El pasado día 25 de mayo, la policía detenía al gestor andorrano Joan Besolí acusado de blanqueo de capitales y pertenencia a organización criminal.
El arresto se producía al mismo tiempo que era detenido en Barcelona su amigo y socio Sandro Rosell. Ambos estaban (y están) acusados de blanquear dinero de comisiones ilegales. Pocos días antes de su detención, a Besolí le comunicaban una terrible noticia: su hijo Genís, empleado en una hípica, sufría un gravísimo accidente laboral con uno de los tractores que utilizaba en la finca donde estaba empleado.
Genís de 30 años, había sufrido una grave lesión en la espalda. Inmediatamente fue trasladado al departamento de neurocirugía del Hospital del Vall d'Hebron, donde permaneció sedado y en observación hasta que los médicos pudieran establecer el alcance de la lesión, toda vez que la médula estaba muy inflamada y resultaba imposible determinar un diagnóstico.
Fatal noticia
En esa situación familiar, Besolí fue detenido. Pero lo peor estaba por llegar: dos días después, ya en la cárcel de Soto del Real, y a través de la pantalla de metacrilato que separa los reos de las visitas, una de sus letradas le comunicó el fatal diagnóstico: la médula se había desinflamado y permitía constatar que ésta había resultado segada a la altura de las últimas vertebras. Genís iba a pasar el resto de su vida postrado en una silla de ruedas.
Cuestión de humanidad
Besolí, que tuvo inicialmente todas sus cuentas embargadas, ha pedido por vía judicial, al menos, un permiso para poder ver a su hijo, que continúa convaleciente en el hospital. De momento ese permiso no le ha sido concedido. Además, la sala de lo penal de la Audiencia Nacional acaba de resolver el mantenimiento en la cárcel de Besolí y de su amigo Rosell. Dice el tribunal que ambos pueden eludir la acción de la justicia y eliminar pruebas.
El investigado, en una de sus peticiones, implora un mínimo de humanidad por parte de la justicia.