Es joven --nunca revela su edad--, activista incansable del Colectivo Utópico de Disidencia Sexual (CUDS) y forma parte de una iniciativa de colectivización de trabajadores sexuales llamada Emputesidas. Acaba de publicar su libro Soy Puto (Cuarto Propio), lleva siete años como trabajador sexual y seguramente esperaba que la primera pregunta de este medio fuera por ahí.
- ¿Por qué te decidiste a entrar en el sector?
- Porque las opciones laborales que un sujeto como yo en Chile tiene son muy limitadas y abusivas: muchas horas de trabajo por pagas miserables. No tengo estudios universitarios, así que mucha opción tampoco tenía. Siendo pobre y activista, el dinero parece más escurridizo, entonces mi necesidad básica de trabajar --como cualquier ciudadano de clase baja-- pude desarrollarla con mejores resultados cuando me crucé con la prostitución gracias a mis huidas de la casa familiar.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Empecé a tener sexo con tipos que me ofrecían dinero por ayudarlos a cumplir ciertas fantasías. Desde ese primer cruce no he parado de cobrar por sexo, de forma autónoma y politizada.
- ¿Lo vives con total normalidad? ¿Tus familiares lo saben?
- Mi círculo cercano, así como círculos lejanos, saben que soy trabajador sexual. He sido activista desde muy chico y no he ocultado mi prostitución cuando se trata de escribir, de reflexionar, de pensarse como puto activista en un contexto chileno donde el feminismo y la disidencia sexual está agitando mucha conciencia sexual. Soy parte de esa constelación de activismos feministas, escribo sobre mi trabajo y formo parte de una lucha por la reivindicacion del trabajo sexual, a rostro descubierto.
Josecarlo Henríquez, junto a un gato / NS
- ¿Qué tipo de clientela tienes?
Tengo distintos tipos de clientes. Por ejemplo, universitarios que apoyan este activismo de puto feminista y me pagan por sexo y/o conversaciones. También padres de familia, heterosexuales profesionales de todas las edades que, de forma subterránea, cumplen fantasías sexuales conmigo. Obreros y activistas también son parte de mi cartera de clientes. Con varios de ellos he podido dialogar en la cama sobre la complicidad politica entre clientes y trabajadores sexuales para romper los estigmas que criminalizan nuestra labor. No solo quienes cobramos por sexo estamos estigmatizados por la sociedad, también quienes pagan por nuestros servicios. La clientela politizada es muy necesaria.
- ¿Qué es lo más duro de tu profesión?
- Estar totalmente desprovistos de derechos fundamentales como los laborales, de vivienda y de salud. Que nos desalojen de nuestros departamentos y no poder hacer nada porque no hay ley ni mínimos documentos que nos puedan hacer valer como trabajadores legítimos. La precarización constante y la persecución del Estado es lo más duro de esta profesión.
- ¿Y lo más fácil?
- Cuando haces lo que amas por convicción politica, por obsesión existencial, todo parece fluir de forma muy fácil. Tener sexo y politizar esta decisión se me ha hecho fácil gracias a los círculos de activismos feministas y de disidencia sexual. Y es que la vida ya se nos hace tan difícil que estas posibilidades de flujos fáciles son muy necesarias para no morir de frustraciones ni soledad.
- En España nos cuentan que hay hipocresía en torno a la prostitución: es legal pero no está regularizada. ¿Os pasa lo mismo allí?
- Acá hay un vacío legal respecto a la prostitución y solo un par de leyes que de forma indirecta atacan y criminalizan nuestra labor, como “las nociones de orden en la vía pública”, “la moral y las buenas costumbres”, las “asociaciones ilícitas”. O sea, que no solo hay una despreocupación del Estado por quienes también somos trabajadores, sino que de forma solapada se persigue y tortura a quienes decidimos cobrar por sexo.
- ¿Cuáles son los problemas principales con los que te encuentras?
- No poder acceder a una vivienda, principalmente. Hay que transar muchas cosas a la hora de querer acceder a un techo, porque como no estás reconocido como trabajador, debes jugártelas con otros tratos más subterráneos y que te hacen depender totalmente de situaciones irregulares para arrendar un departamento, por ejemplo. Yo he sido desalojado por la policía y por los tipos con quienes he hecho ciertos tratos. No hay seguridad, así que la incertidumbre es cotidiana para alguien como yo. Nunca sabes cuándo te dirán “Pa la calle, me aburrí de nuestro trato”.
El activista, prostituto y escritor Josecarlo Henríquez / NS
- Es más habitual encontrar mujeres que hombres en tu profesión. ¿Te supone eso algún problema, o al contrario?
- Hay mucho de todo. Más alla del género, otro de los problemas importantes de la prostitución es la falta de organización entre nosotros. Estamos tan satanizados que nos cuesta reivindicarnos con voz propia y a rostro descubierto; si no, el castigo social es muy hostil. Por suerte, el feminismo está siendo un espacio donde ese problema es desafiado por quienes decidimos politizar nuestro trabajo.
- ¿Es más tabú la prostitución masculina que la femenina? ¿Por qué?
- En Chile la prostitución con todas sus variantes es tabú. Nos victimizan, solo nos configuran como sujetos que lo hacemos por necesidad, como si el resto de los trabajadores del mundo no trabajaran por una necesidad básica. Una sociedad cristiana no puede tolerar que existamos personas que decidamos trabajar con nuestros genitales. Poca gente discute la explotación de obreros que cobran por explotar su cuerpo, como un panadero. Este tabú es más allá del género, porque principalmente aterra esa autodeterminación que podamos tener con nuestro cuerpo, con nuestra sexualidad, más aún cuando no es una sexualidad hetero y reproductiva.
- ¿Cómo se rompe con los tabúes?
- Para romper con el silencio y el estigma es fundamental que seamos los prostitutos y las prostitutas quienes hablemos en primera persona. Si seguimos esperando que el Estado o alguna ONG nos miren, nos moriremos de hambre.