Reza el dicho que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Y hay quien todavía piensa que es cierto. Sin embargo, la mentira es un aspecto fundamental en el aprendizaje social de los niños que les ayuda a adaptarse a su entorno, aunque utilizada de forma reiterada puede ocultar o ser síntoma de una fuerte inseguridad.
“Yo diría que los niños son muy literales, por eso no entienden la ironía y ser sinceros para ellos es lo natural. Decirte que tienes la tripa blandita, que no le gusta tu corte de pelo o que prefieren la tortilla de la abuela es normal y no pretenden hacer daño”, apunta Isabel Cuesta, más conocida en redes como Una Madre Molona, que además es experta en disciplina positiva e impulsora del Método Family Training, un entrenamiento para madres y padres que necesitan recuperar las riendas de su hogar, a la vez que mejoran el ambiente familiar y respiran entendimiento y cooperación.
Veinte mentiras de media al día
Según los expertos, los pequeños pueden empezar a mentir de forma consciente a partir de los 4 o 5 años, dependiendo de su madurez emocional. “Es importante diferenciar –explica la experta en educación familiar— entre lo que es una fantasía fruto de la imaginación del niño de lo que puede ser una mentira para evitar una represalia, por ejemplo. En la mayoría de las ocasiones no buscan hacer daño con la mentira, sino que la usan como una medida para protegerse de un daño mayor. Igual que lo hacemos los adultos”.
Porque los adultos mentimos diariamente. Existen estudios que demuestran que una persona suele decir de media unas 20 mentiras al día, pero algunas pueden llegar incluso a las 200. “Mentir es un aspecto evolutivo, normal y adaptativo en el ser humano. Imagina un día en el que solo pudieras decir la verdad, como en la película protagonizada por Jim Carrey Mentiroso compulsivo. Realmente nos veríamos envueltos en verdaderos aprietos, ¿verdad?”, afirma Cuesta. “Otra cosa es que el objetivo de nuestra mentira sea deshonesto”, matiza.
La mentira como mecanismo de defensa
Pero ¿por qué miente un niño, si todavía no ha adquirido la conciencia de vivir en sociedad, con todo lo que ello conlleva? “Principalmente los niños mienten para evitar castigos, para esconder errores o conductas y, en ocasiones, para sentirse vistos, obtener reconocimiento y aprobación”, aclara la popular Una Madre Molona.
“Somos un ser social, necesitamos del grupo para sobrevivir. Por lo que pertenecer se convierte en una meta esencial para seguir con vida. Saber mentir, en este sentido, nos ayuda en ocasiones a conseguir ese objetivo de pertenencia”, prosigue. “Recibir un castigo supone una amenaza, como también lo supone sentirse humillado ante un error, no sentirse lo suficientemente bueno, tener miedo a perder valía de cara al grupo… por lo que mentir se convierte en la herramienta ideal para luchar contra todas estas amenazas”, sostiene Cuesta.
Un signo de madurez
“Mentir también es sinónimo de haber alcanzado cierto grado de madurez y sofisticación mental”, añade Ángel Luis Guillén, director del centro de psicología Psicopartner.
Nuestra reacción como padres ante una mentira será determinante en que tomen o no la mentira como mecanismo de defensa. “Si miente para ocultar un error, el adulto ha de plantearse cuáles son sus reacciones ante estos sucesos para que los hijos teman decir la verdad. Decía Alfred Adler que ‘una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa’”, señala la experta en educación positiva.
“Si se trata de una fantasía, algo así como un juego, no debemos impactarnos demasiado. Podemos participar si así lo consideramos oportuno. Gracias al juego podemos aprender mucho acerca de nuestros hijos”, anima Cuesta.
El mejor método
Más allá de trucos y consejos, el mejor método para evitar mentiras innecesarias –aconseja Una Madre Molona— es “el ejemplo, no alimentar las mentiras en casa”. “No pedir a los niños que mientan cuando vas a la taquilla del metro y les dices que digan que tienen menos edad de la que tienen. O cuando les pedimos que digan a la profesora que llegamos tarde al cole porque el coche se ha averiado. También cuando participamos en sus proyectos y deberes escolares y les decimos que digan que lo han hecho ellos solos”, recomienda.
Además de eso, la experta en niños y educación familiar cree fundamental que los adultos de referencia observen hacia adentro y se pregunten: “¿Estoy exigiendo demasiado a mis hijos? ¿Solo les hago sentir valiosos en función de sus actos? ¿Les castigo o muestro desaprobación cuando se equivocan? ¿Cómo reacciono yo mismo cuando me equivoco? ¿Puede ser que haya rivalidad entre hermanos y el posicionarme en favor de uno y en contra del otro esté aumentando la mala relación entre ellos?”.
“Gracias por habérmelo contado”
Y, la joya de la corona, cuando nuestros hijos nos digan la verdad, “en lugar de enfadarnos o disgustarnos, contestar en primer lugar ‘gracias por habérmelo contado’”. “Luego ya nos tomaremos el tiempo necesario para recomponernos y prepararnos para abordar la situación en frío, guiarles para buscar soluciones, para reparar el error y, sobre todo, para sacar un aprendizaje de cada situación”, detalla Cuesta.
Lo mismo piensan desde Psicopartner. “El ejemplo, crear un ambiente y un apego seguro donde sepa que puede ser él mismo, sin necesidad de inventar y ocultar nada es la mejor fórmula”. “Los niños no aprenden en función de lo que les decimos, sino en función de lo que les hacemos sentir. Somos el ejemplo que tienen como referencia. Sin duda, ser madres y padres nos obliga a replantearnos muchas cuestiones. Lo ideal no es que no haya conflictos y retos, sino que adquiramos los conocimientos y herramientas para saber abordarlos de la manera más consciente”, concluye la especialista en crianza positiva.