"Te centras en el cuerpo y en la comida porque piensas que no puedes controlar tu vida". Son palabras de Melodi Agustí, una joven de 27 años que sufrió anorexia y que ahora, casada y con dos hijos, asesora a otras personas que sufren alguna patología alimentaria.
"Empecé con 12 años, con una compañera, como un juego en el colegio. Queríamos cuidarnos un poco a ver si los chicos nos miraban más. Un día dijimos: 'bueno, hoy tiro mi desayuno'. Para que la maestra no lo viera, lo guardaba, y un día mis padres encontraron los bocadillos en una bolsa", relata. Cuando le preguntaron qué le pasaba, contestó que no tenía hambre.
El médico no lo detecta
La preocupación de su familia aumentó y la llevaron al médico, pero éste no le encontró nada, hasta que a los 15 años dejó de bajarle la regla, y sus padres se dieron cuenta de que "no era normal", recuerda. Fue entonces cuando la derivaron al ginecólogo y también al digestólogo, por los dolores de barriga. Pero nadie se percató de que sufría un trastorno alimentario. "Es difícil que se den cuenta, porque cuando estás enfermo, engañas mucho, y resulta complicado que puedan valorar lo que es real o no", admite.
Con el tiempo, explica, comenzó a aislarse. "Me encerré mucho en mí misma, no quería salir nunca a la calle, lo veía todo de manera muy exagerada y pensaba que todo el mundo me miraba y que lo hacían porque estaba gorda. Todo lo que hacía era machacarme", lamenta. Además, comenzó a culparse por su situación familiar. "Mis padres se habían separado cuando yo era muy pequeña, y eso me llevó a juzgarme, y a pensar que había sido por mi culpa", cuenta. Con el paso del tiempo comenzó una relación con un chico. "Yo estaba muy mal, y en ese estado, atraes a alguien como tú, que tampoco está bien. Era muy celoso, y me ayudaba más a aislarme, a no salir, y a no quererme", señala.
Infección en el riñon
"Aunque empezó como un juego, me enganché sin darme cuenta", explica Melodi. Desde los 16 hasta los 18 años estuvo en tratamiento psicológico en la Seguridad Social, pero no sirvió de nada. "No están preparados ante este problema, al menos así lo sentí yo. Les decían a mis padres que no me pasaba nada. Solo se fijaban en el peso, y yo, antes de acudir a la consulta, bebía mucha agua y me llenaba los bolsillos de cosas, y así parecía que estaba bien", recuerda. Durante este tiempo, acudió cada mes a sesiones de 20 minutos en las que trasladaba a los doctores "lo que querían escuchar", hasta que cogió una infección grave de riñón y la ingresaron en una clínica de Girona. "Allí comenzaron a hacerme muchas preguntas, y se dieron cuenta de que lo que me pasaba no era normal", señala.
Fue en ese momento cuando se derrumbó y decidió pedir ayuda. "Cuando ya no puedes más, no sabes cómo gestionarlo y no hay manera de poder salir y ves que no tienes otra vida, lo haces. Miraba a mi alrededor y no había nada más que la comida y el cuerpo. Veía que la gente salía y yo no lo hacía por miedo a pensar 'qué van a decir sobre mí' o tener que comer delante de los demás", admite. A los cinco minutos de la llamada de auxilio, ya se arrepentía, pero aún así, siguió adelante con su recuperación. Un tratamiento de lunes a viernes en un centro de día, al que acudió hasta los 23 años. "Éramos un grupo muy unido. Hacíamos terapia grupal diaria, para llegar a la raíz del problema: saber por qué te has enganchado. En mi caso, fue que mi madre me abandonó cuando yo tenía tres años, y eso hizo que, desde pequeña, ya no me quisiera lo suficiente", apunta.
Relación con la comida
Más allá de la relación con la comida, es necesario ahondar en la causa que subyace ante la patología. "Buscar el motivo por el que yo no me respeto. ¿Por qué si alguien me grita no le digo que no lo haga? ¿Por qué hago lo que quieren los demás y no lo que quiero yo?", cuenta Melodi, quien lamenta que algunos médicos "se centren más en el peso que en lo psicológico. Recuperar el peso adecuado puede ser muy rápido, porque te quitan el control de lo que ingieres, y te hacen comer lo que debes. Lo complicado, y lo que lleva más tiempo, es el resto", explica.
Una vez fue mejorando; un proceso que duró cinco años, también retomó, poco a poco, su vida social. "A medida que estaba mejor, tenía alguna tarde libre, luego un día entero, para que pudiera adaptarme a mi vida", rememora. Lo más importante es "volver a respetarte", y para ello se necesita mucho trabajo. La falta de autoestima, para esta superviviente, deriva en la patología. "No te respetas y, al final, te centras en el cuerpo y en la comida porque piensas que no puedes controlar tu vida”.
Dejarse ayudar
Melodi recuerda que fueron años muy duros, tanto para ella, como para su familia. "Pero, si te dejas ayudar, y quieres curarte, tienes que confiar en los profesionales", subraya. ¿Qué consejo le darías a alguien que se encuentre en la misma situación que tú has superado? "Que cerrase los ojos y pensase en su mayor sueño. En qué quiere lograr en su vida. Si quiere alcanzarlo tendrá que luchar y sobre todo, quererse. Si por si solo no puede hacerlo, que pida ayuda. Así, poco a poco, sin darte cuenta, vas siguiendo los pasos, hasta conseguir tu sueño", anima Melodi.
En su caso, ha sido así. "Cuando perdí la regla, pensé que mi sueño de ser madre ya no sería posible, pero ahora tengo la mejor familia: estoy casada y tengo un niño y una niña", ríe. Recuperada, y feliz, ahora ayuda a otras personas que sufren patologías alimenticias. Las Navidades pasadas, unos padres se pusieron en contacto con ella, desesperados por la enfermedad de su hija. "Durante un mes nos vimos casi cada día. Le conté mi experiencia, y las pautas que a mi me ayudaron, hasta que un día conseguimos que se abriera, y ahora ya está mucho mejor, ingresada donde yo estuve. Fue cuando me di cuenta de que mi experiencia puede ayudar a otras personas", cuenta esta joven catalana, recuperada, tras pensar, hace unos años, que "nada de esto sería posible, pero si escuchas a alguien que ha pasado lo mismo que tú, te sientes identificado, y abres los ojos".