Marco Antonio Ramón Huaroto (1991) nació y creció en Lima, Perú. Atoq, como se hace llamar este fotógrafo, gestor cultural y activista, comenzó a experimentar con la fotografía hace más de una década. Empezó a captar instantáneas en las calles de Lima, capturando escenas de protestas, y muy pronto se inició en el arte subterráneo --el hip hop y el punk--, donde desarrolló sus dotes artísticas. A partir de los 20 años comenzó a tomarse en serio su pasión y decidió abandonar la carrera de Antropología por una beca para estudiar en un instituto de fotografía. Esa formación le abrió la posibilidad de dedicarse profesionalmente a ello y muy pronto logró trabajo en periódicos. "La antropología me ayudó a entender con una mirada crítica mi país y mi sociedad, pero en la fotografía encontré la herramienta para expresarme", explica. Atoq se inició como fotoperiodista en Perú 21, un medio del conocido grupo El Comercio, hasta que el 5 de enero de 2017 la policía le disparó en la cara mientras cubría una manifestación.
--Pregunta: ¿Qué significa la fotografía para usted?
--Respuesta: La fotografía significaba para mí una forma de expresarme, de expresar ideas, el descontento, era una forma de protesta. Desde el ataque se ha ido transformando en la posibilidad de crear espacios para que otra gente pueda compartir ideas. Desde 2019 dirijo un festival de fotografía que se llama Extramuros, en Lima. La idea es que la fotografía sea el medio por el que los vecinos de los barrios tengan la posibilidad de contar sus propias historias.
--Su alias es Atoq, zorro en quechua. De hecho, se ha presentado con este seudónimo cuando nos hemos conocido. ¿Por qué ha elegido este nombre?
--Cuando estudiaba antropología leía a un autor, José María Arguedas, muy importante en la historia de Perú y en el arte. Pese a ser blanco, creció con los indios, los quechuas. Tuvo una sensibilidad muy grande con el mundo andino y en su literatura habla sobre ello. El zorro, el atoq, es un animal, pero también un ser mágico o mítico que conecta dos mundos: el mundo de aquí y el de los muertos. Es un animal astuto, sabio, escurridizo. Un día estaba leyendo un cuento de él en el que contaba la historia de un zorro que robaba gallinas para alimentar a su familia y nadie podía atraparlo. Me gustó, hice una analogía con lo que yo hacía en aquel momento, desde el activismo como una forma de desafiar el poder, de adoptar un discurso en contra de lo establecido. Por eso elegí este seudónimo.
--El 5 de enero de 2017 se encontraba cubriendo unas manifestaciones en el distrito de Puente Piedra, en Lima, por la subida del precio de los peajes. ¿Cuál era la situación?
--Una empresa transnacional instaló peajes cerca de otros que ya estaban ahí, lo que suponía un gasto muy grande para los vecinos de la zona, gente muy humilde. A esto se sumó un encarecimiento de los productos básicos. Antes de protestar violentamente se manifestaron de forma pacífica y pidieron hablar con el alcalde y las autoridades, pero nadie les hizo caso. El 5 de enero bloquearon la carretera, la Panamericana norte, y quemaron las nuevas casetas. Esto provocó una respuesta violenta por parte de la policía. En aquel momento yo había terminado la beca y trabajaba para Perú 21, del grupo El Comercio, que tiene el monopolio del 80% de los medios de comunicación de Perú. Así que desde el periódico me enviaron a cubrir las protestas.
--¿Qué fue lo que le sucedió?
Estando allá me enteré de que había personas heridas por la policía por arma de fuego y también por perdigones. Lo que hice fue buscar a los heridos para fotografiarlos. En Perú, cuando hay una protesta, la prensa se sitúa siempre del lado de la policía por protección, pero también porque no les interesa contar la otra versión. En mi caso no fue así. Crucé el cordón policial porque me interesaba la situación de las personas que se estaban manifestando. Quería evidenciar que la policía estaba disparado a la gente de manera ilegal. Crucé la avenida y me encontré con un chico con una bala en la pierna, gente con agujeros por todo el cuerpo a causa de los perdigones y las bombas de gases lacrimógenos habían entrado en las casas, donde había niños y ancianos que no tenían que ver con las protestas, pero que estaban afectados. Había un conflicto dentro de mí: a la línea editorial del periódico no le interesaba mostrar eso, pero como activista, como persona, me interesaba. Estando allá, la policía me disparó.
--¿Iba identificado como prensa?
