bastante gracia pues, por su forma industrial de producir, por su estética y por sus tarifas, se diría que no hay en el mundo artista menos metafísico y más materialista. Cierto que él no toca las obras que produce: tiene ideas, hace algunos bocetos, y un ejército de artesanos se encargan de realizarlas, para que les dé el visto bueno. Pero pensándolo bien, ¿no era Picasso, al fin y al cabo también una industria?
Y, como en Picasso, ¿no hay en Koons autenticidad, continuidad y coherencia entre su propia vida y su arte? Su matrimonio con la pornostar Cicciolina, y la reproducción en figuritas de porcelana de sus abrazos y coitos, es algo que sólo él hubiera podido hacer. No hay otro artista en el mundo capaz de una performance semejante.
Pero siendo icónico, aquel casamiento con Cicciolina tiene algo de frío y deliberado, no da mucho para la leyenda. Creo que es el optimismo y la gran sonrisa permanente lo que socava –salvo entre sus adinerados coleccionistas, claro está— las posibilidades de Koons como artista mítico, como sí lo fue Picasso, precisamente, o Andy Warhol, de quien se dice que bebió Koons su magisterio pop.
A Picasso y a Warhol los mitificó, tanto o más que el arte que segregaban, su lado oscuro, o siniestro, o atormentado, su fragilidad, que a pesar de estar metidos de hoz y coz en la productividad, les convertía en seres diferentes, aunque humanos.
Koons, en cambio, sonríe mucho, se quiere mucho a sí mismo, él no representa un mercado: es el mercado, y encarna sin sombra ni claroscuro la idea del artista norteamericano positivo, sonriente, que genera dinero. Esto le debilita para convertirse en un personaje público de verdad. La felicidad no tiene historia, y él parece demasiado feliz. ¡Cada vez que veo una foto suya sonríe más abiertamente! Creo que es por esto, y no por su cursilería, por lo que no “engancha” ni genera un discurso hermenéutico interesante. Seguramente tampoco lo necesita, ni lo desea.