“¿Recuerdan los aparatos que llevaba Tom Hanks en la película de Forrest Gump?, pues yo llevaba unos como esos, pero los míos no se rompen como los de Forrest, porque estaban hechos a conciencia, y no veas qué bien iban para jugar a fútbol y parar los balones con la barriga”, dice. Más tarde, "una vez cogí fuerza suficiente en las piernas, pasé a unos cortos, hasta debajo de la rodilla".
Así, entre bromas, arranca la charla entre Crónica Global y Daniel Unsión, una persona que nació con espina bífida hace 46 años, un defecto congénito que afecta a la columna vertebral y que puede provocar discapacidades físicas e intelectuales, que van de leves a graves. De los tres tipos de espina bífida que existen, la suya es la más grave, conocida como mielomeningocele. En esta se produce una obertura de la medula espinal por la que salen y quedan afectadas las meninges y los nervios situados en la zona donde se produce la lesión. Entre las secuelas, puede incluirse paraplejia, problemas neurológicos como la hidrocefalia o problemas de incontinencia. En su caso, celebra, las secuelas nunca han llegado a ser tan graves como podrían.
Sin esperanzas
Cuenta Unsión que en cuando nació, en 1976, no había ecografías que detectasen esta afección. “Les pilló a todos por sorpresa. Si intentamos pensar un poco en cómo era el tema de la discapacidad en aquellos años, o la subnormalidad como se llamaba entonces, es fácil imaginar que las informaciones que le dieron a mi madre no fueron muy optimistas. De hecho, mi esperanza de vida era muy corta". Sin embargo, la ciencia se equivocó y pese a las múltiples barreras sociales y físicas que ha debido superar a lo largo de su vida, lleva dos décadas dedicándose a cuidar a personas con discapacidad. A Daniel no hay bastones ni ortopedias que lo frenen, porque siempre tuvo claro que, al igual que Forrest, correría sin descanso hasta conseguir alcanzar su meta: ayudar a quienes, como él, sufren algún tipo de discapacidad.
Sus padres tuvieron algunos problemas a la hora de escolarizarlo, algo que dice no recordar por su corta edad. Su memoria lo traslada a un colegio donde fue feliz junto a compañeros y profesores que lo ayudaron en su día a día. De hecho, con algunos sigue teniendo contacto. "Cuando era pequeño, al igual que muchos niños, jugaba a médicos. Pero yo no era un médico normal. Mientras otros tomaban la fiebre o miraban las anginas, yo tenía todo tipo de máquinas de diagnóstico, y hacía las pruebas. Creo que era porque muchas de esas ya las había probado".
Barreras físicas y sociales
Unsión reconoce las múltiples barreras que encontró a lo largo de su infancia. Sobre todo, en cuanto a la accesibilidad al transporte público. "En aquella época los autobuses tenían unas escaleras altísimas, pero al ser pequeño, con ayuda y tozudez conseguía subir, y cuando entraba en el metro, enseguida varias personas se levantaban para ofrecerme su asiento". Eso es algo que ha cambiado en los últimos años, lamenta: "Cuando he tenido que utilizarlos, he notado que no es algo tan habitual que la gente te ayude, como lo era hace tiempo".
Las limitaciones sociales han existido y existirán siempre, insiste. Sin embargo, "al vivirlo desde pequeño, normalizas el ir por la calle y que la gente se te quede mirando, pero es algo a lo que te acostumbras, aunque puede incomodar". Para Unsión, "la discapacidad siempre está presente", y eso es algo por lo que hay que seguir trabajando· "Recuerdo las negativas que encontré cuando tenía que realizar unas prácticas, por suerte no obligatorias, y la empresa no me seleccionó. Fui el único de varios compañeros al que no escogieron, así que supongo que, por cómo se desarrolló la entrevista previa, sus razones tendrían que ver con mi situación".
