Una estudiante con su cuaderno abierto / CG

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Vida

¿Es posible elegir el idioma de enseñanza en los países bilingües?

Cataluña es el único lugar del mundo donde se impide estudiar en una de las lenguas oficiales

6 marzo, 2017 00:00

En Cataluña, la mayoría de los ciudadanos se muestra contraria a la inmersión lingüística obligatoria. El 75,6% de los catalanes prefiere un modelo educativo trilingüe (catalán, castellano e inglés como lenguas vehiculares), frente a un 8% que se decanta por la fórmula monolingüe vigente en la actualidad (sólo catalán como idioma vehicular), según atestigua un estudio reciente realizado por GESOP (Gabinet d'Estudis Social i Opinión Pública).

La inclinación por la diversidad lingüística que evidencia esta encuesta choca con el discurso de la Generalitat sobre el asunto. Así, la última vez que se abordó la cuestión en el Parlamento catalán, el vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras, aseveró que la inmersión cuenta con un “amplísimo consenso” y un “apoyo social extraordinario”. Más categórica se mostró la consejera de Educación, Meritxell Ruiz, que tildó el trilingüismo de “caduco y superado” y negó que existiera el “derecho a elegir la lengua”.

La diversidad de los países nórdicos

Pero, ¿es esto realmente así? No es lo que ocurre, según un informe de Galicia Bilingüe, en la educación de otros países con varias lenguas oficiales. En este sentido, las regiones nórdicas, frecuente espejo de las políticas educativas de medio mundo, ofrecen un variado abanico de soluciones lingüísticas a dicho problema.

En Finlandia, por ejemplo, cuyos idiomas oficiales son el sueco y el finés, los padres eligen la lengua vehicular en la escuela. Y en lo que respecta a los municipios con un solo idioma oficial, se permite estudiar en el otro si existe una demanda mínima de 18 alumnos por curso.

En el caso de Noruega, que cuenta con dos variantes oficiales de la lengua local (nynorsk y bokmal), los progenitores deciden en un referéndum el idioma vehicular. Sea cual sea el escogido, todos los alumnos son libres de comunicarse en su lengua con el profesor, llevar los libros en su idioma y contestar en él los exámenes.

Ya fuera del ámbito nórdico, en Suiza, que dispone de tres lenguas reconocidas –alemán, italiano y francés–, también es posible escoger entre diversas alternativas lingüísticas. Tanto es así, que en un distrito del cantón de Berna se puede optar hasta entre seis opciones diferentes.

La francófona Quebec subvenciona el inglés

Por lo que se refiere al orbe anglosajón, Gales permite elegir entre tres modalidades: toda la enseñanza en inglés, toda en galés, o un 50% en cada idioma.

Del mismo modo, en Irlanda tampoco existen restricciones a la hora de decidir la lengua escolar. Incluso en los denominados gaeltach –pequeños territorios donde solo es oficial el irlandés–, se garantiza la educación en inglés a menos de 15 kilómetros de distancia.

Igual de permisiva se muestra la región canadiense de Quebec, en la que, pese a que solo es oficial el francés y la población anglófona no supera el 10%, se subvenciona la enseñanza en la lengua de Shakespeare para los nacionales.

La lista de países que aplican una política educativa alejada del monolingüismo catalán no acaba ahí. Entre los estados que permiten escoger el idioma educacional en las zonas bilingües figuran, también: Italia, Bélgica, Eslovenia, Polonia, Holanda, Alemania, Ucrania, Serbia, Rumanía, Sudáfrica y las exrepublicas soviéticas de Asia central.

Como denuncian las asociaciones Asamblea Bilingüe o Sociedad Civil Catalana, Cataluña es el único lugar del mundo donde se prohíbe la educación pública en una de las lenguas oficiales.

Cataluña, ¿garantía de cohesión?

Para algunos expertos, no obstante, el carácter anómalo de la inmersión catalana no la convierte en ilegítima. Es el caso del historiador y filólogo Joan-Lluís Marfany, que juzga este sistema “esencial e imprescindible”. El intelectual defiende que el modelo “es la garantía misma de que la escuela no sea instrumento de creación de dos categorías de ciudadanos, de primera y de segunda”. Por este motivo, afirma, “los inmigrantes no sólo deben aceptar la inmersión, sino que tienen que reclamarla como un derecho”. “Insinuarles lo contrario es hacerles víctimas de una estafa”, agrega.

En las antípodas argumentativas se encuentra el ensayista Juan Claudio de Ramón, para el que el discurso de que solo la inmersión garantiza la cohesión es poco convincente: “Sociedades con un alto nivel de cohesión permiten la elección vehicular de la lengua en la enseñanza, como Luxemburgo o Canadá, y allí no hay ni guetos ni guerra civil”. A su juicio, el problema en la argumentación nacionalista es que “no hay ningún objetivo de integración” que no cumpla también el bilingüismo. “Obviamente”, concluye, “lo que les preocupa no es la cohesión, sino la creación de una identidad desprovista de elementos comunes con el resto de España”.