Al mediodía, los comercios de Santa Bàrbara (Tarragona) apenas recuperaban el aliento tras varias horas de trabajo ininterrumpido. El barro seguía pegado a las baldosas y los muebles, y la electricidad estaba parcialmente cortada en algunos locales.
Patricia, de la peluquería Patri Delgado, repasaba los daños mientras movía productos y enchufes empapados: "Ya nos pasó hace unos días que nos entró agua, pero como esto, nunca. De 18:00 a 3:00 de la madrugada, sin parar de llover". La riada no respetó las estructuras más recientes: muebles, máquinas de corte y productos de venta quedaron empapados y retorcidos por la presión del agua.
El edificio de la tienda de muebles F.C. Roca, en Santa Bàrbara
A apenas unos metros, en la tienda de muebles F.C. Roca, Ernest relataba que los avisos de AEMET llegaron tarde, cuando el agua ya les llegaba "hasta los tobillos" y la mitad de los muebles artesanos ya estaban "para tirar", y cómo la acumulación de barro arrasó con todo: "Esto hace 40 años que es un problema. La zona del barranco no da abasto y nadie hace nada".
Ángel, de la Casa Museo de Motocicletas Derbi, caminaba entre una colección de motos cubiertas de sedimentos. Su comentario reflejaba la experiencia histórica del pueblo frente a episodios similares: "Mi madre, con 87 años, no había visto nunca lluvias así. Ahora hay que prepararse para la siguiente".
La Casa Museo de motocicletas Ángel Fibla, en Santa Bàrbara
El coleccionista esperará a que pasen unos días antes de restaurar las motos manchadas. Explica que la mejor opción, en su caso, es dejar que el barro se seque y después limpiar las motos una por una y "con delicadeza".
Escaparates bajo el agua
A pocos kilómetros, en los locales cercanos al puerto de Sant Carles de la Ràpita, Elisa, propietaria de un suministro náutico, resumía la situación: "Más de medio metro de agua. Ahora toca limpiar y trabajar. Lo importante es que no haya habido desgracias personales". El barro había transformado calles y muelles: barcos hundidos, pantalán partido y coches cubiertos como balsas improvisadas.
Una tienda de suministro náutico en Sant Carles de la Ràpita
Entre los vecinos, la preocupación y el recuerdo de episodios pasados se mezclaban con la incredulidad: “En lo primero que he pensado ha sido en Valencia”, confesaba una vecina mientras observaba cómo los bomberos rescataban embarcaciones sumergidas.
La vida laboral interrumpida
En los talleres y tiendas que sobrevivieron, la rutina laboral se puso en pausa. El dueño de un taller de pintura resumía la resiliencia de los comerciantes: “Aquí ya nos las arreglamos. Los bomberos nos preguntaron si necesitábamos ayuda, pero les mandamos para abajo. Lo importante es que estemos todos bien”.
Los locales estaban entre el barro y la electricidad cortada parcialmente, cada escoba y cada cubo eran instrumentos de recuperación.
El local de un taller de pintura en Santa Bàrbara
Campos golpeados
En Alcanar, el impacto se extendía más allá de las calles. Jorge, agricultor, mostraba los daños en sus campos: “Ya van cuatro veces: que si Gloria, que si Filomena y ahora esta. Pero como esta ninguna”.
Los negocios locales apenas podían abrir. Algunos vecinos comentaban el impacto sobre la vida cotidiana y la preocupación de familiares fuera de la zona: "La familia de Barcelona estaba muy preocupada por las fotos que había visto".
Un camino de Sant Carles de la Ràpita queda cubierto de barro, ramas y restos de árboles, mientras dos personas lo atraviesan con cuidado
Enric, de la zona alta, observaba una calle partida por la mitad: “Infravaloramos la naturaleza. El agua se lo ha llevado todo. Veo el asfaltado de hace diez años”, mientras Joana enseñaba cómo su vivienda había quedado intacta por centímetros, en contraste con los daños visibles en casas colindantes.
Por toda la comarca, centenares de pequeños negocios seguían reorganizando escaparates, retirando barro y restaurando instalaciones dañadas. Cada puerta abierta era un acto de resistencia frente a la DANA Alice, que había dejado Montsià y Baix Ebre en una pausa forzada.