Un objetivo claro
Lo que siempre tuvo claro, explica, "es que quería ser médico, porque era lo que vivía y siempre me ha interesado el tema sanitario". Daniel Unsión soñaba con dedicarse a ayudar a los demás, y así ha sido. "Recuerdo una vez, con unos 18 años, al acudir a una revisión de mi certificado de discapacidad, pasé por el tribunal evaluador en el que al final eres entrevistado por una trabajadora social. Fue entonces cuando pensé que desarrollar un trabajo como ese, atendiendo a personas en mi situación, con discapacidad, orientando sobre las ayudas existentes o sobre trámites. Además, como ya por aquel entonces recibía mucha información por parte de mi asociación de afectados de espina bífida (ACAEBH) o por el Insititut Municipal de Persones amb Discapacitat, eran temas que conocía y que me interesaban. Con 16 años ya me había leído la Ley 13/1982 de Integración Social del Minusválido (LISMI), que por aquel entonces era la normativa principal para las personas con discapacidad".
Así, tras los estudios obligatorios --la antigua EGB--, cursó la Diplomatura de Trabajo Social y unos años más tarde, compatibilizando con el trabajo, se sacó un Máster en Gerontología Social, en formato online. "Estos dos últimos años, 2000 a 2022, he cursado un posgrado y un máster, también a distancia y en medio de la pandemia, sobre Derechos Sociales y cultura de las capacidades de las personas con discapacidad. Tanto la diplomatura como el posgrado y los másteres los cursé en la Universidad de Barcelona".
Más de 20 años dedicado a ayudar
Sin lugar a dudas, Daniel Unsión es un claro ejemplo de superación, de humanidad y de perseverancia. "Unos meses antes de acabar mi diplomatura, empecé a trabajar, ya en el ámbito de la discapacidad. Concretamente, en temas de inserción laboral en Centro Especial de Empleo. Después pasé a trabajar a una entidad de personas con discapacidad intelectual, que cuenta con una escuela de educación especial, un centro ocupacional y dos centros especiales de empleo". Tras estos dos empleos, en los que estuvo casi 12 años, empezó a dedicarse al trabajo social en un centro de servicios sociales de atención primaria, dependiente de la administración local donde, a día de hoy, ya lleva 11 años. Hoy, Daniel Unsión "es uno de los más de 6.800 profesionales del trabajo social que pertenecen al Col·legi Oficial de Treball Social de Catalunya (TSCAT)". Además de atender casos con problemática social en general, "mi ocupación principal es la de realizar trámites, atender y hacer seguimiento de personas reconocidas con grado de dependencia".
"Si pienso en los más de 20 años que llevo haciendo esto, solo puedo decir que es enorme la satisfacción que siento cuando alguien me agradece mi trabajo". Al final, insiste, "lo que has hecho por esas personas es una suerte también para mí". En primer lugar, porque "no es fácil trabajar de lo tuyo y, en segundo lugar, porque vengo de una situación en la que las cosas son más difíciles". Hay que tener en cuenta, insiste, "que al principio, los médicos no daban un duro por mí , así que es como que sigo llevando la contraria y demostrando que soy capaz, a todos esos que no daban mucho porque saliera adelante".
Falta mucho por hacer
Lamentablemente, en épocas complicadas como las actuales, parece ser que las limitaciones se dan en mayor medida en aquellas personas más vulnerables, y en muchas ocasiones faltan esos recursos. Así, "poder utilizar lo que he aprendido por mi propia experiencia, de tanto movernos --mi madre y yo-- entre médicos, ortopedias, gestiones y poder compartir lo aprendido con aquellas personas que empiezan a vivir esta situación o que tienen dificultades para afrontarla y salir adelante, es muy gratificante".
Finalmente, Unsión hace un llamamiento a la sociedad porque "es necesario avanzar en la visión de la discapacidad. Debemos dejar atrás la discapacidad vista desde una perspectiva clínica, como origen de una deficiencia, de una patología que provoca un funcionamiento diferente, sino como un problema del entorno que nos limita el tener una vida plena y autónoma".