Pocas etapas de la vida atesoran la intensidad de la adolescencia. Y es que, en ella, además de los cambios físicos y emocionales, se viven muchas primeras veces, que generan emociones y recuerdos que perduran de por vida. En esa fase, ya de por sí complicada, se vive el primer amor, una experiencia a veces difícil de gestionar o de entender por parte de los padres.
“Si bien hace décadas esta primera vivencia tenía lugar a edades más tardías, en torno a los 16 años, ahora el primer amor entendido como acercamiento afectivo-sexual se vive alrededor de los 14”, explica Isabel Serrano, psicóloga y directora y fundadora del centro de psicología Enpositivosi.
Actitud vigilante
La mejor posición que pueden adoptar los padres es la de “acompañamiento, vigilando con el rabillo del ojo”, señala Serrano. “No hay que estarle preguntando constantemente si le gusta este niño o esta niña, es decir, no mostrar una posición invasiva. Hay que tener en cuenta que normalmente son unos primeros sentimientos muy complejos para ellos mismos de llevar”, añade.
Por ello, indica, “cualquier intento de conversación sobre este tema puede resultar particularmente complejo, o se pueden sentir avergonzados e incluso enfadar”. Como mucho, aconseja, se le puede hacer un comentario en la línea de “te he visto con este chico o esta chica, es muy majo/a, ¿no?”.
Cuando la pareja no es la adecuada
¿Y cómo deben actuar los padres si este primer amor no les gusta para sus hijos? Esta psicóloga cree que “posicionarse en contra de la relación” no es beneficioso para los progenitores. De hecho, no hay nada mejor que eso para que a ellos les resulte particularmente atractivo, se pongan en contra y vean a sus padres “como los brujos de la película”. Porque, en general, en las edades que van hacia la adolescencia, hacia la pubertad, los “padres ocupan un lugar complicado”: “Somos un poco sparring, en el sentido de que van a estar golpeando contra nosotros y tenemos que ir marcando ciertos límites”.
No obstante, Serrano recomienda a los padres también analizar los motivos por los que no les gusta la pareja elegida por sus hijos, por si la causa fuera fruto de ciertos prejuicios. Si hay motivos de peso, la intervención en ocasiones es necesaria. “Si se están metiendo en compañías complicadas, nosotros, como guías, tenemos que hablar con ellos, explicarles que hay ciertas cosas que no son buenas para ellos, aun a riesgo de que se pongan en nuestra contra”. En este sentido, concreta que hay que “reflexionar y hacerles un seguimiento discreto, teniendo en cuenta que si llevan a cabo conductas de riesgo las harán a escondidas de los padres”. Es posible que la reacción de los hijos a una conversación con los padres sea rebelarse. “No desfallezcamos pese a ello, porque, aunque parezca que no, todo lo que nosotros le decimos se queda ahí, anclado en su cabeza. Se queda como un modelo de recepción, un aspecto recibido que acabarán teniendo en cuenta”, sostienen desde Enpositivosi.
Peligro en las redes sociales
Es normal “que los amigos sean siempre una fuente de referencia en estas edades y vayan sustituyendo en algunas cuestiones a la propia figura de los padres”, recuerda. Así, la mejor estrategia si no quieren explicar nada al respecto es para Serrano ser respetuoso, pero mostrarse disponible: “Hijo, aquí estoy para lo que tú quieras hablar”.
Más allá de los miedos que puedan tener los propios padres, “hay que dejarles experimentar”. “Los niños están descubriendo qué es privado, qué es público, qué se cuenta, qué no se cuenta. Tienen que experimentar con esa sensación de privado y público”, afirma la psicóloga. Siempre, claro, con una actitud vigilante, pero discreta. “Hoy, con las redes sociales, se nos vuelve muy complejo porque no podemos muy bien controlar lo que es privado y público, porque de repente algunas cosas que son del ámbito privado pueden pasar a ser públicas sin que se den cuenta. Es recomendable hablar con ellos de los límites que hay con las redes, darles unas indicaciones, no juzgando, pero sí haciéndoles ser conscientes de que hay ciertos aspectos que no se pueden compartir porque son arriesgados”, prosigue.
Desamor
¿Y si les rompen el corazón? “Cuando llega el desamor necesitarán acompañamiento, empatía, sincronía y sintonía. Es decir, me sincronizo un poco con él. Admito que pueda tener unos días en los que no quiera hablar con nadie, en los que no quiera salir. La familia tiene que ser lo que es, un espacio de apoyo, comprensión, pero también de límites y de normas. Sabemos que hay situaciones que hay que normalizar, como que esté triste, abatido y unos días encerrado en su habitación, pero al tercer o cuarto día le damos un toque de atención: ‘Venga, cariño, hay que ir saliendo’. Es verdad que a veces nos tocan la paciencia y nos retan. Con nuestra experiencia, nosotros queremos enseguida que salgan de allí, que disfruten de la vida, pero ellos tienen sus procesos”, considera Serrano.
Muchos padres piden asesoramiento psicológico en esta etapa, “para saber qué es normal y qué no”. No hay que animarlos a que salgan corriendo de las emociones negativas, porque las emociones como la tristeza son necesarias y ayudan a limpiar, a drenar para dejar espacio a otra emoción positiva. Digamos que todas las emociones tienen que estar permitidas porque todas tienen su función y no tiene que haber emociones prohibidas, pero sí canalizadas. “Las emociones y cómo se gestionan son buenas oportunidades para explicar a los hijos a manejar la tristeza o el enfado”, concluye la psicóloga.