Se les detuvo con las manos en la masa. Tras un año de instrucción judicial, los 15 miembros de la organización criminal georgiana Kanonieri Kurdi han sido juzgados y condenados a penas que oscilan entre los seis meses y los cuatro años de cárcel tras llegar a un pacto de conformidad con el Ministerio Fiscal, que les acusaba de pertenencia a organización criminal, robos con fuerza y receptación.
Según la sentencia, entre finales de abril y principios de junio de 2016, esta organización, dirigida por los delincuentes Charkaseliani Beqnul, alias Beqa, y Giorgi Zakarahvili, alias la Muerte, perpetró 17 robos en viviendas de la Comunidad de Madrid utilizando el método del resbalón o el del bumping. Se trata de dos sistemas de apertura de puerta que no dejan prácticamente rastro.
Ladrones insaciables
El resbalón consiste en deslizar una lámina de plástico en la ranura de la puerta hasta lograr desactivar la cerradura y el bumping consiste en introducir una llave maestra en la cerradura y a través de leves pero certeros golpes en la base de la llave se inhabilitan los dientes internos del mecanismo hasta lograr anularlo.
Según la sentencia, dictada por el Juzgado de lo Penal número 6 de Madrid, la banda criminal disponía de verdaderos expertos en la apertura de todo tipo de puertas.
La llave maestra
Beqa y dos de sus lugartenientes eran los especialistas de la organización. De forma rápida y limpia abrían las puertas y daban paso al resto de miembros de la banda que, en menos de dos minutos, desvalijaban el inmueble.
Así, según la policía, entre abril y junio de 2016, estos ladrones “reventaron” 17 viviendas en Madrid. Buscaban cualquier objeto de valor, especialmente aparatos de electrónica, joyería y obras de arte.
Mercado negro
La organización disponía de una red de “receptadores” que vendían esos productos en el mercado negro. Uno de esos centros de distribución se encontraba en un locutorio de la calle Santa de Madrid.
Según la sentencia, la organización criminal rendía cuentas a los máximos responsables del clan, que tenían la consideración de “juez, en tanto que dirimían las eventuales disputas entre los miembros de la banda”. Esos “capos” administraban la llamada obshak, la caja común a la que iban todos los beneficios económicos tras la venta del material robado.