Al nacer mi hijo, mi prima Marina, que vive en Londres, me regaló un librito en inglés muy gracioso titulado The baby owner’s manual: operating instructions, trouble-shooting tips, and advice on first-year maintenance, algo así como manual para el propietario del bebé: instrucciones de uso, trucos en caso de avería y consejos de mantenimiento durante el primer año".

El libro, lejos de ser ñoño, es una especie de guía para padres primerizos que se refiere al bebé como si fuera un electrodoméstico o un dispositivo electrónico. Por ejemplo, hay una sección dedicada a programar el bebé en “modo descanso” (Programming sleep mode) donde ayuda a identificar los motivos por los que un bebé puede despertarse a medianoche, más allá de los que vienen programados de serie (hambre, pañal mojado, siesta demasiado larga durante el día). Uno de estos motivos excepcionales es el llamado “milestone waking”, algo así como despertarse después de haber logrado un hito: “El bebé querrá levantarse varias veces por la noche para practicar las nuevas habilidades aprendidas”, alerta la guía.

Un bebé juega en el salón / PIXABAY

Todo el rato al suelo

Eso es exactamente lo que empezó a ocurrirme cuando mi bebé cumplió nueve meses: a las tres de la mañana me lo encontraba, muy animado, a cuatro patas, mirando entre las piernas (una posición que en yoga se conoce como  “perro boca abajo” ), haciendo la croqueta o intentando ponerse de pie sujetándose a los barrotes de la cuna. “Pero, bebé, ¿qué haces?”, le preguntaba, pensando cómo volverlo al modo descanso. La única solución era sacarlo de la cuna y darle un biberón.

La verdad es que con nueve meses mi bebé había logrado dos grandes hitos: gatear a toda pastilla, aunque lo hiciera con la pierna izquierda estirada, sin apoyar la rodilla (es lo que llaman gateo del remero) y aguantarse de pie un par de segundos. Levantarse se volvió su principal obsesión, cualquier mueble podía servirle para agarrar sus manitas e impulsarse hacia arriba, pero el pediatra me aconsejó que no lo animase a caminar. “Lo importante es que gatee, tiene muchos beneficios para su desarrollo”, me insistía. Según las webs de pediatría, gatear ayuda a la coordinación de ambos hemisferios cerebrales, al desarrollo de la visión, al fortalecimiento de caderas y hombros, y a la tonificación de músculos que ayudarán después al bebé a estar recto y andar, además de a tomar consciencia de su propio cuerpo.

Una madre soltera sostiene a su bebé / PEXELS

Consciencia

No sé hasta que punto mi bebé de nueve meses había aprendido a tomar consciencia de su propio cuerpo, pero dejaba muy claro que no soportaba ni que le limpiase los morros con un trapo después de comer, ni que le pusiera una visera para protegerlo del sol. Tampoco le gustaban los calcetines, ni que lo tumbase en el cambiador para cambiarle el pañal o de ropa. Me daba patadas.

Con nueve meses, mi bebé lo que quería era estar todo el rato en el suelo y moverse por su cuenta, a no ser que se cayera y se diera un buen coscorrón. Entonces sí aceptaba que lo agarrase en brazos y lo achuchara como cuando era un recién nacido. Las caídas y coscorrones pasaron a formar parte de su vida diaria desde los nueve meses, pero la peor putada aún estaba por venir. Y se la hice yo.

Encerrado en el coche

Una tarde, al regresar al párking después de un día maravilloso por el Poble Nou en compañía de una amiga y su hija de tres años, se me quedó encerrado en el coche. Todavía no entiendo cómo pudo ocurrir. Normalmente, cuando lo subo a la sillita se pone nervioso y le doy las llaves del coche para que se entretenga. Ese día hice lo mismo. Una vez lo tuve bien atado en la sillita, cargué el cochecito en el maletero y fui cerrando todas las puertas del coche antes de subirme al volante. Al intentar abrir la puerta del conductor, no pude. Mi hijo, sin querer, había apretado el botón de cierre del mando y había bloqueado todas las puertas. Me entró un ataque de pánico y paré al primer coche que pasó por delante. Era una pareja joven. “Mi bebé está encerrado dentro del coche, mi bebé está encerrado...”, gritaba, dominada por el pánico. Me dijeron que me tranquilizase y fueron a avisar a Seguridad.

La bebé junto a su madre / CG

“¿No puedes llamar a tu seguro?”, me sugirió el vigilante del párking, que enseguida vino a mi rescate. “¿El seguro?”, repetí, incapaz de recordar el nombre del seguro. Entonces le pedí prestado su telefono móvil (mi bolso se había quedado dentro del coche) y llamé a mis padres, mientras oía a mi bebé llorando desconsolado en el interior del coche. Por suerte, mis padres estaban en casa y yo recordaba perfectamente donde estaban las llaves de recambio. En 40 minutos podían llegar al párking. Respiré aliviada.

Angustia, pero con final feliz

“Pero este niño llora mucho, piensa que si encuentran tráfico...Yo rompería el cristal”,  me dijo el vigilante, poniéndome más nerviosa. Decidí esperar a mis padres. Fueron 40 minutos angustiosos --para ver a mi hijo, tenía que enfocarlo con la linterna del móvil prestado, porque las ventanas de mi coche son de cristal tintado y el parking estaba muy oscuro--, pero estábamos fuera de peligro: gracias a dios, estábamos en un párking subterráneo y no en el exterior, bajo el calor del mes de agosto.

Cuando mis padres llegaron, llevamos a mi hijo a los columpios y después entramos en una juguetería y le compramos varios juguetes. Dos horas después, lo volvía a meter en el coche. Estaba contento, como si no hubiera pasado nada.