Guim estaba exultante, junto a sus padres, en plena Florencia. En la capital del Véneto, Pasqual Maragall pasó parte de su año sabático con su esposa, Diana; en una conocida foto, frente a los Uffizi, el político lucía un stedman de ala ancha y un abrigo cachemir-cámel con el cinturón colgando, con una mano cogida a la de su mujer. Fue la estampa del estudioso, del político que aprende, casi paralela, con dos décadas de por medio respecto de aquella noche en Ginebra de la nominación de Barcelona, con la gabardina negra con vuelo al viento del entonces alcalde de Barcelona.
Pero los paseos del profesor durarían poco. Sus camaradas del PSC, un partido que castiga por su frenética diferencia entre el valor de los cuadros y la parquedad del mensaje, le esperaban aquí para hacerlo candidato a la presidencia de la Generalitat; y, francamente, hay momentos nacidos para el desguace. Maragall vendió una nueva Cataluña para caer con honor, la primera vez, frente al eterno Pujol y ganar el segundo round al delfín convergente, Artur Mas, tocado ya por el rencor.
Años después, cumplida ya la fatídica fecha del año 2007 en la que los Maragall anunciaron la enfermedad de Pasqual, su hijo Guim, ya no tan joven, volvía al protagonismo: se encargó de frenar las ansias de su padre por conducir el viejo Ford de la familia. Él había visto a su padre más veces en televisión que en casa. “Siempre se ha esforzado; no soporta que su padre se funda”, explicó Diana Garrigosa en alguna de sus entrevistas para aclarar ideas a la gente que sigue la enfermedad de Pasqual Maragall.
"Hemos vivido intensamente"
Ahora, Diana ya no está y sus dos hijas --Cristina y Airy-- dejarán tal vez de representar los arquetipos genéticos, que les atribuye la familia, pragmática la primera e intelectual la segunda, afincada en Buenos Aires y eterna discutidora con su padre.
Las pérdidas determinan el destino. Nadie vive perseguido por el fatum romántico del final, pero todo desenlace es incierto y hoy lo sabemos mejor que ayer. Diana pensó siempre que el final de Pasqual debería ser en casa, si el cuerpo aguanta y los medios económicos lo permiten. Lo pensó y lo verbalizó: “Yo no me puedo morir antes”.
Hace ya tiempo que Maragall dejó de escribir y de dar conferencias; los ingresos menguan a la fuerza. En la casa gran de Sant Gervasi, residencia de su abuelo el poeta, Joan Maragall, y de los Maragall Noble de doble procedencia catalano-británica, siempre se ha luchado por salir a flote, nadie se lo llevó crudo como han hecho tantas veces los vecinos del 3%. “Nunca me faltó nada, hemos vivido intensamente”, dijo Garrigosa en otra recopilación de su trayecto.
La enfermedad de Maragall empezó al compás de un proceso similar que afectó a otro gran político de una generación algo anterior, Jordi Solé Tura, exministro ya fallecido. El estremecedor documental Bucarest, de Albert Solé, sobre su padre, nos mostró el final de alguien que ya no recuerda, pero al que “todos nosotros sí recordamos".
Un epílogo francamente doloroso
El documental llegó al público en plena proyección de Amanecer en un sueño, de Héctor Alterio, quien sufría la misma enfermedad y reunió el arrojo para contarla con su propia voz. Y casi en el mismo momento llegaba Bicicleta, cuchara, manzana, la cinta de --Carles Bosch candidato al Óscar por Balseros--, que se aproximaba a la complejidad de un hombre profundo como Pasqual afectado por el mismo mal, pero no para hablar exclusivamente del político sino del Alzheimer como enfermedad devastadora, como le había encargado la Fundación Maragall, el patronato financiador.
Y, en aquel momento, hecha un mar de lágrimas, estalló Garrigosa: "Estamos a pocos minutos de que el Alzheimer alcance la categoría de pandemia, vista su propagación por todo el mundo". Unos 36 millones de personas la sufrían ya en todo el mundo y 36 millones de familias recibían el impacto de la proteína tau, causante de la enfermedad, que deteriora al enfermo y castiga al entorno.
Ayer mismo, Diana preparaba con Ángela Vinent, la conocida spin doctor de Pasqual en su etapa más intensa y amiga personal, uno del paseos frecuentes del expresident. Horas después supimos que Garrigosa había fallecido de forma inopinada. El entorno del Alzheimer es rabiosamente impúdico por la actitud aparentemente difícil del que ya desconoce lo que un día venturoso inventó su imaginación.
Pasqual y Diana viajaron a Nueva York al poco de conocer la enfermedad; visitaron a viejos amigos y alargaron su estancia en diferentes ciudades que habían frecuentado a lo largo de su vida. Son dos seres irrepetibles, dos despedidas intercambiadas ayer por un golpe del destino, castigadas ambas por una proteína cuyo latigazo produce un efecto imposible de predecir: “Cuando aparece el Alzheimer pierdes los amigos”, dijo un día Diana, a modo de epílogo francamente doloroso.