El fin de las restricciones impuestas por el Govern para contener el Covid-19 ha devuelto la vida a las calles catalanas en horario nocturno. Pero, con ella, han regresado también algunos delitos asociados a la noche. En los últimos meses se ha producido un repunte evidente en el número de violaciones a mujeres bajo sumisión química. Sobre todo a raíz del levantamiento de los confinamientos municipales y la reapertura de los locales, según explica Núria Sanvicens, responsable del Área de Química y Drogas del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses de Barcelona, en declaraciones a Crónica Global.
Aunque los datos de 2021 son ligeramente inferiores a los de 2019, el año previo al estallido de la pandemia, muchas mujeres han denunciado haber sido víctimas de este tipo de agresiones. En contra de las falsas creencias que existen en torno a este fenómeno, las jóvenes --el colectivo más afectado-- no han sido sometidas mediante el uso ilícito de sustancias de diseño o la conocida burundanga, sino con drogas y fármacos al alcance cualquiera.
El alcohol, la más habitual
Existen muchos mitos en cuanto a las drogas que se utilizan para agredir sexualmente a una mujer, dice Sanvicens. Lo cierto es que, en el 40% de los casos en los que detectan algún tipo de sustancias, se trata de alcohol. “Encontramos valores de alcohol en sangre muy elevados. Teniendo en cuenta que la muestra que se extrae a la víctima suele producirse varias horas desde la agresión, significa que en el momento en el que se produjo posiblemente estaba en un estado de vulnerabilidad muy grande”.
No siempre la joven la recibe de forma involuntaria. Se dan casos en los que, tras un consumo voluntario, los agresores se aprovechan de su estado de vulnerabilidad para agredirla sexualmente.
La burundanga, anecdótica
La segunda sustancia más detectada --sólo por detrás del alcohol-- son las benzodiacepinas. Un fármaco que se dispensa bajo receta médica y que disminuye la excitación neuronal, hecho que provoca un efecto ansiolítico, hipnótico y relajante muscular. Trazas de estos medicamentos se encuentran en el 25% de las muestras que analizan en el laboratorio, explica la investigadora. Aunque su principal problema es la vida media en el organismo. "Varía según el fármaco, pero en el caso de las benzodiacepinas, que están diseñadas para un tratamiento hipnótico --para personas que tienen insomnio-- o como ansiolítico --para personas que padecen ansiedad-- están pensadas para que actúen de manera rápida”.
También se encuentran cannabinoides --cannabis o hachís-- y cocaína. U otros medicamentos como antidepresivos o antihistamínicos, aunque en una menor proporción que las benzodiacepinas. Al final de la lista se encuentra la famosa tríada --la escopolamina o burundanga, el GHB y la ketamina--. Aunque su uso ha sido mediático en los últimos años, lo cierto es que su detección en las víctimas es anecdótica, asegura la experta. “El primer caso de burundanga ha sido este año. Uno entre miles. Lo hemos mirado y remirado porque no nos lo creíamos. Es algo excepcional”.
Drogas de fácil acceso
Lo que preocupa a los expertos es que las drogas encontradas en las muestras se pueden adquirir fácilmente. De hecho, existe un paralelismo entre las sustancias que reciben procedentes de alijos que son incautados por la policía y las que han consumido o les han proporcionado. “En las muestras de alijo de blisters de fármacos nos llegan este tipo de cosas: benzodiacepinas y medicamentos para el dolor”. Es decir, con nombres que pueden ser familiares.
Fuentes del sector farmacéutico coinciden en que, aunque en los últimos años el control sobre la disposición de este tipo de sustancias se ha intensificado, la pandemia ha elevado el consumo de las benzodiacepinas y las ha situado en el ránking de medicamentos con prescripción médica más solicitados. En este sentido, la popularización de su uso las hace más accesibles para los jóvenes. Y fuera de las boticas también se consiguen fácil, alerta Sanvicens.
Los signos de alerta
Mareos, vómitos, aturdimiento, pérdidas o lagunas de memoria, dificultades para caminar o coordinar los movimientos y, en casos extremos, pérdida de consciencia. Estos son algunos de los síntomas que puede tener una mujer víctima de la sumisión química.
El conocerse uno mismo es esencial. Por ello, la experta recomienda estar alerta si se sienten síntomas inusuales. “Podemos sospechar de una sumisión química cuando una persona se encuentra más afectada de lo normal con una cantidad de alcohol que ya ha ingerido otras veces. Cuando sienta que ese cubata o esa cerveza no le ha sentado bien, que algo raro pasa… probablemente esa bebida tenga algo”.
¿Qué hago si soy víctima de sumisión?
En caso de que una mujer crea que ha sido víctima de una agresión sexual debe acudir cuanto antes a un centro de urgencias, explica la profesional. El tiempo que transcurre entre la sumisión y la toma de la muestra es vital para poder detectar la sustancia en la sangre o en la orina.
Además, recomienda a las víctimas que eviten lavarse, cambiarse de ropa e ir al baño. “La primera orina es la que más información nos va a aportar”, explica Sanvicens en referencia al servicio de química y drogas. En paralelo, el servicio de Biología del Instituto Toxicológico se encarga del análisis de los fluidos que se puedan encontrar en el cuerpo. “Analizan los hisopos de las zonas genitales, anales y bucales y de la ropa de la víctima para la búsqueda de semen. Si se detecta, se procede a la secuenciación de ADN para hacer una comparativa en caso de que haya un sospechoso”. Un proceso que puede resultar poco agradable por la persona que lo pasa, pero vital para hallar al agresor.