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Lo prometido al lector es deuda. Dije aquí, hace unos días, que explicaría la calidad altamente artística, altamente evocadora y poética de una obra de arte, una obra pequeña, aparentemente modesta, que consiste solo en dos latas de cerveza, dos modestas latas de cerveza vacías, y me dispongo ahora a hacerlo. Vamos a ello. Solo temo que mi prosa no esté a la altura de una pieza tan encantadora.

La prensa internacional recogió la noticia de que en un museo holandés el encargado de la limpieza vio en un rincón de una sala dos latas de cerveza de la marca “Júpiter”, e ignorando que constituían una obra de arte, y creyendo que eran los restos de algún visitante maleducado, las tiró al cubo de la basura.

Esto sucedió en el Lam, en un museo dedicado a los alimentos y la comida, situado en Lisse, Holanda, una ciudad a cerca de 40 kilómetros al suroeste de Ámsterdam.

Obra de Alexandre Lavet Cedida

No es la primera vez que algo así sucede, pero no vamos ahora a hacer la lista. Naturalmente, estas confusiones entre desperdicio y obra expuesta siempre regocijan, como si fueran un castigo divino a las pretensiones de los artistas, a cierto tipo de lectores –muchos de ellos ilustrados, pero que sienten un gran recelo ante las propuestas artísticas inventivas en las que no se percibe esfuerzo ni una especial maestría técnica, y que siempre temen que les estén tomando el pelo.

Lo que no sea un alarde de maestría en el dibujo, la pintura o la escultura, casi les molesta íntimamente, y, más aún, les molesta que algo tan poco trabajado se venda a precios que pueden ser desorbitados, como si lo que merece respeto no sea el ingenio o la inspiración del artista, sino su trabajo. Esto es un error de actitud y de percepción. El espíritu sopla donde quiere, y, como decía Leonardo da Vinci, “el arte es una cosa mental”. Es una verdad establecida, pues, desde el siglo XV.

A esos lectores recelosos les gustará saber que las latas de cerveza de hecho estaban cuidadosamente pintadas por el artista –el francés Alexandre Lavet— con precisión minuciosa, con pintura acrílica, con un estilo hiperrealista tan depurado que se confundían con dos latas de cerveza cualquiera. Al artista le llevó mucho tiempo y esfuerzo pintarlas. De hecho, es una obra que data de 1988 y que ha sido reiteradamente expuesta en numerosos museos, especialmente en colectivas relacionadas con el minimalismo.

Antes de seguir señalemos que, avisado del error del hombre de la limpieza, error, por otra parte, comprensible –el empleado no tenía la obligación de distinguir lo que es arte de lo que parece residuos sin valor-- el director del museo, Sietske van Zanten, bajó al sótano, rebuscó en los cubos de la basura y encontró y rescató las dos latas, que vuelven a exhibirse, aunque ahora en un lugar más protegido, en un “lugar de honor”, sobre un pedestal, a la entrada de la exposición.

A mí me encanta la obra, las pinturas, dibujos, esculturas de Alexandre Lavet, las que he visto. Son siempre instalaciones de pequeño formato, nada espectaculares, con aire casual, conjuntos de diversas cositas de tamaño pequeño, cositas banales que encuentra por ahí, en su vida cotidiana, altera ligeramente, reúne y dispone con gracia en el espacio expositivo.

Él describe su estilo como una deriva de “los legados –de las tradiciones—del arte minimalista, contextual y conceptual.” Crea siempre a partir de objetos que ya existen. En esto obedece al espíritu y la práctica del artista conceptual norteamericano Douglas Huebler (1924-1997) que famosamente declaró en 1969: “El mundo está lleno de objetos, más o menos interesantes: yo no quiero añadir ninguno más.”

Es un axioma interesante; por más que nos gusten las cosas flamantemente nuevas, a menudo nos parecen más valiosas las que no lo son, porque llevan una carga de sentido, un valor de tiempo y de impregnación de vida, además de que al recurrir a ellas nos dan la satisfacción, o el alivio, de no contribuir a abrumar al mundo generando más cachivaches: éste, tal como es, ya es muy diverso. El parti pris de Huebler –y de Lavet—es un punto de vista modesto, consciente y austero.

Y ahora, para explicar por qué me gustaron tanto las dos latas vacías de cerveza de Lavet, tengo que hacer una confesión: me han cambiado la vida los domingos por la mañana. Desde hace dos años vivo en un barrio tranquilo, pero donde hay varias discotecas y salas de fiesta multitudinarias. Los domingos por la mañana, al cruzar una cercana plaza arbolada veo al pie de los bancos los restos que han dejado los juerguistas que, después del cierre de la discoteca, compraron bebidas en los chinos o paquis abiertos y se sentaron en los bancos a apurar la fiesta hasta el amanecer. Esa visión de envases vacíos, de latas vacías y abolladas, me parecía fastidiosa, un mero signo incívico, hasta que vi la obra de Lavet.

La obra en sí consiste, en efecto, solo en dos latas de cerveza… y en la cartela con el título, que es la que le da sentido, dirección y poesía, y que es el siguiente: All the Good Times We Spent Togheter (Todos los buenos ratos que pasamos juntos). Ahora las dos anónimas latas vacías ya han dejado de ser el rastro de basura que dejaron tras de sí unos tipos incívicos para ser la sombra de unas experiencias gratas de entendimiento con otro u otra. Ahora son el catalizador de recuerdos difusos, y de la melancolía del acabamiento de las fiestas y las ilusiones de ayer. Lo que queda de los buenos momentos de las noches pasadas, dos latas metálicas vacías.

Ahora, gracias a la pieza All the Good Times We Spent Togheter del señor Lavet, los domingos por la mañana cuando cruzo la plaza en vez de fruncir el ceño a la vista de los despojos de los juerguistas de anoche tengo un momento de iluminación y de dilatación de la conciencia, que me comunica el hoy con el ayer y el mañana. La pareja de latas al pie del banco se ha convertido en un símbolo amoroso, en un recuerdo, en una despedida y le da a la mañana del domingo una experiencia más profunda, rica y humana.

Para Lavet, como autor de la pieza, esta potencia de evocación es mucho más concreta y directa, pues, según he leído, esa marca de cerveza, “Júpiter”, es la que solía servirse en las inauguraciones de las galerías de arte en Bruselas, donde vivió varios años. De manera que a él la pieza le retrae a veladas y afectos concretos… A cada uno la obra de arte le habla de una manera y de unas cosas distintas. A lo mejor al lector sensible esta pieza de Lavet le sugiere también cosas valiosas y efímeras.