Se queja con falsa amargura Jordi Évole de que no ha sido tentado por ninguna de las listas electorales que concurren el 21D y se compara con otros periodistas que entran en política como Jaume Barberà, penúltimo de los comunes de Colau, o Eduard Pujol, el director de RAC1 que asumirá la portavocía de la candidatura de Puigdemont, para concluir que él no es nadie porque nadie le ha ofrecido ni siquiera ir de suplente.
El Follonero no habría tenido más remedio que decir que nones a quien le hubiera ido con la vaina de la política de partido, pero no no ha sido el caso, refiere en su artículo para El Periódico. Por lo demás, les manda un abrazo a los elegidos: "¿Qué tipo de política queremos si los que deciden meterse en ese berenjenal pasan a ser sospechosos inmediatamente? Pues desde aquí toda mi admiración a los que esta vez (o en anteriores ocasiones) han decidido dar ese salto", escribe el osado reportero.
Se comenta por ahí que el conde de Godó tiene previsto aprovechar la salida de Eduard Pujol para darle un meneo a la radio privada del proceso, cosa que se antoja como mínimo tan compleja como equilibrar TV3 o acabar la plaza de las Glòries. Más raro si cabe es que Jaume Barberà, protoperiodista de la causa separata, se aliste a los comunes, pero ya en los últimos tiempos se quejaba tanto de la DUI como del 155. Lejos, muy lejos queda ya aquel programa de la seva en el que nuestro Barberà entrevistó a un pavo que sugería alquilar la defensa de la patria al Ejército Popular de la China. Concretamente se les ofrecía el puerto de Barcelona para el atraque de la Armada comunista.
A la derecha también hay periodistas. Aunque no lo parezca, Ricard Fernández Deu fue diputado autonómico del PP, como Paco Marhuenda a finales del siglo pasado, lo que en su día causó feroces críticas en el gremio por ensuciar tan noble oficio. Eran otros tiempos. Ahora, los periodistas están por todos lados y son una plaga en escaños y poltronas. Ahí está en la cumbre de la especie Carles Puigdemont, que empezó en Los Sitios de Girona y puede acabar de analista en Le Soir o Antonio Baños, el verso suelto de la CUP. El problema de la mayoría de estos casos es que la pregunta no es qué pueden hacer los periodistas metidos a políticos sino qué favores se cobran o se pagan con un poco de simbólica notoriedad o, mejor aún, con un puesto de salida. Pero en eso no entra el hombre que ha entrevistado a Maduro.