Los cambios en la rutina afectan a todas las personas. Los seres humanos son animales de costumbres, de procesos fijos y difícilmente alterables. Pero estos patrones de conducta se han visto modificados. Desde el pasado 14 de marzo todo lo aceptado como habitual se transformó, e irrumpieron en el día a día de la gente nuevas normas, nuevas formas de interactuar, y nuevas maneras de comportarse.
¿Cómo ha afectado este terremoto vital a los más pequeños? Los niños son plásticos, pero también sufren el duelo por el cambio, igual que los adultos.
¿Cómo ayudar a los niños y niñas a enfrentar el estrés durante la pandemia por COVID-19? / PAHO TV
Los niños se adaptan bien
La llegada del confinamiento sorprendió a todo el mundo. De un día para otro, encerrados en casa. Esta situación fue bien recibida, en general, por los niños “porque estaban en su hogar, y con sus padres, sus protectores” afirma Anna Claret, psicóloga infantil y juvenil. En circunstancias normales muchos de ellos realizan actividades extraescolares, y tienen buena parte de la jornada ocupada.
Esta situación desemboca en que el tiempo que pasan con sus progenitores es muy limitado. “Algunos chicos han ganado absolutamente en tranquilidad” apunta Maria Núria Pi Sopeña, pediatra en Sant Adrià del Besós, y añade que “la mayoría se han adaptado bien al cambio, solo a algunos los he tenido que derivar al psicólogo por temas relacionados con la ansiedad”.
"Ansiedad por separación"
Sin embargo, con la vuelta a la normalidad surge “la ansiedad por separación”. Los niños han estado mucho tiempo junto a sus padres. Ahora se han separado y surgen pensamientos catastrofistas sobre la seguridad de sus seres queridos “por ejemplo, pensar que puede que se contagien de coronavirus, y mueran”.
La experiencia que han vivido los más pequeños ha hecho pensar que han sufrido un proceso de maduración acelerado. En cualquier caso “más que madurar los niños han pasado por una experiencia traumática” apunta Claret y lo que han hecho “es desarrollar estrategias para adaptase y combatir una situación grave, en un contexto muy complicado para todos”.
La evolución física
Los meses de reclusión total supusieron una paralización de todas las actividades, que perdura en estos momentos. En consecuencia los niños han dejado de hacer toda una larga lista de actividades extraescolares físicas e intelectuales que rellenaban sus horarios hasta la noche. La parte positiva es que pasan mucho más tiempo en casa con sus padres, y que su ritmo vital se ha ralentizado.
Sin embargo “muchos niños han engordado a consecuencia del freno de la actividad”, señala Pi Sopeña, y añade que “normalmente llevan una vida muy estresante, salen a las cuatro del colegio, meriendan rápido, para estar a las cinco en inglés, y luego a las siete en artes marciales”. El parón actual “lo agradece su nivel de tranquilidad y sosiego”.
Cómo afrontar la muerte
“Cuesta un poco respirar, pero no pasa nada. Es mejor que morirse”. Esta frase la pronunció una niña valenciana al ser preguntada sobre la obligatoriedad de llevar mascarilla en el aula. Las reacciones en Twitter no se hicieron esperar, desde gente que alababa la sensatez de la pequeña, a aquellos que directamente proponían incluirla en el comité de expertos. Lo que seguramente no se preguntaron los internautas es si es normal que una niña pequeña pronuncie una frase con tal grado de reflexión.
“A partir de los ocho o nueve años los niños empiezan a plantearse los temas relacionados con la vida y la muerte”, apunta Claret, y añade que “a partir de esta edad empiezan a tener conciencia de la finitud de las cosas y de que la vida de las personas se acaba”.
Pánico al virus
La reacción ante el fallecimiento depende de la edad. A partir de los ocho años toman consciencia de la efimeridad, y por tanto, de que las personas no somos eternas. La reacción ante este proceso natural “no tendría por qué ser diferente al de un adulto, siempre y cuando al niño se le explique bien todo lo que sucede”. Pero las circunstancias actuales no son naturales. Hay gente que ha perdido a familiares que tras salir un día de casa, ingresaron en el hospital, y no los han vuelto a ver, ni vivos, ni muertos. Esta situación “claro que afecta mucho a los niños, porque es una desaparición traumática, y no tienen los mismos mecanismos que un adulto para afrontarla”.
Ante esta tipo de situaciones la diferencia esencial reside en cómo se trate el tema de la muerte. “Si tú a un niño le dices, por ejemplo, que si no se pone mascarilla, podría matar al abuelo, se genera un daño” porque ante situaciones como esta el niño puede desarrollar pánico al virus, por la posibilidad de ser el culpable de matar a un ser querido. Lo que está claro es que la situación actual “ha puesto a los niños en contacto directo y frecuente con el tema de la muerte”. Porque “vivimos en Barcelona, en el siglo XXI, y tenemos cubiertas nuestras necesidades. Y hasta hace poco la muerte no estaba en la agenda de nadie, y menos en la de los más pequeños”.