Hay pocas personas capaces de generar la aceptación, la simpatía, incluso el cariño, tan ampliamente como Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943). Quizá por eso, la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes se transformó ayer en una buena noticia celebrada por todo el mundo en este país.
Pese a que él mismo escribió en 1983 Algo personal, un tema en el que se posicionaba de forma muy vehemente contra caciques, caudillos, dictadores y matones en general, Serrat es un hombre pacífico que siempre ha huido de los enfrentamientos. Eso sí, ha sido –y es– un artista que no da la espalda a la realidad, ni se pone de perfil.
Jubilación voluntaria
El afecto que despierta su figura se alimenta de una trayectoria de 50 años, con más de 500 canciones plasmadas en 32 álbumes de estudio, una obra que le ha permitido demostrar su categoría artística y su capacidad para conectar con el público desde todos los aspectos de la vida y el pensamiento.
Se jubiló voluntariamente, aconsejado por la propia vida y a pesar de disfrutar de su trabajo, un trauma íntimo que conocen quienes han pasado por circunstancias semejantes. Abandonar el trabajo –los escenarios en su caso– pese a amarlo y sin que nadie ni nada obligue despierta admiración. Cerrar esa carrera a los cinco decenios justos de su debut, mandando en el escenario como hizo en el Sant Jordi cuando prohibió la añoranza, y cantó como última pieza del concierto el primer tema que había grabado, Una guitarra, demuestra unas enormes tablas, es para quitarse el sombrero.
Charnego, ciudadano catalán
Como ocurrió con sus posicionamientos políticos frente a la crueldad de los últimos años de la dictadura franquista y con su distanciamiento del nacionalismo excluyente. Discretamente, Serrat se ha resistido a la corriente política que más ruido ha hecho en los últimos años en Cataluña sin dejarse arrastrar, y pagó el precio, un precio que su enorme talla artística ha podido minimizar.
Y ha asumido con valentía su condición de ciudadano libre de ataduras, hijo de padre catalán y madre aragonesa, un charnego –como él dice– que ama España y lo ha demostrado musicando y difundiendo a sus poetas; que ama a Cataluña y a los poetas catalanes; y que ama Latinoamérica, a la que ha rendido homenaje desde la poesía iberoamericana.
Los motivos del jurado
Por eso tiene razón el jurado de los premios cuando se refiere a él como un “referente cívico” que reúne los “valores compartidos y la riqueza de la diversidad de lenguas y culturas” de nuestro país.
Una buena parte de sus composiciones de primera hora reflejan a los españoles, a los barceloneses en este caso, que vivieron las postrimerías del franquismo en su adolescencia y juventud; también el ambiente de Poble-sec, el barrio obrero donde nació y se crio; y el Barrio Chino, la actual Ciutat Vella, de las gomas y lavajes que curioseaba cuando salía de can Culapi, el colegio donde hizo el bachillerato y del que conserva tan gratos recuerdos. Después vendrían los ecos de la vida nocturna y glamurosa de aquella Barcelona de principios de los años setenta del siglo pasado. En fin, nuestra vida.
Los premios siempre se consolidan gracias a la calidad de los distinguidos, y eso es precisamente lo que sucede en este caso. "Me siento bastante a gusto con lo que he hecho en esta vida, con lo que he sido en esta vida, y espero que la vida sea generosa y me permita disfrutar aún por un tiempo", respondió ayer el compositor tras recibir la noticia del galardón intentando dar carta de normalidad a la situación en su línea habitual de modestia.