--Sí, por eso sé que fue un ataque intencionado. Llevaba el carnet de prensa colgado, el casco de press y el chaleco. Además llevaba el equipo fotográfico. Era fácilmente reconocible entre los manifestantes. La policía sabía que estaba disparando a un periodista. Pero yo era una persona incómoda para ellos porque estaba registrando la violencia que estaban ejerciendo contra la población. Me vieron fotografiando y hablando con los heridos y en dos ocasiones me apuntaron con las escopetas para intimidarme, pero no creí que me fueran a disparar. Estaba haciendo fotos con la cámara y sentí un impacto que me tiró hacia atrás. Caí de espaldas. Me impactaron cinco balas de plomo en las manos, en la frente y en mi ojo izquierdo, el que estaba sin cubrir. La cámara protegió el derecho. Ya no recuerdo mucho más. La cámara me salvó, también resultó dañada. La lente quedó destrozada.
--Sufrió el impacto de un perdigón de plomo en el ojo izquierdo, ¿qué lesiones le provocó?
--Me llevaron a una clínica local. Allí me dijeron que iba a perder el ojo, que estaba muy mal y que no había nada que hacer. El mundo se me cayó encima, estaba empezando mi carrera como fotoperiodista. Pero los doctores hicieron una junta y decidieron enviarme a la clínica Bascom Palmer en Miami, porque ahí tendría alguna opción de salvar mi ojo. El medio en el que trabajaba, que tiene mucho poder, no quería que viajara porque yo no estaba asegurado. Legalmente deberían haberse hecho cargo, pero entorpecieron mi viaje. Perdí el vuelo hasta en dos ocasiones porque el representante de recursos humanos de El Comercio fue a la clínica en la que yo ingresé inicialmente para solicitar a los médicos que no hicieran el informe en el que autorizaban mi desplazamiento por cuestiones médicas. Quisieron tapar el caso, de hecho no publicaron ninguna noticia de lo que me había sucedido, aunque controlan el 80% de los medios del país. Les daba igual que los médicos dijeran que en Perú no había opciones de salvar mi ojo. Cuando viajé a Miami ya habían pasado varios días. La cirugía fue muy complicada. Intentaron sacar el perdigón, pero no pudieron. Lo tengo dentro de mi cabeza, pero no perdí el globo ocular. Los médicos me dicen que es un milagro que no haya perdido el ojo y que haya conservado un poquito de visión.
--Para un fotoperiodista, la vista debe ser sin duda su sentido más preciado… ¿Cómo ha cambiado su relación con la fotografía?
--Inicialmente pensé que mi carrera se había terminado. Me sepulté. Pero después me di cuenta de que tengo el otro ojo y de que la fotografía no es solo el fotoperiodismo, hay otras formas de hacer fotografía. Mi relación ha ido cambiando estos cinco años. En 2019, dos años después del ataque, organicé el festival. Sigo trabajando con la fotografía, aunque ya no siempre estoy detrás de la cámara ni en primera línea de las protestas. Mi rol ha cambiado y me he ido adaptando a mi condición. Me entiendo como gestor cultural y también como activista. Me gusta centralizar la creación, el encuentro entre los vecinos y el arte.
Otra cosa que ha cambiado es que, como ya no siento esa necesidad de transmitir la información con rapidez, como antes, que tenía que publicar al momento, desde 2018 empecé a experimentar con la fotografía analógica. Eso me ha ayudado a entender el tiempo de otra forma. Ya no es la inmediatez de lo digital, lo analógico es una especie de terapia. Primero porque no veo lo que capturo, y después porque encuentro en las imágenes algo relacionado con el daño en mi visión. Una imagen borrosa no es necesariamente una imagen que está mal hecha, también puede transmitir emoción. Así ha cambiado mi relación con la fotografía. Pasé del fotoperiodismo duro al activismo a través de la gestión cultural y también a una relación más artística y más introspectiva con la fotografía analógica, que me permite entender mi proceso de pérdida de visión y mi sanación: de pasar de una depresión terrible a hacer otras cosas desde el arte. Seguirá cambiando ahora que no estoy en Perú, que estoy en Barcelona. Aquí hay muchas posibilidades.
--El perdigón sigue alojado dentro de su cabeza y, previsiblemente, ahí se quedará, ¿le produce algún dolor?
--A veces tengo dolores de cabeza, siento presión. Noto los latidos. No sé si está relacionado con la bala o con todo el daño que sufrí en el nervio óptico, pero no hay forma de saberlo. No pueden hacerme resonancias magnéticas para averiguarlo porque podrían mover el perdigón de sitio, así que me he acostumbrado a esto.
--¿Qué porcentaje de visión ha perdido a causa del ataque?
--Inicialmente perdí el 70% de la visión del ojo izquierdo y mi campo de visión se ha visto muy reducido. Pero la penúltima intervención, en Perú, no salió del todo bien. Esto derivó en un glaucoma que dañó mi nervio óptico y desde 2017 hasta ahora he perdido visión. Ahora veo menos de un 80% a través de mi ojo izquierdo. Por eso he venido a Barcelona, aquí hay clínicas especializadas muy buenas.
--Sus compañeros se volcaron en una campaña para costearle los tratamientos. ¿Cuál fue la postura que adoptó el medio para el que trabajaba?
