El 26 de abril de 1986 explotó, debido a una serie de errores humanos que resultaron fatales, el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, lanzando a la atmósfera lo equivalente a unas 500 bombas de Hiroshima. Los días posteriores, el Gobierno de la URSS trató de ocultar la tragedia, lo que explica que, por ejemplo, los vecinos de Prípiat, ciudad en la que vivían los trabajadores de la central y sus familias, no fueran evacuados hasta el día siguiente, exponiéndose así a las consecuencias fatales de tan altas dosis de radiación.
Pese al empeño de muchos responsables políticos para que una tragedia de tal magnitud, y las graves consecuencias que ha padecido la población ucraniana, caigan en el olvido, el matrimonio formado por Rosa Martín y Julio Fernández, tras la asociación És per tu, se han empleado, y han sumado esfuerzos para que las víctimas colaterales más indefensas del accidente nuclear sean recordadas y ayudadas.
Impacto sobre varias generaciones
En uno de los múltiples reportajes que emitieron por la televisión, hace casi 30 años, “cuando el desastre aún era muy reciente, hablaban de cómo había sucedido el accidente nuclear, aunque todavía no se calculaba el impacto que tendría en la salud de varias generaciones. Poco después, nuestra hija nos enseñó un boletín informativo sobre una asociación que traía niños y niñas de la zona afectada a pasar aquí la Navidad y buscaban familias para acoger. Lo comentamos en casa y decidimos hacerlo, sin imaginar, claro, que aquella acogida nos gratificaría tanto y nos implicaría a este nivel”, explica Rosa Martín, presidenta de És per tu.
Así llegó Anna, de 15 años, a las vidas de Rosa y Julio. “Al principio fue duro. Ella no sabía nada de español y la comunicación era complicada. Poco a poco ella empezó a entendernos y a hablar nuestro idioma y nos empezó a contar su situación y sus recuerdos. Su padre era ingeniero en la central de Chernóbil, vivían en Prípiat. Anna se acordaba perfectamente del día que se marcharon de casa, el 27 de abril de 1986, un día después del accidente. Ella sólo quería coger su muñeca y sus padres no la dejaron. Le dijeron que su marcha era temporal y que volverían a recoger todo. Nunca volvieron”, recuerda Julio Fernández.
Más de 600 niños rescatados
Tras pasar por su casa varios niños y niñas de acogida, Rosa y Julio, decidieron dar un paso adelante y crearon, en 2011, la asociación És per tu. Desde entonces han traído a España a más de 600 pequeños ucranianos, que viven a unos 70 kilómetros de la zona cero, y que deben salir de allí periódicamente para descontaminarse. Vienen un mes en Navidad y dos meses en verano. “Son humildes y necesitados, por lo que sus padres no pueden pagar por sacarlos del país cada cierto tiempo, algo necesario para su salud”, explica Rosa Martín.
Y es que, pese a que estos menores no están en la zona cero, que abarca un radio de 30 km alrededor de Prípiat, viven en una zona igualmente contaminada. Se calcula que Chernóbil y sus alrededores estarán contaminados durante más de 300.000 años. “Esto es, sin duda, consecuencia del posterior incendio que tuvo lugar tras la explosión, que se consiguió apagar el 9 de mayo de 1986, catorce días después de la explosión inicial. Este incendio aumentó los efectos de la dispersión atmosférica de los productos radioactivos, contaminando mucho más terreno en una zona en la que la gente vive, mayoritariamente, del autoconsumo”, explica Julio Fernández.
“Comiendo alimentos con radioactividad”
Precisamente, ver en un reportaje en el que aparecía la asociación És per tu sobre las consecuencias del autoconsumo en esa zona de Ucrania, llevó a Antonio Gallego y a su mujer a acoger. “Ver que en pleno siglo XXI había gente tan cerca, tan pobre, comiendo alimentos con radioactividad con unos efectos tan negativos sobre su salud nos afectó mucho”. Seis meses después de la emisión del reportaje, en la Navidad de 2013, llegaba Yana a España. “Desde el principio, y eso que sólo nos entendíamos por gestos, la consideramos parte de nuestra familia, como a una hija. Se estableció ese tipo de vínculo que sabes que perdurará en el tiempo”.
Algo parecido le sucedió a Xelo Quesada y a su marido cuando Kristina, que actualmente tiene 13 años, llegó a sus vidas, el verano anterior. “Llegó un 26 de junio, lo recuerdo perfectamente, y cuando la vimos sentí algo muy fuerte, aún me emociono cuando lo pienso. Era muy delgadita, bajita y en su cara se reflejaba una mezcla de felicidad y miedo, estaba muy nerviosa, pero a la vez contenta, todo era nuevo para ella. Me acuerdo de su piel blanca, sus ojeras, su pelo rubio mate, todo esto en cuatro días fue cambiando rápidamente”.
