“Me gustaría dar la bienvenida al mundo a mi hijo. Mamá y el tío Maddox te quieren mucho, Artie”. Acompañado de una foto del pequeño, este mensaje colgado en Instagram en 2018 era el recibimiento a la esfera digital para Arthur Lance Maddox Parker. Sin embargo, Arthur era en realidad una niña, había nacido dos años antes de esa publicación y su verdadera madre estaba en Canadá.

El caso, que apareció el pasado diciembre en Wall Street Journal, se resolvió cuando la verdadera progenitora, Emory Keller-Kurysh, alertó a Facebook, propietario de Instagram, que cerró la cuenta de la mujer que había usado fotos falsas. Esta las había robado a Keller, que las subió a sus redes justo después del parto.

Riesgos del 'sharenting'

La historia de Arthur es uno de los mayores problemas del sharenting, término relativo a la sobreexposición que los padres realizan de sus hijos en redes sociales y un riesgo potencial para la mayoría de menores. De hecho, más de ocho de cada diez bebés —el 81%— ya tiene presencia digital antes de alcanzar los seis meses de vida, según un estudio realizado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Niños durmiendo, en la piscina, con el perro o haciendo cualquier monería es carne de cañón para unas redes a las que cada vez estamos más enganchados y a las que cada español destina 1 hora y 43 minutos diarios de media.

“Tenemos muy interiorizadas las redes y en el momento en el que somos padres también compartimos ese orgullo. Sin embargo, no somos conscientes del alcance”, explica la directora del máster de Social Media de la UOC, Silvia Martínez. “Pensamos que se trata de un contenido privado, pero no. Nuestros familiares y amigos pueden compartirlo y que llegue a terceros”, continua.

El contenido, en manos de las redes

En la Guía de privacidad y seguridad en Internet realizada por la Oficina de Seguridad del Internauta (OSI) y la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) se pide precaución a la hora de compartir información: “Aunque la borres, quedará como mínimo registrado en los servidores de la red social y además, cualquiera que la haya visto podría haber hecho uso de ella, ya sea copiándola o difundiéndola”.

Según un estudio de la compañía Nominet realizado en Reino Unido, los padres comparten alrededor de 200 fotografías al año de sus hijos menores de cinco años. Es decir, cuando hayan alcanzado esa edad ya existirán en la red 1.000 imágenes. Aunque los progenitores crean que con tener sus cuentas privadas ya es suficiente, si sus contactos las comparten el circulo se amplía hasta que puede convertirse en incontrolable.

Una cuenta privada no es suficiente

En España, hace poco más de dos meses corrió como la pólvora un vídeo subido a Instagram en el que se veía a una madre dar de fumar a su hijo de 11 meses. Ante tal revuelo, la progenitora, que le colocaba el cigarrillo en la boca, tuvo que pedir disculpas y asegurar que estaba "muy arrepentida".

No obstante, también los comportamientos más normales, como subir una foto del niño en un momento de relax, entrañan riesgos. Entre los principales, se encuentran el uso de las imágenes como material pornográfico y la usurpación de la identidad. No obstante, hay más: “Facilitamos mucha información de más a terceros, como qué actividades les gusta hacer a los niños, qué juguetes les gustan, a qué parque van, el chándal del colegio o la ubicación”, explica Martínez.

Fotos "vergonzosas"

Otro asunto es la subida a redes de información “potencialmente vergonzosa” para los niños que provoca que una vez que crezcan se puedan convertir en “blanco de burlas” y sufran acoso o que se usen imágenes para provocar daños en su autoestima y relaciones sociales.

Así, más allá del fenómeno influencer, la sobreexposición de los niños está presente en el uso que muchos padres hacen de sus redes. Según un estudio realizado por las universidades de San Francisco y Michigan, el 56% de los progenitores comparte información que puede resultar vergonzosa para los críos y el 51% muestra datos que permiten la localización de estos.