La llegada de un nuevo miembro a la familia siempre suele ser motivo de alegría entre los más pequeños, especialmente cuando el recién llegado es una mascota. En familias con niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), una mascota puede lograr de forma más o menos rápida lo que los otros miembros llevaban tiempo intentando sin éxito: establecer un vínculo emocional con el pequeño de la casa que vive la mayor parte del tiempo en su mundo interior.
“Se sabe que en los trastornos de espectro autista --que sufren, según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada 160 niños en el mundo--, una de las principales alteraciones que define al cuadro es la alteración cualitativa de las relaciones sociales, acompañada de una dificultad en comunicación y lenguaje. En los niños diagnosticados por déficit de atención con o sin hiperactividad, la conducta, la concentración y las habilidades sociales suelen ser áreas necesitadas de atención, estimulación y tratamiento. El contacto con animales inteligentes y que presentan conexión con el ser humano suelen ser entornos de disfrute y desarrollo, como la terapia con caballos, delfines o perros de asistencia”, explica Ana Asensio, de Vidas en Positivo, psicóloga y Doctora en Neurociencia.
Mejora en la socialización
El neuropediatra Manuel Antonio Fernández cree que convivir con una mascota “rotundamente mejora la socialización”. Sin embargo, indica que el “tema del lenguaje es otra cosa. Se mejora la capacidad de comunicación no verbal, pero el lenguaje es más complejo y complicado de desarrollar. Pero oye, sólo por esa mejora de comunicación y socialización sale a cuenta tener una mascota en casa. Eso sí, siendo conscientes de que la mascota no es un terapeuta, es un miembro más de la familia que, entre otras cosas, aporta un beneficio al niño con dificultades y a toda la familia en general”, advierte.
Pero los beneficios de tener una mascota en casa no acaban ahí. “Ayuda a crear consciencia de cuidado, hábitos responsables adaptados a su edad y fomento de la inteligencia naturalista y animalista. Mejora la sensibilidad y las familias remiten mejoras en el carácter de sus hijos en general. Cuando nos referimos a niños con alguna dificultad específica o trastorno del desarrollo, el contacto con animales domésticos permite un nivel de comunicación, conexión y sintonía que favorece y complementa a otras terapias. Pero es importante para ello elegir bien el animal, que éste haya sido entrenado y que el niño sienta interés por ello”, apunta Asensio.
La elección de mascota es, por tanto, una cuestión no menor. “Hay diferentes estudios y pruebas realizadas con diferentes especies. Se realiza terapia con perros, con caballos, con delfines... Cada uno tiene unas características y peculiaridades específicas, pero todos aportan valor. Independientemente de ello, la larga y amplia experiencia existente en la terapia con perros por su capacidad de adaptación y aprendizaje, así como por sus capacidades sensoriales, probablemente hacen de ellos una de las mejores opciones”, señala el doctor Manuel Antonio Fernández.
La neuropsicóloga Ana Asensio es del mismo parecer. “Los perros son animales altamente domésticos con un grado de amor por el humano que acompañan, cuidan y protegen haciendo de la familia y de su dueño su familia y manada. Los perros con carácter sociable, tranquilos, dóciles e inteligentes pueden facilitar mucho una terapia de socialización y comunicación. De manera que, en ocasiones, el niño al acariciarle, al observar el efecto conductual predecible del animal entrenado, al poder ejercer interacción en juegos sencillos, aprende algunas palabras para interactuar con el animal. Se convierte en un gran compañero de vida”, considera Asensio.
Además, señala esta profesional, “hay estudios que evidencian mejoras en niños con TDAH y TEA como, por ejemplo, una mayor concentración y calma al acariciar, al cepillar y al disfrutar del estímulo sensorial en el contacto. También favorecen el seguimiento de hábitos y conductas. Y, a la postre, el juego les produce felicidad, lanzando una pelota y recogiéndola de vuelta, disfrutando de sus besos y provocando cosquillas y risas o dándole de comer”.
Proceso evolutivo del niño
Para apreciar mejoras en niños con TEA o con TDHA tras la llegada a casa de las mascotas, es importante tener en consideración que la llegada del animal debe “hacerse de forma sincronizada con el proceso evolutivo del chico e integrándolo dentro de los diferentes hábitos y rutinas familiares, así como contando con las terapias y tratamientos que esté recibiendo el niño. ¿Por qué digo esto? Hay chicos con TDAH o TEA con unos niveles de hiperactividad muy altos que si no están controlados razonablemente puede generar conflictos con el perro, estrés o incluso algún enfrentamiento. Igualmente, en caso de una importante impulsividad, se puede dar el caso de conductas violentas con la mascota”, admite Manuel Antonio Fernández.
“Básicamente quiero transmitir la importancia de valorar la llegada de una mascota a casa de forma que no se cree una expectativa falsa que lleve a los padres a pensar que ese mero hecho va a solucionar los problemas de su hijo. Es un plus que ayuda y que se debe tener en cuenta como un apoyo en el momento adecuado para cada caso”, insiste este neuropediatra.
Decisión meditada: también hay contras
Más allá de las recomendaciones, lo cierto es que los perros son los que ganan por goleada en la elección de mascota. La veterinaria Viqui Martínez del Campo, con centro propio, BlueVet, reconoce que siempre es bueno regalar un perro: “A mí me parece muy bonita la llegada de un perro a casa. Pero eso sí, la compra de un perro nunca debe ser un impulso. Es un ser con el que vamos a compartir los próximos 14 o 15 años. Merece, al menos, que sea una decisión bien meditada”.
Las fotos de los cachorros en medio de un jardín o en una casa decorada son idílicas, pero no debemos llevarnos por el marketing y sí por la realidad. “Tenemos que saber que ese precioso cachorrito que apetece estrujar todo el rato lo primero que va a hacer al llegar a casa es un pis de bienvenida en nuestra alfombra favorita. Y luego una caca, y luego otro pis... Con suerte, en uno o dos meses podremos empezar a educarlo”, descibre Martínez del Campo. “También debemos ser conscientes que, además de manchar, va a morder, romper y destrozar muebles, ropa, paredes, juguetes... Además, corremos el riesgo de que si se queda solo comience a entonar sus cánticos de melancolía, con las consecuentes broncas y/o denuncias de los vecinos. Va a tirar de la correa hasta que consigamos (o no) enseñarle que eso no tiene que hacerlo. Si nos sale muy dominante, lo tendremos que llevar atado, o con bozal incluso, si encima es de una raza considerada peligrosa. Nos gastaremos en él un presupuesto, tanto en veterinario como en comida, que no bajará de 500 euros al año (si lo queremos tener bien cuidado y todo en regla), y eso si no se rompe una patita o hay que abrirle el intestino porque se haya tragado el chupete del niño, que entonces el gasto se multiplica”, recuerda. “Y debemos estar dispuestos a todo ello, sin peros y sin dudas”, concluye.