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En muchos barrios de las grandes ciudades del mundo, el turismo es una fuente de orgullo y de ingresos, pero también una causa creciente de malestar.

Y es que lo que en principio parece un motor económico y cultural se convierte, con el paso del tiempo, en una carga difícil de soportar para quienes habitan esos lugares.

Calles saturadas, comercios tradicionales sustituidos por tiendas de recuerdos, precios cada vez más altos y una convivencia cada vez más complicada son algunos de los síntomas de un fenómeno que se repite: la masificación turística.

Detrás de las postales y las sonrisas, hay vecinos que sienten que su día a día ya no les pertenece, que su barrio ha dejado de ser suyo para convertirse en un decorado para visitantes. Como figurantes del parque de atracciones en el que parece haberse convertido la capital catalana.

Cada mañana, decenas de vecinos se reúnen cerca del Aula Ambiental, en la emblemática plaza Gaudí, para disfrutar de una partida tranquila de dominó. Para ellos, este pequeño rincón, apenas a cien metros de la basílica, sigue siendo un refugio en medio del caos.

Pero la realidad diaria está marcada por algo más: un barrio que ya no se siente propio, invadido, según denuncian, por turistas que lo han convertido en un escaparate, no en un hogar.

Un récord de visitas que se vive como un problema en casa

El 2024 marcó un antes y un después: el templo recibió más de 4,8 millones de visitantes (jamás había registrado una cifra tan alta), consolidándose como una de las atracciones más concurridas de España.

Para la ciudad puede ser un motivo de orgullo y un motor económico, pero para quienes viven en las calles colindantes es otra historia. Porque tal y como lo ven, el barrio no puede acoger a más turistas y ellos tampoco. Es la sensación que se repite entre los vecinos, recordando que cada récord de visitantes significa más aglomeraciones en el metro, más colas en los supermercados y menos espacio para la vida cotidiana.

Turistas visitan la Sagrada Familia Alejandro García Agencia EFE

La paradoja es clara: mientras los ingresos del monumento superaron los 133 millones de euros en 2024, los comercios tradicionales siguen desapareciendo, sustituidos por tiendas de recuerdos y cafeterías enfocadas en el turista.

Para los residentes, los beneficios del turismo se quedan en las cuentas del templo y de la industria, pero no llegan al barrio en forma de servicios ni calidad de vida.

Obras y proyectos que podrían agravar la tensión en el barrio

El templo sigue avanzando en su construcción y en 2025 culminará la Torre de Jesucristo, que alcanzará los 172,5 metros y será la edificación más alta de la ciudad.

Su inauguración oficial está prevista para junio de 2026, coincidiendo con el centenario de la muerte de Antoni Gaudí. Aunque se trata de un hito arquitectónico, los vecinos temen que esta nueva atracción pueda atraer aún más visitantes a un entorno ya saturado.

Otro frente de conflicto es la fachada de la Gloria, la entrada principal diseñada por Gaudí en la calle Mallorca. Las obras han comenzado, pero aún no está definido cuántos edificios tendrían que derribarse en el lado mar de la calle para construir la gran escalinata proyectada.

Según datos no oficiales, distribuidos por los vecinos, esta intervención podría afectar a unas 3.000 viviendas, 10.000 personas y 50 locales comerciales, lo que genera incertidumbre y malestar en la zona.

Aunque la junta constructora insiste en su voluntad de diálogo con el ayuntamiento y las entidades vecinales, muchos residentes ven en este proyecto un riesgo más de expulsión. Temen que lo que se presenta como una mejora arquitectónica acabe convirtiéndose en una nueva ola de gentrificación y pérdida de tejido social.

Contradicción entre el espíritu de Gaudí y la masificación actual

Asimismo, esta tensión podría llegar incluso al terreno simbólico. Varios críticos recuerdan que Gaudí concibió su obra como una catedral para los pobres, un templo de espiritualidad abierto a todos.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, se ha convertido en un espacio dominado por entradas de pago, largas colas y un acceso más turístico que comunitario.

Sagrada Familia RTVE

El periodista Jesús Bastante lo resumía en una frase que bien podría resonar en el barrio: "Gaudí habría preferido más pobres y menos turistas".

Una idea que conecta directamente con el sentir de quienes viven en la zona: lo que fue pensado como un lugar de encuentro espiritual, hoy se ha transformado en un producto de consumo masivo.

Entre el orgullo patrimonial y el hartazgo ciudadano

Los vecinos no niegan el valor artístico ni espiritual del templo. Muchos crecieron viéndolo levantarse piedra a piedra, orgullosos de vivir al lado de un icono mundial. Pero también sienten que la balanza se ha inclinado peligrosamente hacia el lado de la explotación turística.

