Sin empleo, sin familia, sin ayuda. La precaria situación de muchas trabajadoras del hogar se ha visto agravada tras el azote del Covid-19. Se calcula que en España hay cerca de 200.000 mujeres que trabajan de forma irregular en tareas domésticas y de cuidados de personas mayores. La mayoría de ellas son extranjeras de entre 20 y 35 años que aceptan sueldos ínfimos por pura necesidad. Es mejor trabajar en negro, argumentan, que no tener nada.

Crónica Global ha hablado con Rosario y María, dos mujeres que se vieron en la calle durante los primeros meses de reclusión. "Trabajaba cuidando a ancianos por horas. Me pagaban cinco euros la hora por atenderlos. La mayoría estaban postrados, eran dependientes. Intenté pedir un poco más porque había que moverlos, bañarlos... pero no me subieron el sueldo", explica Rosario, que ahora mismo se encuentra desempleada aunque sigue mandando plata a Perú. María se encuentra en un brete parecido: "Soy ecuatoriana. Estuve durante dos años en una casa donde me humillaban, me trataban de analfabeta. Estoy sola, solo tengo una prima de mi esposo aquí. Ahora he conseguido un empleo, pero llevaba cuatro meses sin trabajar".

 

Empleadas del hogar: vacaciones, jornada laboral y permisos / PARAINMIGRANTES.INFO

Precariedad crónica

El relato de ambas mujeres define la fragilidad económica de este colectivo. Pese a que en 2011 se aprobó un real decreto que introdujo algunos avances --como la escrituración de los contratos o la posibilidad de cotizar desde el primer día de actividad--, las representantes del sector reprochan la inexistencia de un marco laboral estable que fije unas condiciones mínimas para el ejercicio del trabajo doméstico. Además, denuncian que España aún no haya traspuesto el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, cuyo articulado mejoraría notablemente el estatus de las afectadas.

Un anciano dependiente a es ayudado a colocarse una mascarilla por una cuidadora / NODROMAR

La falta de un entorno regulatorio agudiza la explotación. Graciela Gallego, portavoz del Sindicato de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (Sintrahocu), denuncia el aprovechamiento por parte de muchas familias e, incluso, de personas mayores que buscan apoyo de forma particular. "Los empleadores muchas veces son personas de la tercera edad que ni siquiera conocen la legislación. Son abuelos que viven solos".

La estocada del Covid

El rigor de la crisis sanitaria ha tirado los sueldos a la baja y ha vuelto aún más draconianas las condiciones laborales. "En algunos casos se están pagando salarios de 250 euros", advierte. Pero tampoco las mujeres que cobran en blanco disfrutan de condiciones mucho mejores: sus nóminas no están referenciadas con el salario mínimo interprofesional (SMI) y ni siquiera entran dentro de las contingencias profesionales.

"Piensa en el estatus de las internas: tienen tres jornadas de ocho horas, todo el día, por el salario de una única jornada. Hay que ampliar el concepto de trabajo de los cuidados a domicilio para que estén bien remuneradas", defiende.

Una trabajadora de una residencia conversa con un residente con discapacidad física / EP

Siete despidos diarios

De hecho, el caso de las trabajadoras con papeles no es sensiblemente diferente. Pese a disponer de un contrato, gran parte de estas empleadas --378.134 personas, según el último registro de la Seguridad Social consultado por Gallego-- fueron despedidas durante la primera oleada del coronavirus para preservar las medidas de seguridad.

Entre marzo y junio, muchas internas se vieron en la calle. Fany Galeas, responsable de este ámbito laboral en CCOO, pone cifras a este drama: "Solo un 30% de las trabajadoras que despidieron ha recuperado su empleo. Un 20% no ha vuelto porque las personas mayores que cuidaban han fallecido y el otro 50% sigue sin empleo y muchas sin cobrar su última paga". Galeas aporta otro dato: cada día se echa a siete empleadas domésticas en España. "Yo les digo a mis compañeras: organizaos, dad la cara. Ese es el camino para reivindicar su situación, como han hecho otros colectivos como las kellys", sostiene.

Una cuidadora atiende a un anciano dependiente en una residencia / EP

El apoyo de la sociedad civil

La falta de subsidios específicos para las trabajadoras del hogar resalta aún más el papel de la sociedad civil. Alberto Díaz, pastor del Centro de Ayuda Cristiano, conoce de primera mano esta situación. "Nos encontramos con una explotación laboral a raíz de la pandemia. Hay mucha gente indocumentada que trabaja en la economía sumergida y que por necesidad de ingresos acaba sometiéndose y acepta trabajos en condiciones deplorables", lamenta este sacerdote que lleva años desarrollando programas de beneficiencia.

En el centro, Díaz brinda apoyo psicológico y material a estas personas para que no caigan en cuadros de malestar psicológico. "Hay que dar mucho ánimo porque la depresión y la ansiedad han repuntado. Combinamos la asistencia con alimentos con el respaldo emocional y espiritual", cuenta. La parroquia se ha volcado especialmente esta Navidad para salvar esta época tan especial. Rosario y María acuden al centro semanalmente para hallar un brillo de esperanza. Ambas tienen proyectos personales que las alejan de la desesperación. "No me voy a dar por vencida", cuenta Rosario. María sentencia que no ha pensado ni por un momento en dejar España y piensa en continuar sus estudios de peluquerías. Como ellas hay cientos de mujeres que se resisten a que el Covid les arrebata sus sueños.