La peor ciudad para vivir en Cataluña, según Lucía Sánchez, Barcelona

La peor ciudad para vivir en Cataluña, según Lucía Sánchez, Barcelona CRÓNICA GLOBAL

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La peor ciudad para vivir en Cataluña, según Lucía Sánchez: "Es un caos y no está hecha para mí"

La exconcursante de 'La isla de las tentaciones' tuvo problemas con la ley en su visita a la capital catalana

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¿Se acuerdan de Lucía Sánchez? Los más jóvenes y aficionados a las redes sociales puede que sí. Ella fue la que pronunció esta mítica frase: “Manuéh, la manita relajá”.

Su paso por La isla de las sensaciones la convirtió en un personaje en sí mismo. Pasó por otros programas de Telecinco como GH Dúo y otros realities de la cadena, se emparejó con el catalán, Isaac Torres, conocido como Lobo, se mudó a vivir con él a Cataluña y hasta tuvieron un hijo. Luego, sus vidas se separaron.

De aquella época no sólo conserva su fama y un hijo al que adora. sino también un mal recuerdo de una ciudad catalana. Su capital. Si para millones de personas, Barcelona es una ciudad deslumbrante, cosmopolita y artística, para Lucía no es, ni de lejos, un lugar donde se imaginaría residiendo. 

“Es un caos”, sentenció tras una visita en familia con Isaac Torres y su hija Mía. “No está hecha para mí”, explicó. Y es que más allá del caos viario y las multas, su vida allí fue un verdadero quebradero de cabeza.

Una ciudad que divide

Las palabras no sentaron muy bien a todos, pero son muchos los que comparten su opinión. Barcelona atrapa y abruma. Para muchos visitantes ocasionales, su magnetismo es incuestionable. Pero vivir en ella requiere otra predisposición. Una que no todo el mundo comparte.

Más allá de la postal de la Sagrada Família, y vistas desde los búnkers del Carmel del Turó de la Rovira, hay una realidad que no es apta para todos los públicos ni visitantes. El turismo colapsa todos, las calles de l’Eixample son ordenadas, pero salir de ellas y adentrarse en el casco antiguo puede suponer un laberinto del que cuesta salir sin ayuda del móvil.

Las dos Barcelonas

A Lucía, gaditana acostumbrada a los tiempos lentos de Cádiz, le pasó algo así. Chocó frontalmente con esa realidad. 

A un lado, las terrazas siempre llenas, el olor a allioli, el sabor al pan con tomate, los paseos por el Born o los conciertos improvisados en el Raval. Al otro, los alquileres inasumibles, el tráfico confuso, los turistas que lo ocupan todo y la sensación —cada vez más extendida— de que la Barcelona para vivir se está desdibujando frente a la Barcelona para visitar.

Qué tiene

Sin embargo, quienes llegan por primera vez no tardan en sucumbir a su encanto. Porque en Barcelona todo parece tener historia: desde las piedras de la Plaça del Rei hasta los muros cubiertos de grafitis en el Poblenou. 

El arte no se encierra solo en museos —aunque el MACBA, el MNAC o la Fundación Miró son paradas obligadas—, sino que se respira en fachadas modernistas, en escaparates cuidados, en interiores de cafés donde Gaudí sigue siendo una sombra omnipresente.

La opinión de Lucía

Pasear por sus calles es asistir a un espectáculo constante. En un mismo recorrido pueden cruzarse las cúpulas del Eixample, el ruido de los patinetes por el Paral·lel, el silencio casi sagrado del claustro de Santa Anna o el bullicio del mercado de Sant Antoni

Todo ello puede resultar atractivo. La misma Lucía reconoció que “de visita está muy bien”. Pero su percepción como madre de una niña pequeña y visitante accidental puso el foco sobre una ciudad que, como muchas otras grandes urbes europeas, presenta capas contradictorias: belleza y agobio, arte y ruido, apertura y desigualdad.

Problemas con la ley

"Yo no he dicho que sea fea”, matiza, pero “lo que es la ciudad, un caos y un desastre, para mí”. Hasta la llegaron a sancionar.  “En 30 años no me han puesto una multa, y en Barcelona me han multado varias veces en dos días”, contaba con desconcierto. 

Pero lo que para ella fue una odisea al volante, para otros es la cotidianeidad urbana en una de las capitales más transitadas del sur de Europa. Barcelona sigue. Sigue atrayendo, acogiendo, cambiando. 

Una ciudad no apta para todos los públicos

Pocos lugares pueden ofrecer, en apenas unos kilómetros, la posibilidad de bañarse en la Barceloneta por la mañana, almorzar en Gràcia con vistas a los tejados, y acabar viendo el atardecer desde los Búnkers del Carmel o el Tibidabo. 

Quizá, como dice Lucía Sánchez, no esté hecha para todos. Quizá sea una ciudad de ritmos tan acelerados que a algunos les duela. Pero para otros, incluso con sus contradicciones, Barcelona sigue siendo esa ciudad donde perderse es la única forma real de conocerla.