El sol y el buen tiempo de estos días en Barcelona nada tienen que ver con la nieve y el intenso frío que asoló la ciudad hace justo 60 años. El 25 de diciembre de 1962, la capital catalana y sus alrededores vivieron la mayor nevada de su historia: un fenómeno climatológico insólito pues, tras 24 horas de precipitaciones ininterrumpidas, acabó quedando un grosor de entre 25 centímetros hasta más de medio metro de nieve en las calles, haciendo impracticable la vida cotidiana durante los días siguientes.
De esa histórica jornada, grabada para siempre en la memoria de quienes la vivieron, quedan hoy recuerdos e imágenes insólitas, como personas paseando por Barcelona con esquís, niños jugando con trineos, haciendo muñecos y lanzándose bolas de nieve, y coches literalmente sepultados, con las calzadas impracticables cubiertas por el espeso manto blanco.
El aeropuerto, cerrado durante cuatro días
La capital catalana nunca había vivido hasta entonces --ni tampoco después-- un episodio similar, por lo que la ciudad se paralizó por completo. De hecho, el aeropuerto del Prat estuvo cerrado cuatro días con 60 centímetros de nieve en sus pistas. Los medios de transporte apenas podían circular, y la recogida de basuras se hizo con carros tirados por caballos hasta que se normalizó la situación.
Problemas como estos, y muchos otros, fueron difíciles de conllevar y de resolver en los días siguientes. En aquella época, por ejemplo, Barcelona ni siquiera tenía máquinas quitanieves. Así que el entonces alcalde, José María Porcioles, llegó a recurrir a un amigo suyo de Andorra para diponer de un total de 13. Gracias a ellas, y a la llegada de viento de sur algo más cálido, cinco días después las calles --en especial, las del centro-- volvieron a ser transitables.
Termómetros bajo cero
La Navidad más blanca vivida en la ciudad fue especialmente dura para la ciudanía de Barcelona y otras ciudades de sus alrededores, y buena parte de la población sufrió con temperaturas que oscilaron entre los 0,6 y 2,1 grados bajo cero.
Las necesidades básicas eran especialmente difíciles de cubrir, sobre todo en los barrios de montaña y de la periferia. Los bomberos tuvieron que trasladar a los hospitales a enfermos, personas accidentadas y mujeres embarazadas, en ocasiones quedando atrapados por el camino.
Unas penalidades que empezaron a hacerse patentes al acabar las tradicionales comidas familiares navideñas. Esa misma jornada, miles de personas se quedaron atrapadas sin poder regresar a sus casas. Y, lógicamente, tampoco se pudo contar con medios de transporte como los tranvías, autobuses, taxis y otros servicios públicos, que quedaron paralizados.