Juan, uno de los kioskeros de las Ramblas, abrió el 17 de agosto de 2017 su negocio --ubicado a pocos metros de la calle de Pelai-- como cualquier otro día. Minutos antes de las cinco de la tarde, escuchó gritos. “Cuando vi la furgoneta me metí hacia adentro”, recuerda.

Aunque parco en palabras, es uno de los pocos tenderos que han aceptado relatar a este medio cómo transcurrió la tarde que cambió la historia de la Ciudad Condal. “No sabíamos qué hacer, enseguida la Guardia Urbana nos pidió que nos marcháramos”, señala. Pese a no considerarse una víctima, ya que cinco años después las Ramblas ha recuperado su estampa habitual, asegura que no lo ha olvidado