El grupo Banco de Boquerones ha resucitado al restaurante favorito de los escritores Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé con una oferta gastronómica que devuelve a los orígenes a una de las casas de comidas más míticas del Raval. Quizá, su último refugio en un barrio cada día más degradado.
En su primer año tras la reapertura ha congregado a 4.000 comensales, con una oferta que recupera clásicos como el rabo de toro o las albóndigas con sepia y ofrece calamarcitos salteados con guisantes o pulpo con alubias del Ganxet.
El escritor Manuel Vázquez Montalbán, en el antiguo Casa Leopoldo
Este miércoles, el restaurante ha reivindicado a su histórica propietaria Rosa Gil con un ágape al que han acudido Eduardo Mendoza, Daniel Vázquez Sallés (hijo de Vázquez Montalbán), Carme Ruscalleda, Joan Gaspart, Víctor Amela, Pedro Balañá, Salvador Boix, Jordi Soler, Carles Vilarrubí y Jaume Collboni.
Hoy quedan lejos los tiempos en los que Picasso, Dalí, Hemingway, Terenci Moix o Montalbán merodeaban durante horas y horas este templo del Raval. Sin embargo, queda aún la esencia de la Barcelona bohemia, émula triste de París, con rincones decorados con mesas de hierro forjado y mármol, azulejos portugueses y estética torera.
Carme Ruscalleda, Joan Gaspart, Pere Balañá, Eduardo Mendoza o Daniel Vázquez Sallés acompañan a Rosa Gil
Nueva etapa después de tres cierres
La nueva etapa de Casa Leopoldo llega después de tres estrepitosos cierres en este mítico local de la calle Sant Rafael. El cenador, inaugurado en 1929, fue regentado por la familia Gil durante décadas, pero paró el negocio en 2015. Esa fue la primera muerte del local de guisos.
Dos años después, en 2017, fueron los chefs Romain Fornell y Òscar Manresa, socios en otros proyectos gastronómicos, quienes relanzaron la tasca. Para ello, incorporaron a Rafa Peña, que a la postre ha ganado el Premio Nacional de Gastronomía con Gresca, en el Eixample.
Pero su apuesta por una taberna canalla en pleno corazón antiguo de Barcelona se topó con la pandemia del coronavirus, que se cebó con la restauración. La iniciativa operó durante unos meses como soup kitchen social para las familias necesitadas de Ciutat Vella, pero acabó echando el cierre.
El último proyecto, que apenas duró un año, llegó de la mano de unos empresarios chinos que trataron de reflotarlo con menús de 12,5 euros. Fracasó y culparon a la degradación del barrio.