Chris Burden se hizo pegar un tiro adrede. No se puede empezar de una manera más contundente una carrera artística. Chris Burden fue insuperable. Consideraba que poniéndose en peligro físico, en peligro personal, era como se expresaba. Un día fue a la galería de arte F-Space, en Santa Ana, California, con sólo diez invitados a la performance y un amigo armado con un fusil, que se situó frente a él a una distancia de 15 metros, le apuntó cuidadosamente y apretó el gatillo.
El disparó salió, con el estruendo de rigor. La bala se suponía que le rozaría, causándole una herida superficial, pero el tirador erró y le dio en pleno brazo. El perverso acontecimiento quedó documentado con una cámara de Super 8, en borroso blanco y negro. Esa imprecisión agrega al acto una nueva capa de onirismo, cuando no de pura angustia.
Me enteré de la existencia de Chris Burden por algunas intervenciones televisivas de los años 70 recogidas en la exposición del 2010 en el MACBA “¿Estáis listos para la televisión?”, comisariada por Chus Martínez. Por cierto que fue una exposición maravillosa, de las más instructivas que he visto nunca –y mido mis palabras-, pero incomprendidas por el público, pues no registró una gran asistencia. Yo creo que aquella exposición llegó demasiado pronto. Si se celebrase hoy, se hablaría de ella en todo el mundo.
Pero, volviendo a Burden: hace unos días hablamos aquí de dos artistas catalanes, héroes de la “performance”, o sea de la acción artística en un momento irrepetible. Jordi Benito, que se clavó la mano a un piano, y Tres –pseudónimo de José Manuel Pérez Albert-, el artista del silencio, que convocó a los aficionados a su arte para que vieran cómo disparaba una ruidosa pistola contra la pared blanca de una galería “para romper el muro del silencio”.
Son acciones ciertamente admirables pero, por su misma desmesura, está claro que Burden superó a nuestros queridos Benito y Tres. El “shoot” (disparo, 1971) le hizo famoso de una forma inmediata. Años después, pensando en aquel momento decisivo, y sobre todo en la gravedad de la herida recibida y el tiempo que le costó recuperarse, no estaba muy satisfecho del logro: “Visto en retrospectiva, todo aquel asunto parece increíblemente estúpido. Pero entonces, ya ves, no podíamos permitirnos la posibilidad de que la obra no funcionase”.
Analicemos “Shoot”: ¿Qué pretendía Burden –su apellido significa en inglés “carga”- haciéndose disparar? Bueno, según le explicó a Jorge Luis Marzo (un curador español prestigioso, que le entrevistó) “recibir un tiro es tan americano como un pastel de manzana”, y se deduce que él quería vivir la experiencia americana fundamental, no ser un artista de los que trabajan ajenos a su entorno, metidos en sus humildes o suntuosas “torres de marfil”, sino comulgar con las preocupaciones y experiencias de la sociedad americana, meterse en la peculiar espiritualidad de su patria. Sí, metiéndose un tiro. “Sólo se trataba de saber cómo era eso de recibir una bala en el cuerpo, de manera científica”.
Hizo otras cosas peligrosas. Por ejemplo, convocó a un público a la puerta de un garaje. Se abre la puerta del garaje, sale lentamente, marcha atrás, un Volkswagen escarabajo a cuyo dorso está crucificado Chris Burden. Se le puede contemplar un momento en esa posición agónica. Al cabo de un minuto, el Volkswagen vuelve a meterse lentamente en el garaje, la puerta se cierra. Fin.
Nadie vería nunca una cosa igual, descabellada, delirante, inolvidable. Es posible que yo mismo, que no estuve allá, ante aquel garaje, contemplando aquella aparición torcidamente crística, no lo olvide jamás. Porque, una vez que una cosa así ha pasado, es probable que, en nuestra mente, siga pasando: está en el presente.
¿Pero por qué, por qué hacía Burden esta clase de cosas, creativas y salvajes? “Hice aquellas cosas porque tenía miedo de ellas. Era como si condujera por la carretera sabiendo que en una fecha y en un lugar determinado uno va a tener un terrible accidente de coche. Durante semanas y semanas uno conduce con un miedo muy grande por lo que puede ocurrir. ¿Qué es peor? ¿El choque, o el miedo de pasar por ahí cada día? Aquellos trabajos trataban de ello, de la anticipación, de intentar prepararte ante lo que tiene que venir, aceptarlo”.
Hijo de un ingeniero y una bióloga, Burden estudió en la universidad artes visuales, física y arquitectura. En seguida se decantó por el arte, aunque los conocimientos sobre el funcionamiento del mundo y de los materiales le serviría más adelante, cuando abandonó la práctica de la performance, en beneficio de esculturas móviles y técnicamente complicadas –como una apisonadora que desafiaba la ley de la gravedad, elevándose del suelo, volando-.
Su tesis doctoral consistió en la acción “Cinco días en la taquilla”: se metió en una taquilla, o sea uno de esos armarios metálicos típicos de las escuelas o de los dormitorios del Ejército, de 60 centímetros de alto por 60 de ancho y 90 de profundidad. Allí iban a escucharle, también a decirle cosas, sus condiscípulos y profesores. Así transformó un mueble metálico, industrial, en un híbrido de organismo y objeto inanimado, y en una fuente de angustia para los demás. Seguramente también para sí mismo, pues estar cinco días sin ver nada y a solas con tus pensamientos puede ser un ensayo de la eternidad en el infierno, o por lo menos un atajo a la locura. A menudo los accionistas o performers tienen en su mente desafiante una tenacidad heroica en el esfuerzo y el sacrificio, y también una veta de masoquismo narcisista, o de narcisismo masoquista, más o menos consciente.
Burden nació en 1946 y murió en el 2015. Ante la entrada al Los Angeles County Museum of Art (LACMA) se puede ver su instalación “Urban Light”: consiste en 200 farolas antiguas, dispuestas en hileras, entre palmeras. Es su monumento funerario, el túmulo de Chris Burden.