La educación superior a distancia ha llegado para quedarse, al menos mientras el Covid siga sin cura ni remedio. En los últimos meses, las universidades y otros centros de estudio superior han tenido que hacer un esfuerzo extra para adaptar rápidamente su metodología a las clases online. Todo con el objetivo de ofrecer una formación virtual de una calidad que se asemeje lo máximo posible a la que se obtendría en la modalidad presencial. ¿Lo han conseguido? Los alumnos muestran opiniones diversas. Y se pronuncian de forma anónima, por miedo a que les perjudique académicamente.
Un elemento en el que hay consenso es que en ningún caso es lo mismo estudiar a distancia que hacerlo de forma presencial. Cambian los métodos, cambia el soporte, pero también varía la atención que el alumno presta. Y, sobre todo, se pierde un elemento muy importante, la interacción no verbal entre el profesor y estudiante. “Las clases se limitan a pasar diapositivas mientras el profesor habla de fondo, y los alumnos se dispersan, o hacen otras cosas”, apunta Carlos, nombre ficticio de un alumno de Andalucía, que estudia un máster en la facultad de ciencias de la UAB.
La necesidad de una mejor planificación
“En muchas ocasiones no nos enteramos de lo que el profesor está explicando”, pero él “no cuenta con el recurso de mirarnos a la cara para saber si lo estamos entendiendo”, y sigue para adelante, a no ser que alguien lo fuerce a ello. El problema está en que si cada vez que alguien tiene alguna duda frena la clase, debido al retraso en la conexión, “no terminaríamos nunca”, argumenta Carlos.
Otro punto de acuerdo entre los alumnos es que “nadie estaba preparado para esta nueva realidad”, hasta el punto de que “estudiantes y profesores tienen miedo a la enseñanza virtual, miedo a que falle el internet, a que se cuelgue la plataforma y no se pueda hacer la clase”, añade. Según él, este curso universitario “debería haberse hecho ya online desde el primer día,” y tomarse este año “como una prueba para poner en práctica la enseñanza a distancia, de cara al futuro que viene”.
También hay alumnos satisfechos
La educación online “debería establecerse como un método formativo equiparable a las clases tradicionales” y, en estos momentos, “no lo está siendo”. Un elemento destacado que entra en juego es que la brecha digital también existe en la universidad. “Hay alumnos que, tal vez, no tienen acceso a unas buenas TIC que les permitan seguir el curso con garantías”, asegura Carlos, y esto “debería tenerse en cuenta, y subsanarse”.
Por el contrario, algunos centros universitarios han apostado de forma decidida por este método de enseñanza, y los alumnos se muestran contentos. Beatriz, nombre ficticio de una alumna del máster de acceso a la abogacía en una escuela privada de Barcelona, afirma que “los profesores hacen lo que pueden para que el alumno esté lo más implicado posible en la clase”. Lo hacen por medio del lanzamiento de preguntas que buscan la interacción de los pupilos, y también “exigiendo un código de vestimenta para asistir a las lecciones”. Además, si durante la sesión desconectas la cámara, te cuenta como falta de asistencia, “por lo que te obligan a estar atento, y arreglado como si el curso fuera presencial”.
En cuanto al precio de los cursos
Por otra parte, este año, la Generalitat, ha aplicado una reducción de un 30% en las tasas universitarias. De esta forma se ha canalizado una reivindicación histórica de los colectivos de estudiantes, que la reclamaban desde que en 2012 el Ejecutivo de Artur Mas subió el precio de los créditos el 66,7%. Sin embargo, los estudiantes entienden que no es suficiente, y que se debería tener en cuenta que los gastos que genera la educación presencial no son los mismos que en el caso de la virtual. “Hay alumnos que vinieron de fuera para estudiar, y ahora se encuentran con que estudian a distancia y están pagando un alquiler”, asegura Carlos.
Esta circunstancia debería haber supuesto “una devolución de parte de la matrícula”, en compensación por los “gastos inútiles” que ahora están teniendo los alumnos de fuera. Muchos de ellos “han optado por volver a casa y seguir el curso desde allí”, pero, añade, “siguen teniendo que pagar el alquiler de su casa en Barcelona; están atados”. Por su parte, Beatriz considera que “el precio del máster es elevado”, pero no tanto como parece: “Solo la licencia de la plataforma donde hacemos las clases vale mucho dinero”, aunque “sí que lo podrían rebajar un poco, teniendo en cuenta la realidad actual”.