Pocas efemérides, como la del próximo día 23, pueden presumir de tanto éxito. De 2.905 caminantes en 1987, cuando el Consejo de Europa declaró la peregrinación al santuario del apóstol como Primer Itinerario Cultural, se pasará a cerrar 2017 con más de 300.000. Un aumento de nada menos que de un 10.000%, que ha convertido la ruta jacobea en prototipo de negocio turístico.

Las autoridades gallegas no ocultan su satisfacción por el récord tras récord de visitantes. Además de al millonario apoyo promocional, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, lo atribuye al “buen trato” que reciben los visitantes y a la apuesta por un “turismo tranquilo” frente a otras opciones de masas y de playa. Y por la riqueza natural, patrimonial y cultural.

El símbolo de la articulación europea, como reconoció el consejo bajo la presidencia de Marcelino Oreja, ha servido en sus 12 siglos de historia de destino religioso, eje comercial y vía de difusión del conocimiento. Treinta años después de aquel reconocimiento, los dirigentes de las 40 asociaciones españolas del Camino (o, mejor dicho, caminos) coinciden en que los peregrinos lo hacen por motivos religiosos, reto personal, interés por la cultura o por la naturaleza.

Mercantilización

Pero la ruta jacobea se ha convertido también en un gran negocio, con más de 400 albergues, públicos y privados, hoteles, tiendas y bares, abiertos especialmente en la “temporada alta”, desde Semana Santa a finales de octubre. Ha sufrido una clara mercantilización con un público cautivo similar al que pasa por aeropuertos y estaciones de tren.

Peregrinos a su llegada a Santiago de Compostela / EFE

Peregrinos a su llegada a Santiago de Compostela / EFE

Aparte de los dos euros que cobran las autoridades eclesiásticas por certificar la compostela (600.000 euros al año más donativos), el plan estratégico del Camino de Santiago de Galicia 2015-2021 cifra en 655 millones los ingresos para este periodo con un gasto medio por peregrino de 45 euros al día. Desde la agencia turística de la Xunta aseguran que el Camino, al discurrir mayoritariamente por zonas rurales “ayuda a la fijación de la población”, ya que, afirman, genera y distribuye riqueza.

También resaltan que “los flujos están diversificados”. Por el denominado Camino Francés --que une la localidad francesa de Saint Jean de Pied de Port con Santiago-- llegan el 60% de los peregrinos, un 20% usan el Camino Portugués --que parte de Tuy, la ciudad fronteriza con Portugal-- y otro 20% se reparte en otras rutas como el Camino del Norte, el Primitivo o el Inglés.

A golpe de WhatsApp y ‘selfie’

Todos invocan el famoso espíritu, que los invade desde el primer paso. Lógicamente, las 277.854 personas que el año pasado abordaron la aventura o las 259.454 contabilizadas este año nada tienen que ver con los de hace poco más de una década.

Las guías ya no destacan como hace 30 años los pueblos que tienen cabinas de teléfono. “Ahora lo primero que preguntan al llegar es si hay wifi. Es raro el que no cuenta con este servicio. Pasas por delante de un albergue, una terraza o un bar y casi todos están mirando y tecleando en la pantalla del móvil”, se queja Iago Nogueira, hospitalero de Sarria (Lugo).

Uno de los albergues del Camino de Santiago / EFE

Uno de los albergues del Camino de Santiago / EFE

Estos ayudantes altruistas apuntan como lado oscuro de las nuevas tecnologías que han espantado la búsqueda de silencios, soledades y monólogos con uno mismo. Incluso mientras se camina. “La gente se relaciona menos en los espacios comunes, ya no comparte historias y experiencias. Están más pendientes de WhatsApp, del correo electrónico, de los selfies, y de hacer y enviar fotos”, agrega.

El peregrino, un 60% extranjero y de hasta 170 nacionalidades, también se ha vuelto más exigente. Los hospitaleros destacan que el sentido humanista del camino se ha desvirtuado con la irrupción del caminante Lonely Planet. El típico joven mochilero norteamericano, centroeuropeo o australiano que viene en búsqueda de aventura y conocer gente, como lo haría por el sudeste asiático. O a comer y beber por una cantidad módica para su nivel de vida.

Muertes y seguridad

La literatura y el cine han aumentado la leyenda. Incluso echando mano de sus potenciales peligros. Muchos españoles ven inseguridad en una peregrinación a pie a Jerusalén, pero no en ésta. La Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago lleva un recuento de los fallecidos. Desde 1993 han muerto unos cien peregrinos. La mayoría de ellos por causas naturales: muertes súbitas, ataques al corazón o enfermedades terminales.

Las violentas resultan una parte minoritaria y se trata mayormente de atropellos. Los vehículos son avisados en muchos cruces del Camino mediante señales pero algunos peregrinos no hacen mucho caso o cruzan de manera temeraria. “Por muy rápidos que seamos, en el Camino vamos más despacio y portamos, además, una mochila, que nos va a impedir correr si vemos peligro al cruzar una carretera”, advierten.

El Camino de Santiago también ha avanzado para ser accesible / EFE

El Camino de Santiago también ha avanzado para ser accesible / EFE

La muerte más evitable, explican, es cruzar los Pirineos con nieve o niebla. No es seguro. Numerosos peregrinos han fallecido porque han perdido el rumbo, no tenían cobertura y se les ha hecho de noche. “Cuando os recomienden en Saint Jean Pied de Port cruzar los Pirineos por la carretera en lugar de por el Camino de Santiago, haced caso del sabio consejo”, avisan.

Peregrinación forzosa

El caminante de hoy está a años luz de la peregrinación forzosa que como pena imponían los tribunales eclesiásticos y civiles de media Europa desde la Edad Media hasta la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII.

Un riguroso artículo publicado por Confilegal explica que se graduaba la distancia y la duración de la peregrinación “expiatoria” de acuerdo con el delito cometido. Así, el Derecho Canónigo fijaba peregrinación de por vida al obispo que hubiera cometido un homicidio y por tiempo determinado a los clérigos que hubieran matado a alguien, violaran el secreto de la confesión o hurtaran cosas sagradas.

A los seglares se les imponía la peregrinación forzosa si habían robado dinero a la iglesia, cometido delitos contra sus familiares, herido a alguien, robado, “fornicado” o practicado adulterio. Si había agravantes, se añadía el uso de cadenas o se imponía la desnudez, el traje de penitente o un hábito blanco en el caso de las mujeres. La pena alcanzaba a los jueces corruptos, en especial a aquellos que se aprovechaban para comprar bienes o créditos que estaban en litigio.

En la actualidad, Bélgica aún la mantiene. Dentro del proyecto Oikoten, jóvenes condenados por delitos menores evitan ir a la cárcel si acceden a la redención definitiva de su pena peregrinando a Santiago. “No hay nada como inducir a la reflexión con una buena caminata de 1.777 kilómetros. Una experiencia que transforma a cualquiera”, ironiza Carlos Berbell, autor del trabajo.