--Desde el comienzo entorpecieron mi viaje a Miami para la cirugía. Eso generó un empeoramiento en mi curación. Los médicos me dijeron que tuve mucha suerte de no sufrir una hemorragia o una infección, y por supuesto de no perder el globo ocular. Lo que hizo la empresa fue darme 10.000 dólares y eso es todo. Ellos consideran que se hicieron cargo. Pero eso fue lo que me costó un vuelo a Miami de un día para otro para mí y para un familiar, porque yo tenía los ojos vendados y necesitaba ayuda, la estancia y las comidas. Ni siquiera alcanzó para cubrir la primera operación. Mis compañeros vendieron sus fotografías y también se unieron a la campaña, que difundieron a través de medios alternativos e independientes, otros periodistas de Perú y, después, del resto de Latinoamérica. La gente se solidarizó conmigo, nunca había vendido fotos mías a 150 dólares. Con eso pude pagar la primera cirugía. En cinco años llevo cinco cirugías, la última hace tres semanas.
--¿Y los medios convencionales?
--Los medios importantes no me ayudaron. Tampoco las asociaciones de periodistas. Nadie dijo nada. Solo una se manifestó, la ANP de Perú. Algunos colegas me escribían mensajes para mostrarme su apoyo, pero como trabajaban para medios poderosos no podían expresarlo públicamente. Eso dice mucho de cómo están las cosas. Me impactó mucho.
--Su última intervención fue hace apenas tres semanas… ¿Cómo ha ido?
--Bien, pero tendré que tener mucho cuidado. No puedo hacer grandes esfuerzos ni exponerme al sol. Tengo el ojo muy sensible. La operación ha salido perfecta, pero tengo 31 años, en los años que me quedan tendré que pasar de nuevo por el quirófano.
--¿Le han dado esperanzas de recuperar parte de la visión que ha perdido?
--No, no hay ninguna posibilidad. El nervio óptico está dañado. Lo que se ha perdido no se puede recuperar. Lo único que se puede hacer es evitar que siga perdiendo visión. Ahora necesito un permiso de residencia en España porque la cirugía es muy reciente como para que la doctora sepa si ha funcionado. Se necesita que pase un tiempo y hacer revisiones durante unos meses. Pero la visa de turista se me caduca ya y, si no consigo alargar mi permiso, tendré que irme de la Unión Europea, porque no quiero quedarme de forma irregular. También he pensado en pedir asilo por razones humanitarias, pero no es tan fácil.
--¿Teme sufrir represalias si regresa a Perú?
--Sí, no tengo garantías de que pueda, primero, acceder a un tratamiento médico digno y, segundo, garantizar mi seguridad. Antes de 2017, por mi activismo, ya me habían atacado. Me detuvieron, me golpearon y me rompieron la cámara. Después de mi ataque, nunca se hizo justicia, no hay ningún agente ni mando sancionado o investigado por lo que me pasó.
En 2020, dos años después de mi ataque, decidí inmortalizar la violencia policial durante el golpe de Estado. Creé una red que uniera el trabajo de los fotógrafos independientes para denunciar, con evidencias, que la policía estaba disparando a la gente. La respuesta fue una persecución. Hemos sido perseguidos, hemos estado bajo vigilancia, nos han seguido hasta nuestras casas, nos han intentado hackear los correos, hemos recibido amenazas, a una compañera le robaron el móvil… Por eso, me trasladé a los Países Bajos, pedí garantías a una ONG que da acogida a activistas en peligro durante tres meses. Ahora, me quiero quedar en Europa por una cuestión de salud, pero también de seguridad. Me siento bien en Barcelona, es una ciudad amigable. Ahora no puedo regresar a Perú, temo por mí, por mi familia y por mis compañeros, que siguen allí.
--Si pudiera imaginar otro Perú, ¿qué instantánea le gustaría capturar?
--En mi álbum familiar no hay fotos de mis abuelos. Eran del campo, indígenas y no tuvieron acceso a la educación, a la salud ni mucho menos a una cámara fotográfica. Eso dice mucho de mi país, de la desigualdad social y del racismo. Mi memoria familiar está muy limitada, no sé cómo fueron mis antepasados. Si pienso en una imagen del Perú que me gustaría ver es que las siguientes generaciones tengan la posibilidad de representarse a sí mismas. Todas las visiones son válidas. Así seas indígena, negro, trans, lo que te haya tocado ser, que todo el mundo pueda representar su propia vida, historia y familia con imágenes. Tener la posibilidad de decir quiénes somos. Me imagino una imagen de Perú en la que los abuelos de alguien estén representados en una imagen por ellos mismos o por sus nietos y nietas, que al igual que yo son hijos o hijas de indígenas o de inmigrantes. Que se rompa el ciclo de silencio, de negarle a la gente su derecho a representarse, a decir quiénes somos y cómo fuimos. Que no esté relegado al poder, al Estado, que podamos hacerlo de manera personal.