La despoblación rural es uno de los grandes problemas de España. Un “problema de Estado”, se ha escuchado en recientes cumbres de presidentes autonómicos. Al menos una decena de comunidades sufren la pérdida neta de vecinos y, aunque Cataluña no se encuentra entre las afectadas –el padrón aumenta año tras año–, dentro de la región también se aprecia este fenómeno. Las comarcas de Lleida y Tarragona están en alerta roja desde hace años, mientras que los territorios de costa ganan población.
El fenómeno de la despoblación rural “es muy antiguo”, según analiza Isabel Pujadas, catedrática de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona (UB). Se produce al compás de la industrialización (siglo XIX), aunque “se intensifica” entre 1950 y 1980. Poco a poco, los niveles de vida “se descompensan a favor de la ciudad”. Además, “el campo se mecaniza y la mano de obra es menos necesaria”. Es la dinámica que siguen los países desarrollados, apunta Pere Picorelli, profesor del máster de Urbanismo y Ciudad de la UOC: “La economía [en el campo] no crece como para sustentar familias”.
Doce comarcas catalanas pierden población año tras año
Esto es lo que está ocurriendo en Cataluña. Por períodos, casi todas las comarcas tienen más población hoy que en 1990. Salvo el Barcelonès, Berguedà, Garrigues, Pallars Jussà, Priorat, Ribera d’Ebre, Ripollès y Terra Alta, el resto cuenta con más vecinos que antaño. Hubo años, como 2005 y 2010, en los que todas crecieron –por la inmigración, pero llegó la crisis económica–; otros, como el 2015, donde la mayoría perdió ciudadanos. Y algunas de ellas no solo no se han recuperado, sino que son incapaces de frenar la hemorragia. “No se ha hecho nada; recursos y ayudas hay muy pocos”, lamenta Pujadas. “No se han encontrado fórmulas mágicas para reconvertir las zonas agrícolas en áreas adaptadas tecnológicamente”, añade Picorelli a preguntas de este medio.
Con los datos del Idescat (Instituto de Estadística de Cataluña), hasta 12 comarcas pierden población, año a año, desde ese 2015. Incluso antes. Y todas, salvo el Ripollès (Girona), se encuentran en Lleida y Tarragona. Se libra de la quema la Vall d’Aran por el hecho de que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y se vale del turismo para mantener la actividad económica y, por tanto, el número de vecinos, según explica Eduard Trepat, técnico de la Fundació Món Rural. Este mismo argumento, el del turismo, es el que ofrecen las otras voces consultadas. Es un oasis en mitad del desierto.
Hay 338 municipios en riesgo de desaparecer
Trepat aporta nuevas palabras sobre el fenómeno de la despoblación. Advierte de que la región cuenta con “territorios rurales diversos” que “no han hallado una alternativa a la economía tradicional”, por un lado, y que están “más aislados” en materia de “servicios y comunicaciones”, por el otro. La orografía “dificulta la movilidad” en Cataluña, así como la instalación de más y mejores conexiones, explica Picorelli. La nueva revolución tecnológica hace que las urbes sean todavía más competitivas y las diferencias se agranden. A pesar de todo, “la situación no es tan extrema como en Castilla” –destaca Pujadas– porque las ciudades, aunque sean pequeñas, están muy esparcidas por la comunidad catalana.
Todo ello deriva en el envejecimiento de la población, ya que los más jóvenes se marchan a otros lugares en busca de oportunidades. Primero, a estudiar y, después, a trabajar. Una vez salen del pueblo, raramente regresan a casa. Cuando la despoblación se cronifica, la supervivencia demográfica se pone en cuestión: los núcleos urbanos pasan a tener pocos niños y muchas personas mayores. Hay menos servicios, menos trabajo. Es la pescadilla que se muerde la cola. En peligro de desaparecer están los 338 municipios con menos de 500 habitantes, en datos del Idescat. Según la Fundación Món Rural, el sector agrario gestiona el 90% del territorio, un 63% de los municipios (595 de los 947) tiene menos de 2.000 habitantes, y algo más de la mitad (52%) tiene 1.000 o menos personas.
Soluciones a la despoblación
¿Hay solución? Sí para Trepat, quien se dirige directamente a la Generalitat. Las medidas cortoplacistas (como llamar a familias para ocupar escuelas o masías) son parches que van bien en eso, en el corto plazo, pero “si no hay una política global” del Govern continuará el goteo. Por ejemplo, sugiere “cuotas más baratas –discriminación positiva– para emprendedores” que se instalen en las áreas rurales, así como “fomentar la payesía”, tan necesaria para la producción de alimentos y para la gestión y ordenación del territorio y del agua. Mientras eso llega, el mapa actual habla por sí solo.
Picorelli, por su parte, sugiere la promoción del sector agrícola y explotar el potencial turístico de las zonas rurales con el objetivo de “romper la estacionalidad y fijar población”. Finalmente, Pujadas habla de facilitar la movilidad –con puestos de trabajo relativamente cercanos– y modernizar estas áreas con tecnología, aunque es la más pesimista: “Recuperar habitantes es muy difícil, muy difícil”, por más que los ayuntamientos pequeños se empeñen en tratar de captar población. En esta línea, solo 11 comarcas de las 42 de Cataluña han crecido sin parar desde 2015, si bien Osona solo retrocedió el año que nació el Moianès.