"Un golpe de realidad"
Recuerda esta madre de acogida la sorpresa que le produjo la curiosidad de Kristina cuando pisó por primera vez su casa en nuestro país. “Lo miraba todo, nunca había utilizado un wáter y no dejaba de tirar de la cisterna y me señalaba constantemente la bañera. Así que se la llenamos de agua y no sabes cómo disfrutó. Mi marido y yo nos sorprendíamos en muchos momentos de lo feliz que era Kristina con las cosas más sencillas. Aquel día empezó un proceso de aprendizaje enorme tanto para Kristina como para nosotros. Te das cuenta de que ellos aprenden mucho de ti, pero tú también muchísimo de ellos. Te dan una lección de humildad y de amor increíble”.
“Con la llegada de Yana nos dimos un golpe de realidad tremendo y empezamos a valorar que tenemos mucha suerte de vivir en una zona del planeta económicamente desarrollada, con seguridad, buena educación y sanidad y no lo agradecemos lo suficiente”, defiende Antonio Gallego.
Defensas bajas, cáncer de tiroides y matriz
Tratarse en la sanidad española es uno de los objetivos de esta acogida, aunque no el único. Porque “aunque exteriormente los niños están sanos, casi todos los pequeños ucranianos que viajan a España tienen serios problemas de caries y las defensas bajas”. Son las consecuencias de vivir en una zona radioactiva.
Además, “como todos provienen de zonas rurales, ellos y sus familias crían a los animales y comen lo que cultivan. Es decir, consumen alimentos altamente radiados, por lo que lo normal es que tengan la boca en muy mal estado y precisen de una visita urgente al dentista. Pero no es lo único que provoca el autoconsumo. Una gran parte de los niños acostumbran a tener el colesterol muy elevado y algunos tienen un mal funcionamiento de las tiroides y las defensas muy bajas”, detalla Julio Fernández. Cabe destacar que el cáncer de tiroides y matriz son enfermedades habituales en la zona de donde provienen estos niños.
“Cambiar la mirada sobre su futuro”
“Nuestra niña ha tenido acceso a médicos y dentistas, algo impensable en su pueblo, pero más allá de la salud, Yana ha conocido un estilo de vida europeo moderno, maneja perfectamente un idioma internacional que hablan 500 millones de personas en el mundo como es el español, ha probado muchos alimentos que no conocía, ha recibido regalos y ha vivido experiencias que a cualquier crío le hacen feliz”, dice Antonio Gallego.
Coincide Xelo Quesada, y señala el cambio de mentalidad que se da en estos niños tras vivir esta experiencia y conocer un país completamente distinto al suyo. “Su mente es mucho más abierta y el hecho de separarse de su familia y viajar a tantos kilómetros de distancia para pasar dos meses con otra familia les hace muy fuertes. Ya son niños fuertes por su clase de vida, pero después de esta experiencia aún se curten más. Aprenden que existe algo más que su aldea y que ellos también pueden luchar por conseguir sus sueños. Saben que pueden estudiar y que eso les abrirá muchas más puertas. Ya no piensan en aprender sólo para conducir un tractor y trabajar la tierra, ahora la mirada sobre su futuro va mucho más allá”.
"Conocí otro mundo"
Un ejemplo del cambio de visión sobre el futuro que proporciona este tipo de acogida es Yana Denysenko. Yana vino a España por primera vez cuando tenía seis años. “Gracias a ese proyecto salí de mi entorno, conocí otro mundo mejor, otro país, otra cultura y una lengua nueva y lo que más deseo ahora es poder vivir allí. Y estoy haciendo todo lo posible para que este sueño se cumpla. Por eso, como médica radióloga, estoy a la espera de que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte homologue mi diploma y así poder trabajar como doctora en algún hospital de Barcelona. Sólo tengo palabras de agradecimiento hacia la asociación y el proyecto”. Aunque Kristina aún tiene años por delante para pensar en su futuro, “ya tiene claro que quiere ser veterinaria. Espero que lo consiga. Decida lo que decida, nosotros estaremos apoyándola para que luche por lo que quiere”, se emociona Xelo Quesada.
Rosa Martín anima a todos a acoger niños. “Al principio no sabes muy bien dónde te metes. Sientes una mezcla de miedo, alegría e inseguridad. Luego te das cuenta de que es mucho más fácil de lo que tú pensabas, que ellos te lo ponen fácil y que te dan muchísimo más de lo que tú puedes ofrecerles. Además, es muy gratificante saber que has puesto tu granito de arena para cambiar la vida de estos niños. Porque más allá del saneamiento o desintoxicación, más allá de todo lo material que podamos darles y a lo que allí no tienen acceso, lo más importante es que como padres de acogida les hemos ofrecido la oportunidad de cambiar la mirada sobre su futuro, de recuperar el futuro que Chernóbil les robó”.