Como muchas otras jóvenes de la década de los 80, Irene López probó suerte en varias agencias de modelos de Barcelona. “Mi sueño era desfilar en una pasarela”, recuerda la hoy novelista. Finalmente fue una agencia emplazada en el paseo de Gràcia, la avenida más glamurosa de la Ciudad Condal, la que le prometió que desfilaría durante varios fines de semana en un certamen celebrado en Logroño.
Irene relata que se subió a un tren con otras chicas, de las que ya no recuerda el nombre, pero cuyas caras no ha olvidado, y se bajó en la estación de la capital riojana. Desde allí, los pretendidos empresarios la trasladaron a una casa que nada tenía que ver con el glamur que había imaginado. “Era una vivienda ruinosa, destartalada”, rememora. Lo siguiente que recuerda es que le arrebataron la documentación y le presentaron la que sería su nueva vida: Irene acababa de caer en una red de trata de explotación sexual.
Víctima de una violación múltiple
Cuatro décadas después, Irene López narra en Cuando la vida duele (editorial Sar Alejandía) su "periplo en la violencia sexual tan dura padecida durante años”, que no comenzó en el club de Logroño, sino que se remonta a unos meses antes. Nacida en Canovelles (Barcelona) e hija de unos vendedores ambulantes, Irene se pasó parte de su adolescencia al cuidado de sus hermanas menores. Con apenas 14 años padeció el primer episodio de violencia sexual. “Sufrí una violación múltiple por parte de tres personas del entorno de la familia, un episodio que marcó mi vida”, declara.
En paralelo, expresa, la persona que se había comprometido a velar por ella en ausencia de sus padres, un militar cercano a su familia, que le doblaba la edad, casado y con hijos, comenzó a asediarla. “Me violaba, me obligaba a prostituirme en clubes de Barcelona cuando necesitaba dinero, me vigilaba”. Por eso, asegura, decidió probar suerte lejos de Cataluña y fue entonces cuando cayó en la red de trata en Logroño. “Cuanto más intentaba escapar a la desdicha, más llamaba a mi puerta”, relata en un recorrido por su vida que recuerda al de la escritora catalana Lluna Vicens, autora de Mercancía Robada.
“He perdonado por mí misma”
Logró zafarse de los criminales que la explotaban sexualmente apenas 10 días después de caer en desgracia gracias a un empresario catalán que frecuentaba el club y que pagó por su libertad. “Pagó por mí y recuperó mi documentación”, narra. Pero cuando regresó a Barcelona continuó siendo víctima de vejaciones y violencia sexual, primero, y de violencia de género por parte de una pareja, después. Sin embargo, nunca denunció.
“Mi exceso de empatía hacia los míos hizo que antepusiera sus vidas a la mía propia. Nadie ha conocido mi historia de vida hasta ahora, ni siquiera mis padres ni mis hermanas”. Fue cuando su padre se encontraba en su lecho de muerte, al que hasta entonces culpó de sus desdichas, cuando lo perdonó. “Entendí que todo lo que yo había vivido, de la misma forma que perdoné a mi padre, debía perdonarlo. Perdonarlo, que no justificarlo. Lo he hecho por mí misma, para romper la cadena que me unía al dolor y al sufrimiento”.
Escribir para sanar
Irene López comenzó a mantener consigo misma conversaciones frente al espejo. No fue hasta que cumplió 50 años cuando comenzó a ser consciente de lo que había vivido. Comenzó a escribir “con la intención de sanar, de soltar, pero no con la intención de publicarlo”. “Empecé a darme cuenta de lo dura que ha sido mi vida”, dice.
La novela, publicada en febrero de 2022, no busca justicia, sino la propia sanación. Después de toda una vida normalizando el yugo de la violencia, López decidió publicar sus vivencias para ayudar a otras mujeres: “Quiero lanzar este mensaje para que otras mujeres no cometan los errores que yo cometí, que no lo pasen solas. Las cosas han cambiado mucho, ahora hay muchas herramientas. Siempre hay un hombro amigo en el que apoyarse”.
“No hay que normalizarlo”
El primer paso, expresa, “es ser consciente de lo que estás viviendo, que estás siendo maltratada”. Subraya que no se debe pensar “que es lo que te ha tocado vivir, no hay que normalizarlo”, como ella asegura que hizo en un determinado momento de su vida. El segundo paso, dice, pasa por pedir ayuda.
“Yo ya lo he perdonado todo. Los he perdonado a todos. No busco justicia ni señalar a nadie. El mensaje que quiero lanzar es que, incluso cuando la vida duele, se puede conseguir la paz y el equilibrio. Se puede salir absolutamente de todo. Si yo he perdonado, se puede perdonar. Nada tiene que ver con la otra persona. Esto no justifica ni el daño ni al verdugo, es un ejercicio para que la vida cambie por y para ti”, aclara.
“Sé de lo que soy capaz”
A pesar de que en la actualidad se encuentra postrada en una silla de ruedas a causa del tercer cáncer que ha superado, asegura estar en el mejor momento de su vida. Mientras prepara su segundo libro, un ensayo en el que profundiza sobre sus verdugos, el perdón y las conversaciones con su padre, imparte conferencias y talleres. “Estoy tremendamente agradecida, es la época más bonita de mi vida. Soy consciente de quién soy y de lo que soy capaz de hacer por mí misma y por los demás”, concluye.