De un día para otro, mi hijo ha empezado a chuparse el dedo gordo. “Hace la pipa, eso es buena señal”, me dice mi tía Ana, que era médico y analiza cualquier cambio en mi bebé con ojo clínico. Por supuesto, ha sido mi tía Ana la que me ha regalado un calendario de desarrollo del bebé en tamaño póster, para que pueda seguir su evolución mes a mes, hasta que cumpla un año.
Con tres meses, leo, “al bebé le gusta tocarte si te acercas y te contesta con risas y arrullos cuando le hablas”. Check. “Comienza a controlar los músculos del cuello, lo que le permite mantener la cabeza erguida”. Check. “Le llaman la atención sus propias manos, las mantiene casi siempre abiertas y se lleva los dedos a la boca”. Super check.
Hace días que a mi bebé le ha dado por meterse en la boca el dedo gordo de la mano. A veces se llega a meter dos o tres dedos, entusiasmado de haber descubierto que tiene dedos. Se los llega a meter en la boca incluso cuando le doy el biberón, como si quisiera comprobar que, a diferencia de la tetina, de su dedo no sale leche.
En brazos de desconocidos
Otra de las cosas que más gracia me hace es que desde hace unos días empieza a despistarse con cualquier cosa mientras le doy el biberón. Si hay gente alrededor, se oyen ruidos o hay luces, su cabecita se mueve de un lado a otro, y yo tengo que ir acompañando su movimiento con el biberón para que siga comiendo. Antes, cuando lo llevaba a comer a un restaurante, solía quedarse dormido mientras le daba el biberón. Ahora la curiosidad le puede y no hay manera de que se concentre para comer. Quiere verlo todo, y yo lo animo, sujetándolo en alto, para que pueda ver lo que como.
“Ay, Ricard, lo que te espera con esta madre”, bromeaba un amigo mío mientras me veía intentando comer pizza con una mano y darle el biberón con la otra. Para que pudiera terminar de comer, mi amigo se ofreció a cogerlo en brazos y mi hijo, como de costumbre, no protestó. Supongo que está mal que lo diga yo, pero me ha salido un bebé bastante simpático y no suele llorar en brazos de desconocidos. No obstante, según el calendario de mi tía, esto cambiará a partir de los cinco meses, cuando empiece a distinguir entre sus familiares y extraños. Ya veremos.
Mi madre insiste en que lo estoy estimulando demasiado, con tantas comidas y paseos por la ciudad, que un bebé debería dormir más. Pero yo no le hago caso. Necesito salir de casa, ver gente, para que el día no se me haga tan largo. Estar todo el día metida en casa con un bebé que cada vez duerme menos es agotador y poco estimulante para mi cerebro.
El problema es que si me lo llevo de juerga durante el día, cuando llego a casa es capaz de dormirse en la bañera. Entonces no me queda otro remedio que dejarlo dormir medio desnudo, porque si lo despierto para ponerle el pijama se pondrá de mal humor, porque se acordará de que tiene hambre. Y mi bebé, cuando tiene hambre, no perdona. A estas alturas ya sabe identificar que le estoy preparando el biberón --el ruido del calentador eléctrico, el borboteo del agua entrando en el biberón, el sonido de mi voz contando en voz alta las cucharadas de leche en polvo-- que cuando llega el último paso, atarle el babero al cuello, empieza a agitar las piernas y a mover los brazos arriba y abajo, como si intentara palpar el biberón, a la vez que emite unos ruiditos muy graciosos, que me recuerdan al Chiquito de la Calzada. Pero ya puedo darme prisa, o los ruiditos divertidos se convertirán pronto en chillidos histéricos.
La atracción de la música
De momento no he celebrado ningún cumple-mes, pero en cambio sí he tenido muy presente el día que se cumplió un año desde que me realizaran con éxito la transferencia de embrión, es decir, desde que me quedé oficialmente embarazada. Decidí celebrarlo empezando a escribir un diario para mi hijo, que espero que lea cuando sea mayor. Mi diario empieza diciéndole que tuve mucha suerte. Las fecundaciones in vitro no siempre salen a la primera, pero el destino, y la ciencia, quisieron que así fuera. Casualidades de la vida, la señalada fecha coincidió con el día de San Valentín, así que estaba claro: mi hijo iba a ser el amor de mi vida. Me pregunto qué le responderé cuando él lea mi diario y me pregunte sobre mis otros amores, los hombres. Supongo que le diré que en el amor nada es seguro o para siempre, pero que hay que disfrutarlo mientras dure.
Para compensar la falta de padre, mi hijo tiene al lado a un abuelo maravilloso, que cada tarde lo sienta en su regazo y escuchan juntos música clásica por el canal Mezzo. El otro día, escuchando el concierto número 21 de Mozart, se quedó dulcemente dormido. Algo que me haría sentir orgullosa como madre, de no saber que se queda igual de frito escuchando el ruido del secador de pelo o bailando en mis brazos mientras le canto al oído Amy Weinhouse (y yo canto fatal).
Tiempo para leer
Aunque ya empieza a pesar lo suyo, bailar con mi hijo en brazos es lo que más me gusta del mundo. Poco a poco, su cuerpo menudo va relajándose hasta que de pronto deja caer el cuello, ofreciéndome su suave nuca para que le dé un beso, y entonces sé que se ha dormido.
Mis amigas no dejan de repetirme que tengo mucha suerte: tengo un bebé que de momento duerme de un tirón por las noches y, encima, es simpático. Mi hermana lo llama “el pequeño Buda”, porque desde que ha entrado en casa nadie se pelea. Mi cuñada solo piensa en que llegue el domingo para tenerlo en sus brazos, mis tíos me preguntan si pueden venir a jugar con él cada dos por tres. Yo digo siempre que sí, y aprovecho para esconderme en el salón a leer un rato. Lo bueno de haber sido madre es que nunca tengo suficiente tiempo libre por delante para poder ver entero el capítulo de una serie, así que he sustituido Netflix por los libros. Rascando diez minutos por aquí y otros veinte por allí ya llevo un par de novelones --La familia Moskat, de Isaac Bashevis Singer, y La familia Karnovsky, de su hermano Israel Yehoshua Singer.
Mi hijo no sé si leerá novelas, pero de momento apunta maneras como cocinero. Le encanta que lo sienten en la repisa de la cocina y observar como su abuelo cocina mientras él jugueta con una cuchara de madera. Intenta sostenerla entre sus dedos unos instantes, pero le resbala continuamente, y se ríe.