“Yo en esa época me drogaba”, “No reconozco mi voz”, o “Se lo han inventado todo los Mossos d’Esquadra”, fueron algunas de las respuestas que dieron los testigos protegidos tras perder esta condición durante el segundo juicio contra 29 miembros de los Casuals. “La fiscal se volvía loca”, asegura uno de los presentes en la escena. “Hubo argumentos de todo tipo para desdecirse, no recuerdo otro juicio en el que todos los testigos se negaran a declarar”, subrayan fuentes de la judicatura, que recuerdan que la vista se convirtió en “el parque temático del silencio”, una de las frases más recordadas del juicio.
Aunque contaban con mamparas para ocultar su identidad y con protección para entrar y salir de la sala, “no se les pudo proteger más”, aseguran fuentes judiciales, porque ninguno lo solicitó. A pesar de que en el juicio se continuó facilitando la protección que permite la Ley Orgánica de Testigos y Peritos --y que ya se les había prestado previamente durante la fase de instrucción-- la mayor parte se echaron atrás “guiados por el miedo”. El motivo fue que durante la vista se facilitó el nombre de algunos de los testigos protegidos a petición de las defensas con arreglo al principio de contradicción --la defensa tiene el derecho de saber quién incrimina a su cliente para confrontar las pruebas--, que hizo que se retractaron de las versiones que ofrecieron inicialmente durante la fase de investigación, cuando dieron una versión “espontánea y libre”.
Los testigos, expuestos
La jurisprudencia del Tribunal Supremo contempla que si el testigo no tiene ninguna vinculación con los acusados, no se debe facilitar su nombre porque no se considera relevante para ejercer el derecho de defensa. Pero en este caso, entre algunos de ellos existían vinculaciones --por la contratación de los Casuals como personal de seguridad en locales de ocio nocturno de Barcelona-- que podían poner en duda la credibilidad de algunos de los testigos.
Esta fue la baza que jugó la defensa para desmontar gran parte de las acusaciones contra los procesados. La Sala consideró que para que se ejerciera debidamente este derecho a la defensa, los acusados tenían derecho a saber el nombre y los apellidos de quienes los acusaban para que pudieran argumentar cuál era la merma de credibilidad y si habían mantenido una relación conflictiva en el pasado que pudiera justificar que esa persona no prestara un testimonio válido. Aunque públicamente el tribunal continuó llamando a los testigos por el número de código, y no por su nombre, este hecho fue suficiente como para disuadirlos.
El calvario de las víctimas
Fuentes conocedoras del caso relatan el calvario que vivieron los testigos --la mayoría del entorno del mundo de la noche, del sector de la seguridad privada y del hampa-- durante aquellos días de juicio. Como también algunos confidentes que ayudaron a acabar con el grupo. "¿Qué vivieron los que ayudaron a la justicia contra los Casuals? Hasta hoy tengo miedo", confiesa uno de ellos.
"Es 2022 y tienes miedo de encontrártelos en alguna de las discotecas de techno de Barcelona, en restaurantes de alto nivel, en sesiones electrónicas, de seguridad... como si nada hubiera pasado", lamentan. En otras palabras: el grupo de mujeres y hombres que se jugó la vida para ayudar a policías y jueces a hacer caer a los Casuals vivirán con miedo durante el resto de su vida. "Antoñito sigue en su piso de la zona de La Campana de L'Hospitalet de Llobregat. Lo veo con frecuencia", relata una voz discreta.
"La familia"
Porque la turba ha cumplido sus penas --excepto Ricardo Mateo, el líder, condenado por blanqueo después-- y ha salido a la calle. Pero como atestigua alguna sentencia reciente, los Casuals siguen moviendo dinero. Lo envían a los presos en la cárcel, como uno de ellos declara en sede judicial. "Somos una familia", presume.
Esa familia todavía sigue infundiendo temor. "Cambiaron para siempre la noche de Barcelona", razona otra fuente. Recuerdan que las discotecas tenían a "gente chunga" en los accesos, pues "la puerta lo es todo: te evita peleas y la entrada de drogas". Hay nombres: Juan Selma, Mohamad Adlouni, alias El Egipcio -- en realidad de nacionalidad libanesa-- jefe de seguridad de complexión enorme que, pese a todo, respetaba a los Casuals. O D.L.O, un controlador de acceso muy fornido que fue apuñalado por Davidillo en la pierna en Opium. Después de negarse a identificarlo en una rueda de reconocimiento tras la intercesión de Antoñito en Opium, Davidillo salió de la Modelo limpio de polvo y paja.
"Llevé escolta"
Ese método era pan de cada día con los Casuals. Intimidaban a los testigos para que no declararan. Se presentaban, como en un apuñalamiento en un Bocatta de Gavà (Barcelona), a las ruedas de reconocimiento para que los afectados no les señalaran. "Es que te obligaban a llevar escolta. Les temías, pues te iban a buscar por la espalda", lamenta una víctima.
De hecho, algunos de los que hicieron de confidentes para Mossos y declararon en el juicio sienten "cierto desamparo". "Se nos dieron garantías de que nada pasaría, de que íbamos a estar protegidos, pero en realidad el blindaje fue mucho menor de lo esperado", lamentan. Barcelona es pequeña, y se las vieron con los Casuals en la calle, en la sala de la Audiencia Provincial y en la noche, donde tuvieron que aguantar "insultos e improperios, como chivato".
La Cataluña que calla
Esas intimidaciones dieron su fruto. Crónica Global ha contactado con una veintena de fuentes para elaborar los artículos sobre los Casuals. La ratio de respuesta es baja. Y han pasado 13 años. Nadie habla. Omertá como en el sur de Italia. "Es que eran malos. Eran la maldad absoluta. En el Barça, en la noche, tienes a gente dura. Pero es que estos son talegueros. Te apuñalan y les da igual. Son arrestados y se la trae al pairo. Van a prisión y están más protegidos que nadie, como en casa", enumera un exvigilante del Camp Nou. "En la cárcel, les ofrecían cursos de rehabilitación y se reían. Seamos serios: los Casuals jamás se van a partir el lomo por 1.000 euros al mes siendo ciudadanos ejemplares", razona un policía que lidió con ellos. De hecho, aún se recuerda cuando el abogado Alejandro Betoret, letrado de confianza de Antoñito, les pidió el 17 de septiembre de 2009 que apalearan dentro de la cárcel a otro preso acusado de agredir a su hija, según describe la sentencia del caso. Fueron (también) un sistema judicial paralelo.
Por ello, los Casuals son aún, 13 años después, la Cataluña que calla. Se les vincula con todo tipo de negocios ilícitos, como la protección de las descargas de droga en el Puerto de Barcelona, algo que afloró la Operación Pórtico de la Guardia Civil de 2018. Fue arrestado Antoñito. Aunque policía y judicatura dudan seriamente de que estén totalmente activos. A lo sumo aletargados, pero nada más. "Cuando mandaban ellos, en Barcelona daba miedo salir por la noche. Tomabas una copa y te volvías a casa. Nadie sabe si la iban a armar en tu pub o discoteca. Fue una época horrible que todo el mundo quiere olvidar", apostilla una vecina de Barcelona que les sufrió en su negocio.