Las protestas con pancartas, manifestaciones e incluso gestos simbólicos como mojar a turistas con pistolas de agua no son simples anécdotas: son la forma de reclamar que, detrás de los flashes y las postales, existe un barrio que lucha por sobrevivir.

El reto de equilibrar dos realidades

Con todo ello, Barcelona enfrenta un desafío mayúsculo: ¿cómo proteger a los vecinos sin frenar la admiración mundial que despierta el monumento? El consistorio plantea planes de ordenación, campañas de civismo y hasta nuevas infraestructuras como la remodelación de la plaza Gaudí para absorber visitantes.

Sin embargo, los vecinos insisten en que la clave no está en construir más, sino en poner límites. Porque al final, el dilema no es solo turístico ni urbanístico, sino humano: ¿puede un barrio seguir siendo hogar cuando se convierte en un museo al aire libre?

La cotidianidad transformada por el turismo

Para muchos residentes, levantar la persiana y acercarse al supermercado se ha convertido en una odisea. Las tiendas de siempre han sido reemplazadas por comercios dedicados a imanes, camisetas y recuerdos turísticos, y los precios —aseguran— ya no son los de antes.

Atravesar el barrio implica esquivar aglomeraciones y calles saturadas. El turismo ha generado una presión tal que frases como "el barrio ya no es nuestro, es de los turistas" se han convertido en un lamento compartido.

Turistas aglomerados frente a la Sagrada Familia Ayuntamiento de Barcelona

Sumémosle a esto el incivismo. Muchos visitantes no respetan las normas más básicas, complicando aún más la convivencia. Aunque el ayuntamiento ha impulsado campañas cívicas ("trípticos multilingües", carteles en farolas…), los resultados —dicen los vecinos— son casi invisibles.

Medidas para paliar la situación

Para aliviar esta presión, el consistorio barcelonés ha lanzado un plan específico —el Plan de Acción para el Espacio de Gran Afluencia de la Sagrada Familia— con medidas como el refuerzo de limpieza, un mayor despliegue de agentes cívicos y de la Guardia Urbana.

No obstante, los vecinos insisten: "Las calles están más sucias que nunca" y, pese a las promesas, los cambios son aún poco tangibles.

Una "monocultura turística" difícil de revertir

Según medios internacionales como The Times, la situación no mejora: solo en los alrededores de la basílica hay casi 41 tiendas de souvenirs y únicamente una pescadería, lo que convierte el barrio en una auténtica "monocultura turística".

La mayoría de los negocios tradicionales han cerrado o han sido reconvertidos. En esta zona es más fácil comprar una camiseta del Barça que una barra de pan.

Para hacer frente a este desequilibrio, el ayuntamiento presentó un plan de un coste de 15,4 millones y 37 medidas, entre las que se encuentran reordenar el espacio público, regular grupos turísticos, limitar terrazas… pero la eficacia dependerá del grado de implementación y cumplimiento.

Estrategias más amplias contra la masificación

Las acciones no solo se centran en esta zona. Desde 2014 se han prohibido nuevos pisos turísticos y hoteles en el centro, se han cerrado alojamientos ilegales —más de 6.000— y se definieron "espacios de gran afluencia" como la Sagrada Familia y el Park Güell, con regulaciones específicas.

También se reforzó la fiscalidad turística, se limitaron grupos, rutas de alcohol y se anunció el cierre de terminales de cruceros como medidas complementarias.

La apuesta por la plaza Gaudí como oasis ciudadano

Una de las apuestas más visibles ha sido crear un espacio de transición, una plaza pensada para aliviar la presión de turistas en las aceras. Se construirá una explanada de 6.200 m² en la plaza Gaudí, cuyo objetivo es ofrecer un lugar donde detenerse sin entorpecer el barrio.

El inicio de las obras está previsto tras el verano de 2025, con finalización en abril de 2026, coincidiendo con el centenario de la muerte de Gaudí.

Vecinos alzan la voz: protestas y exigencias

Este malestar no es anecdótico. En abril pasado, cientos de vecinos salieron a la calle en una manifestación que, en algunos casos, tomó formas simbólicas como "mojar" a los turistas con pistolas de agua. Así, decenas de personas llegaron a paralizar un autobús turístico de esta manera tan peculiar al grito de: "Turistas volved a casa".

No solo fue en Barcelona: ciudades como Palma, San Sebastián o Granada acompañaron estas protestas, exigiendo regulación del turismo, freno a alojamientos vacacionales y modelos alternativos de habitabilidad.

Lo que es seguro es que Barcelona confía cada vez menos en una promoción turística sin límites. Como declaró el alcalde de la capital catalana, Jaume Collboni, "Barcelona ya no se concentra en la promoción turística ni en buscar visitantes". El reto es mayúsculo: compaginar el valor patrimonial y económico del turismo con la calidad de vida, la identidad comunitaria y la sostenibilidad de los barrios.

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