Durante la espera de una cita en un organismo de la Administración Pública, consultamos nuestro correo y nuestras redes sociales. Para acudir, seguramente también habremos tenido que introducir unas claves para solicitar esta cita previa ante la Administración. Distintas claves, múltiples procesos y un usuario diversificado -aunque una única persona- por cada uno de los servicios y procesos administrativos que gestionamos. ¿Os habéis percatado que para solicitar, por ejemplo, la tarjeta sanitaria debemos gestionar con anterioridad el padrón? Ante este escenario, parece irrefutable señalar el papel de la indisolubilidad de la identidad digital.

¿Qué es la identidad digital?

Empecemos por definir este concepto como el conjunto de información y datos que nos define como usuarios ante otras personas en el ciberespacio o Internet de la Información. Con estas credenciales, el resto de usuarios pueden conocer elementos de nuestra forma de vivir, así como acerca de cómo somos, cuáles son nuestras habilidades y aptitudes profesionales o incluso, la opinión de terceros sobre nosotros a nivel reputacional.

Esta construcción de identidad digital se ha creado a partir de los datos e información que dejamos en el ciberespacio con cada una de nuestras búsquedas de navegación, pero también de aquellos otros datos que generamos fuera de la Red. Nos referimos a datos personales -todos aquellos datos que introducimos en las redes sociales cuando creamos una cuenta, por ejemplo-, imágenes que publicamos o, incluso, un documento físico de empadronamiento o el justificante de pago de una matrícula de cualquier actividad. Todos ellos son datos susceptibles de ser digitalizados y por consiguiente, de construir y formar parte de nuestra identidad digital.

Valor y confianza

Si el Internet de la Información ha cambiado nuestra forma de vivir en las últimas décadas, la nueva revolución tecnológica conocida como Internet of Value o Internet of Trust, como propone nuestro socio director y experto en fintech, José Gelafell, esta segunda etapa de la transformación digital basada en el blockchain se intuye con mayor potencial disruptor para cambiar el mundo.

¿Por qué el interés de esta autoridad descentralizada? Es fácil. Tal como suele explicar Gefaell el blockchain es trustless: su aplicación no depende de la credibilidad o fiabilidad de una única entidad para confiar en el registro a nombre de alquiler de cualquier activo o transacción con valor. Como apunta el fundador de Caelum Labs, Alex Puig, “la revolución del Internet of Trust humaniza la información y los datos”. El valor de sus activos es controlado por su verdadero creador: el usuario -tú, yo- y no por terceros. Desaparece aquel organismo tercero llamado banco, notaría, compañía de telefonía.

El digitalizador como solución

Yo soy lo que los demás dicen que soy, mis atributos firmados conforman mi identidad. Así cuando alguien me otorga una credencial, es a mí directamente, y no se guarda en sus silos, si no que la guardo yo. Estamos hablando del concepto de ownership. Ahora bien, transitamos en un modelo en el que los trust anchors aún no van a desaparecer, necesitamos a las entidades de confianza para certificar los atributos, hasta llegar a un punto donde la reputación sea suficiente. Si hablamos de un banco, el ejemplo es claro. Nos fiamos del banco, y no de un protocolo descentralizado en primera instancia; la respuesta es la confianza. En estas primeras etapas, la confianza va a tener que ser otorgada por organismos reconocidos, hasta llegar a una realidad descentralizada.

Con la inexistencia de la figura del “digitalizador” -intermediario- y la introducción de la tecnología blockchain, una persona solo necesitará autenticar su identidad para aceptar o firmar, por ejemplo, con total seguridad un servicio o documento. Sin terceros. Y lo que es más importante aún, sin que esos terceros controlen nuestra identidad.

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