Mi tía Maite se fue de viaje a Túnez, hace medio siglo, y de vuelta me trajo, como souvenir, un tubito de cristal. Un tubito de cristal lleno de fina arena y con una etiqueta donde decía: "Arena del Sahara". Me pareció un detalle decepcionante. Entonces no se viajaba tan alegremente a todas partes. En cuanto Maite se fue, tiré el tubito a la basura. No sé qué esperaba de ella: ¿un camello, acaso?
¿No era bastante con que ella se hubiera acordado de mí? Claro que yo era un niño. Pensé que la arena del Sahara es infinita, y por consiguiente aquel tubito carecía de valor. Pensé que quizá se había traído del Sahara cincuenta tubitos como aquel, para regalarlos a todo el mundo, y por consiguiente el mío carecía de valor específico. Ahora ella está muerta, y, recordándola –era una mujer encantadora, un poco extravagante, siempre vestida con túnicas coloridas y con abalorios y ruidosa bisutería--, me lamento de no haber conservado preciosamente, como hubiera debido hacer, aquel tubito de modesta arena finísima. Ahora lo podría mirar, manosear, y acordarme de ella con algo físico en las manos.
Pues no es verdad lo que dice un verso de Caeiro: "Las cosas son el único significado de las cosas". No, amigo Caeiro, también están las impregnaciones de vida en ellas, está su carácter de fetiche, o sea su vínculo material con la vida mental, no digamos ya con el recuerdo. Caeiro era muy inteligente, pero no comprendía que más allá de las cosas está -nada menos-, el amor.
Aire encapsulado de exposición
Esto viene a cuento de las exposiciones de Pep Vidal, gran artista catalán, primero en la galería barcelonesa ADN, y luego en una colectiva en Òrbit, centro de arte en Gerona, exposición comisariada por la arquitecta y curadora Olga Subirós, a quien muchos consideramos como una de las mujeres --no, perdón, como una de las personas-- más inteligentes y estimulantes de Cataluña, donde se han expuesto las obras de Vidal, que nada tiene que ver conmigo, al que no conozco aunque admiro, bajo el título "Air de…"
Pep Vidal expone aire, aire encapsulado de París de Francia, de la París de Texas, aire de Seúl, aire de muchas partes del mundo. Compra cosas en Amazon, que le llegan a Barcelona envueltas en papel de burbujas, ese papel de burbujas está fabricado allí, y en cada celdilla conserva aire del lugar, compactado, atrapado en las burbujas de plástico. Cuando sale de viaje, también se trae de todas partes papel burbuja, con los cuales compone una especie de diario personal.
Luego estos plásticos de embalar con sus burbujas de aire los expone con ingeniosa elegancia en vitrinas de plexiglás, acompañadas de información –es evidente que le mueve un propósito ecologista— sobre el sitio de donde proceden y sobre la calidad, científicamente analizada, de la calidad del aire en todos esos sitios. Es lírico, es emocionante, es una invitación al ensueño, y, si el visitante quiere, también es una fuente de información técnicamente impecable sobre los problemas del aire que la gente respira aquí y allá. Aunque a mí esta deriva ecologista es lo que menos me interesa.
Naturalmente, esas preciosas piezas del "Air de…" de Pep Vidal –que, por si es necesario y aunque no debería, informo al lector desconfiado de que nada tiene que ver conmigo, ni siquiera le conozco— son homenaje al "Air de Paris" de Marcel Duchamp, obra, según creo, de 1968.
Duchamp era un gran holgazán. Ya había advertido él de que "prefiero vivir, respirar, que trabajar". Vivía en Nueva York, consumiendo lo mínimo, para no tener que ganarse la vida. Comía en el bar de abajo, un plato de spaguetti con un poco de mantequilla.
Un regalo original
Preocupado por su esterilidad artística, su mejor coleccionista americano, un multimillonario cuyo nombre no recuerdo, le pagó un viaje a París, a ver si allí se inspiraba. Duchamp quiso hacerle un regalo para agradecérselo, pero ¿qué podía regalarle a un hombre que podía comprarlo todo? ¿Qué podía regalarle que él no pudiera comprar?
Entró en una farmacia, compró una ampolla de vidrio de suero fisiológico –no sé si lo hizo modificar ad hoc--, la expuso al aire de la calle, y la tapó. Luego le puso una etiqueta que ponía: "Air de Paris".
Téngase en cuenta que estamos hablando de los años sesenta, cuando París era un sueño, antes de la globalización y el turismo de masas. Entonces era un regalo ciertamente original. Ahora "Air de Paris" es una obra en el canon del arte contemporáneo.
Duchamp es el artista más influyente del siglo XX. Todo lo que va en su estela corre el peligro de parecer, comparado con lo que él hacía, sobrero. Pero no así, creo yo, las vitrinas de Pep Vidal. Conjura el peligro de ser sólo un epígono.
Estoy seguro de que la idea de la "Arena del Sahara" que me regaló mi tía es mera derivación comercial y publicitaria del "Air de Paris" de Duchamp. Pero aún así…
Maite, Maite, Maite querida, cuánto me gustaría conservar, tener entre las manos ahora, aquel tubito tuyo de vidrio, que aludía también sin saberlo a los relojes de arena, al tiempo, al tiempo que nos juntó y pasa y nos separa. Y aludía a ti y a mí.
Y naturalmente, también me gustaría tener un papel de burbujas de plástico de Tombuctú, aunque en casa no tengo ninguna obra de arte. Mi piso es pequeño y las paredes son blancas, desnudas. Yo valoro las cosas, pero sólo de forma especulativa. Prefiero las ideas. Por ejemplo las ideas brillantes que irradian en mil direcciones de Pep Vidal.