Amigos, acampadas y varios días de conciertos de tus grupos favoritos. Los festivales de música invaden la geografía española cada verano. En 2020 se realizaron más de 1.000 eventos de este tipo, aunque la cifra es difícil de calcular dado el número y las diferentes modalidades de estos acontecimientos.
Después de dos años de inactividad por la pandemia, la fiebre festivalera regresa a España. Según la Asociación de Festivales Musicales, en 2022 la demanda se ha duplicado y hay muchas posibilidades de alcanzar una facturación récord. Según el autor de un informe para la OBS Business School sobre el impacto del coronavirus en la industria de la música en directo, Albert Guivernau Molina, “si la pandemia no hubiera existido, el 2020 habría sido el mejor año de la historia de los festivales musicales”.
Impacto económico
Según el estudio de la OBS Business School, el sector musical supone más del 1% del PIB español y da trabajo a más de 300.000 personas. En 2019 España fue el primer destino turístico de festivales del mundo y facturó hasta 420 millones de euros a través de la venta de entradas. Según un estudio realizado por Price Waterhouse Coopers (PWC), el impacto económico indirecto de los eventos de esta categoría ronda los 5.600 millones de euros.
En 2019, la música en vivo movilizó a más de 28 millones de espectadores, según el informe de PWC. Entre estos asistentes, cinco millones son extranjeros y gastan una media de 300 euros diarios, lo que genera un impacto económico de más de 1.500 millones de euros. Cataluña llegó celebrar más de 180 festivales en 2020, lo que le convierte en la comunidad autónoma que más festivales acoge, seguida por Andalucía y Madrid. Sin embargo, detrás de esta capacidad de movilización, repercusión económica y capacidad de generar empleo, los trabajadores no siempre disfrutan de las mejores condiciones laborales.
Huella en Cataluña
Cataluña alberga varios de los festivales de música más conocidos de España. La mayoría están concentrados en Barcelona y su área metropolitana, como el Primavera Sound, el Sónar o el Cruïlla. Sin embargo, otros como el Festiuet en Tarragona o el Vida en Vilanova i la Geltrú complementan la oferta festivalera catalana. Más allá de los macrofestivales de varios días seguidos, también encontramos algunos que se prorrogan durante meses con series de conciertos como el Jardins de Pedralbes, en Barcelona, el Portal Blau en L’Escala y Empúries o el Portaferrada, en Sant Feliu de Guíxols.
La última edición del Primavera Sound, principal festival de la capital catalana, tuvo un impacto económico de 349 millones de euros, según la organización. La asistencia total al evento, incluyendo las actividades en la ciudad y en el Parc del Fòrum, ronda el medio millón de personas. El 65% de sus asistentes fueron extranjeros y se calcula que gastaron 1.423 euros de media. Por otro lado, un informe del Sónar en 2016 calcula que generó un impacto de 125 millones.
Condiciones de los músicos
Pero mientras las organizaciones logran semejantes beneficios, el portavoz de Sindicato de Músicos Activistas de Cataluña, Ramón Vagué, denuncia las condiciones en las que actúan las diferentes bandas. “No hay ningún tipo de regulación sobre las condiciones en las que deben actuar los músicos y los festivales se aprovechan”, explica. Vagué cuenta que no existe un convenio específico para las bandas que participan en festivales de música, pero suele regir el convenio del personal de salas de fiesta, baile y discotecas en España.
Sin embargo, matiza que este convenio no siempre se cumple. “No siempre hay una relación laboral, los festivales muchas veces obligan a las bandas a emitir una factura. Por un concierto o dos no sale a cuenta hacerse autónomo”, añade. En ese caso, muchos grupos recurren a productoras o agencias de management, que emiten las facturas a su nombre con la comisión o retención correspondiente. “Por mucho que se encarguen otras empresas, si hay algún problema, se traslada al grupo”, dice.
Un sector atomizado
“Si uno quiere ir por lo mercantil porque piensa que su carrera puede ir mejor, no se le puede reprochar nada. Estamos en un sector atomizado e intermitente, puedes tocar en un sitio como laboral y después pasar a lo mercantil, pero al menos deberían cumplirse unos mínimos”, afirma.
Respecto a los cachés de los grupos, asegura que el 90% cobran menos de lo habitual por ser una gran plataforma de lanzamiento. “Salvo bandas grandes que interesan al festival para generar un reclamo, el resto ganan menos de lo que suelen ganar”, cuenta. Vagué también asegura que parte de la culpa es de los músicos, que según él tienen pánico a lo laboral y desconocen la regulación.
Publicidad encubierta
Otras de las cuestiones que aborda el portavoz del Sindicato de Músicos Activistas es la publicidad. “Cuando uno sale a cantar, tiene todo el escenario repleto de marcas de las que no cobra nada. Sin quererlo, te encuentras haciendo un trabajo de promoción gratuito para empresas con las que no tienes nada que ver”, cuenta.
No obstante, no todos los festivales lo hacen mal. Vagué explica que el sindicato tiene un manual de buenas prácticas y muchas administraciones y ayuntamientos lo aplican. “En Vic, en Aitona o en la Garriga contratan a los músicos y les pagan lo estipulado en el convenio de salas. En la mayoría de los festivales y ayuntamientos grandes, en cambio, la tendencia es que no se cumple”.
Trabajadores de barra
Ander y David, camareros en el BBK Live y el Primavera Sound respectivamente, coinciden en la dureza de sus turnos. “Es un trabajo que solo te puedes permitir si eres joven y estudiante. Al acabar el festival piensas que has ganado más de 300 euros en tres días y acabas satisfecho, pero la realidad es que estamos más de 12 horas de pie sin parar”, cuenta Ander.
Una de las quejas del último Primavera Sound fueron las colas para pedir en la barra. “Entre que estábamos pocos camareros para toda la gente que había y que muchos no teníamos experiencia en este tipo de eventos, se acumulaba mucha gente esperando. Esto supuso un estrés que impedía descansar”, explican otras fuentes, que deslizan que sufren un poco de “explotación laboral”.