Sant Jordi. La excusa de los libros y en lunes laborable. ¿Qué puede salir bien? A mayor abundamiento, el tono amarillo, los Jordis presos, la diada más reivindicativa, solidaria y toda esa melaza de palabrería supremacista sobre las rosas y las letras frente al tipo de fiesta español de maltratar animales y pasear vírgenes. Sant Jordi, en cambio, tan refinado, sutil y romántico. Una flor y un libro sobre lo último del proceso, por ejemplo. Inmejorable día para no entrar en una librería.



Barcelona en Sant Jordi es una ciudad peor si cabe, la Calcuta del Mediterráneo, una especie de parque temático de todas las calamidades, zona catastrófica de la urbanidad, inhóspita jungla llena de gente que se cree con derecho a acosar a los viandantes para que les compren rosas marchitas decoradas con lacitos de las cuatro barras, como si la pesadez y las amenazas verduleras fueran las más sofisticadas herramientas del comercio. Es tan irracional que hasta en los colegios se da rienda suelta a los más bajos instintos del tráfico ilegal de flores, según denuncian los agremiados del ramo. 



No sabe Manuel Valls dónde se ha metido. Dado el profundo impacto que su sola mención como hipotético candidato a la alcaldía de este desastre colosal ha causado entre las fuerzas vivas de la población ha pasado a un segundo plano que el político de Horta Guinardó se ha separado y ha presentado a su nueva pareja. El miércoles declaraba en el Paris-Match: "Una página pasa tras doce bellos años de vida en común". Un tanto amanerado se refería a su relación con la violinista Anne Gravoin. El jueves, en un debate organizado por Efe en Madrid se despachaba en tono coloquial con la siguiente revelación: "Estoy viviendo con una diputada de la derecha". Olivia Gregorie, portavoz de la República en Marcha en la Asamblea, es la nueva pareja del exprimer ministro de Francia.



A los aspirantes nacionalistas y a Pisarello les ha salido la vena más paleta, el tipo de comentarios de casino sobre la presencia de forasteros en la localidad. La posibilidad de que Tabarnia se convierta en una provincia más de la centralizada Francia aterra a comunes y grauperos. Lo único que podría disipar sus pesadillas es que Olivia Gregorie se oponga al interesante proyecto de civilizar un poco Barcelona. Perseguir los abusos del ciclismo sería un primer paso.