Desde hace algo más de cinco años un nuevo tipo de empleo se ha instalado con fuerza en España. Se trata de encargos de escasas horas y baja remuneración que terminan suponiendo unos ingresos extra para personas con una compleja situación económica. Por este motivo, los principales activos para los minijobs son estudiantes sin trabajo o asalariados con un sueldo bajo o jornadas cortas.
El modelo laboral de los minijobs ha llegado a nuestro país procedente del norte de Europa. En estados como Alemania este tipo de empleo ha alcanzado cotas sorprendentes, puesto que casi el 20 % de los ocupados del país contaban con un minijob a principios de año según datos de la organización Funcas.
¿En qué consisten?
Se trata de pequeños encargos que van desde la creación de contenidos, la traducción de textos o incluso la redacción de documentos específicos a cambio de una remuneración preestablecida por el pagador. En ocasiones, la cuantía a pagar por el encargo no es fija, sino que queda establecida mediante una puja a la baja. Esto significa que los empleados compiten por conseguir el minijob ofreciendo sus servicios a un precio menor que la competencia.
La diferencia más clara con un empleo al uso es que no existe un contrato laboral que vincule a empleado y empleador. Por este motivo es quien presta el servicio el que debe correr con los gastos derivados, como abonar los impuestos correspondientes.
Un segundo empleo
Para quienes realizan uno de estos minijobs, sus encargos no suelen suponer, en la mayoría de los casos, su principal fuente de ingresos. El hecho de que sea el propio prestador de servicios quien corra con los gastos hace que deje de ser atractivo a gran escala.
El target de los minijobs suelen ser estudiantes y graduados. Es decir, personal cualificado que cuenta o no con un empleo principal, pero sí goza de cierta cantidad de tiempo libre. De esta forma invierten ese sobrante en conseguir un dinero extra con el que llegar a fin de mes o permitirse mejorar muy ligeramente su poder adquisitivo.