Le han dado el premio Velázquez de Artes Plásticas a Francesc Torres. Se trata de un premio que concede el ministerio de Cultura y que está dotado con 100.000 euros. Esos euros proceden del Presupuesto General del Estado (PGE), por consiguiente, se financia con nuestros impuestos, entre ellos, los míos: yo he colaborado, sin querer, a ese premio, del que discrepo. Calculo que mi colaboración rondará los diez céntimos. Tengo que aceptarlo, claro está, pero ¿para qué me voy a callar? Para mí ese premio se lo han dado a un cadáver (en términos de arte: en términos de vitalidad, le deseo al señor Torres, como a todo el mundo, mucha vida y salud). Es un premio, uno más, a un mero comentador político de la actualidad. A un antiartista, a lo contrario de lo que yo creo que es un artista.
He visto en los últimos años dos exposiciones del señor Torres; una a principios de la década en el salón Oval del MNAC, la otra antes, en Santa Mónica, en los años del procés. Ya sólo la mención de esos dos lugares es un poco oprobiosa, habla de la cercanía del artista con el poder, y un poder, por cierto, repugnante.
La exposición de Torres en el MNAC no era muy original, pero no se le podía negar que fuese espectacular y teatral, pues consistía en un avión ruso colgado del techo, boca abajo, y otro en tierra, ambos con la bandera de la República. Creo que eran aviones o reproducciones de aviones de la Guerra Civil, y cumplían funciones de crucifijos bélicos, a la sombra de otras imágenes sacrificiales de la que es tan rico el MNAC. No recuerdo si en el suelo había también un tanque. Claro, ¿por qué no? Hubiera estado bien. Tira millas. Hubiera estado bien también poner unos altavoces con los que se oyese el zumbido de los motores acelerando al precipitarse en un ataque. Chiquilladas.
En Santa Mónica participó en la exposición colectiva más ridícula que se ha hecho nunca en Barcelona: “55 urnas por la libertad”, en la que 55 artistas se encargaban de presentar cada uno una urna de las que se habían usado por el referéndum ilegal del 1-Octubre, cada una decorada según el ingenio particular de los artífices. ¡Aceptar una cosa así! ¡No estando obligados, pues no estábamos en una dictadura, hubieran podido negarse!
Entonces –esto fue en el 2018— yo fui a ver la exposición (pudiendo haberme quedado en casa), y luego escribí en este mismo periódico un artículo advirtiendo de la naturaleza servil del proyecto. Allí decía:
“Muchos de los 55 son perfectos desconocidos, pero entre ellos figuran también algunos creadores de cierta nombradía, como Francesca Llopis o Francesc Torres. Este en concreto ha pasado parte de su vida en el extranjero, está entrado en años y no puede alegar falta de formación ni de información para justificar su colaboración en una cosa tan clamorosamente antiartística y filistea, con tufos de exposición de fin de curso de alumnos del Colegio de los Maristas. No puede alegar que no sabía que el artista creador que se somete a las ideas del pensamiento de las autoridades de la tribu, y se aliena y alinea en proyectos kitsch está muerto: y en realidad no le ha matado nadie, sino que se pega a sí mismo un tiro en la sien. ¡Tened cuidado que la urna que os han dado es para que metáis dentro vuestras propias cenizas! ¡Luego no os extrañéis si os dedican largos minutos de elogios en TV3!”.
Bien, no sólo los elogiaron en TV3 hasta la náusea, sino que años después a uno de los 55 antiartistas le dan el premio Velázquez.
Como suelo ir a Barcelona y visitar galerías y museos, espero encontrarme en alguna inauguración al señor Torres. Le advierto desde aquí que le felicitaré por el premio Velázquez, pero pienso reclamarle mis diez céntimos.