Melba Escobar (Cali, 1976) tiene muy claro a quién va dedicado su último libro: a su madre. Fue mientras su madre se apagaba por culpa de un cáncer que esta reconocida escritora y periodista colombiana decidió emprender una serie de viajes a Venezuela para poder contar en un libro el día a día de los venezolanos que no han emigrado a ninguna parte.
“Quería contar qué pasa en la vida de las personas cuando se vive en un prolongado estado de emergencia. Qué pasa cuando esa emergencia cae en el olvido, cuando la vida sigue, a pesar de todo, y la gente se resigna a vivirla en medio de los escombros”, escribe ella misma en el primer capítulo de Cuando éramos felices pero no lo sabíamos (Seix Barral, 2020).
Utilización de la amenaza "castro-chavista"
Narrado en primera persona, el libro recopila una serie de crónicas y entrevistas realizadas por la autora durante cuatro viajes a Venezuela entre 2019 y 2020 con el objetivo de acercarnos al día a día de sus ciudadanos y entender los efectos del Estado o de su ausencia en su vida cotidiana.
"Me daba mucha rabia ver cómo en Colombia la derecha se inventaba la amenaza del 'castro-chavismo' para ganar votos, esa utilización permanente de una tragedia humana por parte de los políticos y los medios de comunicación. 'No queremos acabar como Venezuela', repiten sin que saber realmente de qué estamos hablando ni qué sucedió”, explica Escobar por videollamada desde su domicilio en Barcelona, donde reside junto a su esposo y sus dos hijos desde hace un año.
Huida de una sociedad dividida
La mudanza a Barcelona no fue casual. Su madre, de nacionalidad española, vivió en la capital catalana hasta los veinte años y Escobar tiene allí familia. “Quería que mis hijos vivieran un día a día muy distinto al que vivimos en Bogotá. Quería sacarlos de una sociedad tan polarizada y dividida, donde las libertades son bastante restringidas”, explica para justificar su decisión de emigrar a España un año después de morir su madre.
Desafortunadamente, su madre falleció entre el tercer y el cuarto viaje y nunca llegó a tener el libro entre sus manos. A cambio, Escobar la cuela entre sus páginas, compartiendo con el lector el sufrimiento y la tristeza que siente al estar lejos de ella cuando se está muriendo, además de poner en uso algo muy valioso que aprendió de ella: su capacidad de observar la realidad desde cierta distancia. “Mi madre nunca dejó de sentirse extranjera en Colombia y estaba siempre comparando la sociedad colombiana con la española y la francesa, que eran las que mejor conocía”, recuerda.
Querer entender
Su condición de colombiana le permitía sentirse “lo suficientemente lejos y cerca para tener intimidad con los entrevistados”, explica Escobar, que de pequeña siempre escuchó hablar de Venezuela como el “vecino rico”. Ahora la situación es inversa: Colombia, país hermano culturalmente, es hoy el hogar de más de un millón y medio de migrantes venezolanos que se fueron de su país “porque necesitan medicinas, porque están por parir en un lugar sin servicios hospitalarios, porque lo han perdido todo, porque tienen hambre”, escribe Escobar en el libro.
Pero a Escobar lo que le interesa contar en su libro no es la historia de los que se van, sino la de los que se quedan, los “quedados”.
"Como si hubieran muerto"
“Impresiona mucho ver que los que se quedan están siempre hablando de los que se fueron, como si se hubieran muerto. Es un poco la idea de duelo compartido”, comenta. De hecho, añade, “a mí me parece todo muy doloroso, porque a nivel global [Venezuela] ha tenido mucho menos espacio que el conflicto de Siria, o Ucrania. Antes de Ucrania, el mayor número de refugiados del mundo salía de Venezuela. Pero, claro, es un problema del sur y no va a estar en primera plana. Nos falta una concepción menos jerárquica de los problemas del mundo”, constata.
Mientras el mundo se olvida de los venezolanos, el régimen de Maduro permite que por el país haya hoy “una cantidad de delincuentes y narcos con plata construyendo restaurantes y hoteles enormes que nadie puede permitirse, porque se gastan en dólares. Están construyendo un Miami dentro de Caracas”, comenta Escobar con tristeza.
El interior, apocalíptico
Lo que ocurre en Caracas o en las lujosas playas de Maracaibo --ahora un lugar para las élites venezolanas y nada más-- no tiene nada que ver con la realidad del resto del país.
“Los viajes en coche por el interior fueron los más duros”, recuerda Escobar. “Circulábamos por carreteras donde había montones de basura porque hace años que nadie recoge la basura, animales tirados muertos porque nadie se los lleva, sin alumbrado público porque no hay electricidad. Me sentía en una película apocalíptica”, añade. “Eso es lo que significa la ausencia de Estado. Algo que no pasa en Caracas, que es donde está Maduro y los boliburgueses, como yo llamo a los “millonarios” de la revolución bolivariana”, se ríe.
Un libro emocional
Por otro lado, Escobar reconoce que su libro va más allá de ser un texto periodístico. “Admito abiertamente que es un libro muy emocional”, dice, poniendo como ejemplo el dolor por la muerte de su madre. “Un dolor humano que me acompañaba en todos los viajes, y que igual me permitía adoptar un punto de vista más íntimo a la hora de hablar con mis entrevistados”, explica.
Además, es un libro marcado por su condición de mujer periodista. “Creo que tenemos mucha más facilidad para aceptar nuestras carencias e ignorancias que los hombres. Y eso en la narrativa se hace evidente”, opina. Escobar resalta que su libro ha sido escrito con humildad, “desde la perspectiva de una mujer que se ha sentido vulnerable en su propio país”, concluye.