Sant Jordi es el patrón de Cataluña, pero su vida se sitúa en la actual Israel entre los siglos II y III. Sirvió al emperador romano Diocleciano, que al final lo torturó durante años y lo decapitó porque rendía culto a Cristo, algo prohibido en la Roma de aquella época. Fue santificado en el 494.

Siglos después, Sant Jordi fue proclamado patrón de la caballería aristocrática cristiana que batalló en la primera cruzada (1096-99) y, algo después, lo erigieron en patrón de las caballerías aristocráticas de Europa. Los aristócratas aragoneses fueron los primeros en la Península que adoptaron su patronazgo, con motivo de una guerra por el control del valle del Ebro a finales del siglo XI. Hizo lo mismo la aristocracia catalana, que luchaba contra el mismo enemigo por el control de Lleida y Tortosa. Ya en 1137, Sant Jordi se convirtió en el patrón del estamento militar en su conjunto y, al final, lo acabó siendo de la Corona de Aragón.

Sobre Sant Jordi y el dragón, la leyenda dice que una bestia tenía sometida a la población de Montblanc, y la única manera de calmarla era dándole ganado. Pero los animales pronto escasearon, y los vecinos se echaban a suertes quién era el sacrificado... hasta que le tocó a la hija del rey. Suerte que por allí pasaba este soldado, que lo mató, y de la sangre del monstruo brotó un rosal. Sea como sea, el patrón de Cataluña está muy representado en distintos puntos de la capital catalana. Aquí solo se muestran algunos de los numerosos ejemplos.