Dos niños, cuatro mujeres y un hombre han fallecido este martes frente a la isla de Lesbos. Corría el año 2015 cuando la imagen de un niño sirio de origen kurdo, que apareció ahogado en una playa de Turquía, dio la vuelta al mundo, y con ella, la magnitud de la crisis humanitaria de las personas refugiadas. Una situación de emergencia que no se ha resuelto. "Ha empeorado, sigue llegando gente, se retrasan muchísimo los procesos de asilo, y la poca disposición que había hacia la acogida es todavía menor. Se están reduciendo las ayudas y se criminaliza a las ONG", cuenta Gloria a Crónica Global.
Esta doctora vasca decidió, en 2017, embarcarse en su primer proyecto de cooperación en Grecia. En principio, la intención era quedarse 15 días, pero ha pasado los últimos tres años “yendo y viniendo”. Su viaje, al igual que le pasa a la gran mayoría de voluntarios con los que ha coincidido, le ha cambiado la vida. “El impacto es tal que ya no puedes desligarte ni cerrar los ojos ante la realidad”, señala. Su labor humanitaria no es la única razón que la une a la isla helena de Quíos. Allí conoció al que en septiembre del año pasado se convirtió en su marido: Kabir, un refugiado afgano.
Forjar vínculos
Su historia es una de las que recoge el documental Faraway Land del director barcelonés Josep Maria Anglés. Una cinta que persigue mostrar los vínculos que se forjan en torno al drama: entre ellas, amistad, amor y superación. “Al acostumbrarte a ver las imágenes más crudas, personas en muy malas condiciones llegando en barcas, nunca llegas a ser del todo consciente de que eso está sucediendo en realidad. Lo ves como algo remoto. Pero una vez llegas allí, te das cuenta de que son muy parecidos a nosotros, tanto culturalmente, como por el tipo de vida que llevaban antes de emprender el viaje”, sostiene el coautor de la cinta.
Eso es lo que han querido plasmar con este trabajo. “A veces, al abordar la cuestión migratoria, es más fácil referirse a un número, sin pensar que detrás hay una persona con una historia, un drama y una necesidad que va más allá de las cifras”, reivindica Anglés.
2.400 personas
Esta realidad, la de personas que huyen de sus países de origen como consecuencia de un conflicto bélico, una persecución política, ideológica, por motivos de etnia, religión u orientación sexual, también está presente en Barcelona. Càritas atendió a cerca de 2.400 refugiados en 2018. Lo que supone un incremento del 83% respecto a dos años antes. El perfil de solicitante de asilo también ha cambiado. Mientras que un tiempo atrás eran originarios de países como Siria o Afganistán, ahora provienen de Honduras, El Salvador o Venezuela, “y huyen de la crisis humanitaria”, explica Mariona Enfedaque, responsable del servicio de ayuda de la entidad.
Uno de los principales escollos a los que se enfrentan los que dejan su país, para buscar refugio en otro territorio, es la burocracia “que les sume en un limbo legal”, cuenta Enfedaque. Aunque la solicitud de asilo, que depende del Ministerio del Interior, se tendría que resolver en un plazo de entre uno y seis meses, “lo más habitual es entre uno y tres años de espera. Además, la mayoría de resoluciones son denegatorias, lo que lleva a que la persona pase a estar en situación administrativa ilegal”, cuenta. “Son casos dramáticos, nosotros nos hemos encontrado con personas que ya tenían un contrato de trabajo, a las que les han denegado el expediente de asilo, pasan a ser irregulares y se quedan sin empleo”, denuncian desde Càritas. “Gente integrada, que cotizaba y que de repente tiene que empezar de cero otra vez”.
Poner cara a las historias
Antes de llegar a ciudades como la capital catalana, muchas personas que intentan dejar atrás el conflicto que asola a sus países, pasan por campos de refugiados, como el de Moria o Lesbos. “En invierno la gente llega con hipotermia, y heridas que pueden causarles las rocas. En los campos hay muchísimas patologías mentales", sostiene Gloria. Un ámbito de atención en el que, cuenta, “hay gran vacío de asistencia y un gran abandono”.
A su marido lo conoció por casualidad. Tras el desembarco de un bote en Quíos, la voluntaria atendió a una familia a la que dio su contacto. Tiempo después, y ya en España, recibió un mensaje de ellos, pero como no sabían hablar inglés, supuso que alguien había ejercido como traductor. “Era Kabir. A partir de ahí comenzamos a hablar los dos directamente; de nuestra cosas. Y así fue como empezó todo”, ríe. El director del documental explica la magia de la historia: “La de una voluntaria española, que decidió ser cooperante, se enamora de un chico afgano y su relación sigue adelante a pesar de la distancia y los obstáculos. Una relación que comienza como algo humanitario y que poco a poco se convierte en una relación de amor”, cuenta. La intención del proyecto es simple y compleja a la vez: “Explicar algo que está sucediendo e intentar que pueda apelar a los demás: una amistad con una persona refugiada puede ser algo que enriquezca la propia vida y merece la pena”, sostiene.
“Fuera de lugar”
Enfrentarse al día a día tras volver, no es tarea sencilla. “Al principio cuesta mucho darle la vuelta. Te sientes fuera de lugar y todo te parece superficial y banal. Cosas a las que antes dabas importancia y te parecían una prioridad, ahora pasan a un segundo plano. Tu escala de valores cambia”, admite Gloria. Esta voluntaria recuerda que urge “otro sistema de acogida, al menos mientras se tramitan los procesos de protección” y lamenta que en los campos, tal y cómo están diseñados, no se cumplen “las condiciones de salubridad, y la alimentación no es la adecuada”.
Desde Càritas alertan de que, pese al aumento de las llegadas los últimos meses, las plazas de acogida del sistema estatal “no son suficientes”. “Sobre todo, sería necesario que todas las solicitudes de asilo se resolviesen más rápido, porque así el programa social tendrían un efecto inmediato y evitaría situaciones de injusticia social”, apunta Mariona.