TVE acaba de estrenar la sexta temporada del concurso Masterchef, el reality de cocina para ilusos que creen que es posible ser cocinero sin haber sido lavaplatos. La comida es importante. Se habla de comida a todas horas y en todos los lados, cosa que hace unos pocos años era una ordinariez. El caso es que cada vez se come peor en las escuelas, asilos y hospitales así como en la mayoría de las casas. Eso sí, es frase hecha que en España se come muy bien. Pues vale.

El contenido de Masterchef poco tiene que ver con las habilidades propias de la preparación, cocción y presentación de los alimentos. No hay una intención de servicio, nada que enseñar. Las técnicas, los usos y la higiene son cuestiones secundarias frente al perfil psicológico de los concursantes, cuyos trazos iniciales prefiguran tramas de un sentimentalismo patológico. Una divorciada de un corredor de coches (Marc Gené) que afirma que quiere hacer algo por sí misma; una esposa que pretende demostrar que puede dirigir la cocina del restaurante que su marido acaba de comprar y en el que tiene vetado el paso; un joven periodista bocazas capaz de llamar "huevo sin sal" a Samantha Vallejo-Nágera; el novio bombero de una exconcursante de Gran Hermano; la inmigrante rusa de mediana edad cuatro veces casada, la señora de 70 en representación de la cocina del potaje y así todo el rato. Gente normal no es porque la gente normal no sale en televisión salvo que le paguen.

Entretenimiento televisivo de domingo por la noche para foodies muy frikis y otros desesperados, almas solitarias enganchadas al gastroporno

De lo visto en la emisión inaugural, Oxana, la rusa, dará juego con el chef Pepe Rodríguez, virtuoso de la sal gorda, al tiempo que en la jubilada Loli y el bello Jordi Cruz se atisba el eterno conflicto entre el ajo y el jengibre, perejil contra cilantro.

Entretenimiento televisivo de domingo por la noche para foodies muy frikis y otros desesperados, almas solitarias enganchadas al gastroporno. La principal virtud del programa es que muestra a las claras el acelerado deterioro de las habilidades culinarias. Hubo quien cortó a dados un taco de atún y pretendía haber hecho un tataki decorado con rodajas de pimiento verde crudo, también un carabinero envuelto en un tortilla a la francesa y un penoso listado de atrocidades perpetradas con alcachofas, langostinos, patatas, vieiras y carnes selectas.

Si a la televisión pública le preocupara un mínimo la salud pública, lo que debería programar es un curso de cocina, pero sencillito y muy centrado en la higiene alimentaria con consejos básicos sobre lavar, pelar, cocer, hervir, freír, estofar y almacenar de manera segura la comida. Así se evitaría que en un concurso de cocina que se supone que es casi para profesionales comparezcan personitas muy simpáticas que no saben ni freír un huevo, si bien parecen avezadas en el manejo del termostato Roner, artefacto ingeniado por Joan Roca para cocer huevos a baja temperatura. Pero no se trata de eso, sino de un Supervivientes en la cocina.