Enterrar ya no es lo que era. La profesionalización del sector funerario ha cambiado el rostro de un trabajo sobre el cual pesan todavía muchos tabús. Las nuevas generaciones de operarios de cementerios reivindican la dignidad de una tarea imprescindible que ha pasado a primer plano con la pandemia del Covid.

El Instituto Español Funerario es una organización pionera y con sede en Cataluña que ha participado en la generación de las nuevas hornadas de especialistas. Su director y fundador, José Luis Mulero, destaca la atracción que este mundo despierta en los jóvenes: "La edad de la mayoría de nuestros alumnos va de los 16 a los 25 años y de los 30 a los 45". "La mayoría de ellos llegan a nosotros por curiosidad, habiéndose informado previamente a través de la web y sin contar con antecedentes familiares", detalla. Y añade otro dato: el 70% de los estudiantes inscritos en sus cursos son mujeres.

 

 

La frenética jornada de los enterradores del mayor cementerio brasileño / EFE

Vencer los miedos

Una de ellas es Liliana. Esta joven de origen rumano se interesó de forma autónoma por esta salida laboral. "Desde muy pequeña me había llamado la atención. Antes era algo que casi se heredaba de padres a hijos, pero ahora es distinto", explica. En su caso, pasó de encaminarse a los estudios forenses a enfocarse en la tanatoestética. A partir de ahí, siguió aprendiendo otras disciplinas para dominar todos los campos de conocimiento funerario.

"Cuanto más descubría, más quería aprender. Realmente me he metido en todo", revela. ¿Tuvo reparos en algún momento? Liliana confiesa que la primera vez que se enfrentó con un cadáver --las clases del Instituto Español Funerario no utilizan réplicas, sino cuerpos reales sin vida-- estaba nerviosa. "No sabía cómo sería el tacto. Pero entré temblorosa a la sala y salí entusiasmada", revela. "Te sientes agradecida de que las tuyas serán las últimas manos que estarán en contacto con el difunto".

Estabilidad y vocación

La institución ofrece una panoplia de titulaciones en distintos ámbitos, desde tanatopraxia hasta conducción de vehículos fúnebres. También incluyen formación en ceremonias civiles y religiosas, técnicos en hornos crematorios y actuación en recogidas judiciales (ayudantes de las comitivas judiciales). En el caso de los operarios de cementerios, estos asumen no solo la parte material de las inhumaciones y exhumaciones, sino todo tipo de gestión vinculada con la sepultura. "Son trabajos cuya remuneración oscila entre los 1.400 y 1.500 euros según el convenio", indica Mulero.

La estabilidad que ofrecen las empresas, sumado al afán vocacional de los pupilos, hace que año tras año aumenten los inscritos. En 2020 han pasado por sus aulas hasta 700 estudiantes. "Se están dejando atrás los prejuicios y es una profesión que cada vez genera menos rechazo. En eso han podido ayudar algunas series de televisión como A dos metros bajo tierra que han impulsado la curiosidad por el sector", incide.

Un familiar visita a sus difuntos / EP

Actitud estoica

Pero también es necesario estar hecho de otra pasta para sobrellevar los aspectos más duros del oficio. Los propios trabajadores lo reconocen. Rafael, exalumno del centro y ahora coordinador de prácticas en la institución, asegura que hay que ser "fuerte" para afrontar las situaciones más trágicas: "No es lo mismo un accidente de tráfico o un asesinato que un anciano que muere de forma natural. Al final somos personas".

En efecto, antes de apuntarse a cualquier oferta formativa, la academia realiza una entrevista de una hora de duración con los precandidatos. Allí sondean sus reacciones: "No queremos que nadie gaste su dinero en balde. Un psicólogo examina a los interesados para averiguar si tienen una aprensividad menos baja". Aunque las pompas fúnebres se toman sus precauciones. Por ejemplo, los tanatoprácticos no entran en contacto con la familia para no sufrir una presión adicional, sino que de eso se encargan los tramitadores.

Una mujer visita a familiares difuntos en un cementerio de Pamplona / EP

Menos prejuicios

Pero las experiencias que atesoran merecen la pena. En palabras de Liliana, "se vive un antes y un después". "Aprendes a respetar a todas las personas mucho más y ves la vida de forma distinta" Rafael añade que la crisis sanitaria ha ayudado en parte a derribar los prejuicios que rodean el momento final de la vida. "Cuando dices de lo que trabajas, al principio muchos se echan para atrás. La cultura de la muerte es un tabú. Pero es un trabajo muy gratificante en el que creces como persona", cuenta.

Sin embargo, el coronavirus ha realzado el valor de estos profesionales, que durante la primera oleada vírica fueron los encargados de enterrar a los ciudadanos fallecidos a causa del virus. La mayoría de veces a solas, sin sus familiares. "Es una profesión que da respeto, pero también recibimos el respeto de la gente", concluye Liliana.

Una mujer observa fijamente una tumba del Cementerio Cristo de la Salud Espinardo en Murcia (España) / EP

 

Una mujer observa fijamente una tumba del Cementerio Cristo de la Salud Espinardo en Murcia (España) / EP