La batalla por los cambios de orden de los apellidos parte de un intenso debate. En el año 1999 el PSOE defendió, ante el desacuerdo de los padres, el uso alfabético. Pero, en busca del consenso, aceptó dejar la decisión en manos del funcionario.
Así lo pedía el PNV, pero, arrimando el ascua a su sardina euskalduna, consideraba que debe escoger como primer apellido el menos frecuente y el que tenga más posibilidades de desaparecer, consultando las bases del INE.
Un órgano judicilal
Para las asociaciones de mujeres juristas, ni debe decidir una tercera persona, el funcionario, ni utilizarse siempre su criterio arbitrario, sino que debe hacerlo un órgano judicial tras la correspondiente vista.
ERC, por boca del combativo Joan Tardà, se mantuvo en sus trece de que el procedimiento fuera el azar. Quizá porque, con el alfabeto, apellidos como el suyo, Más, Puigdemont o Pujol perderían ante los numerosos castellanos invasores de García, Fernández o Martínez.
IU, entonces representada por Gaspar Llamazares, no era partidaria de dejarlo al azar o al abecedario, sino a la “voluntad democrática de la familia”. Suena a Podemos, que aún no existía.
Motivos del cambio
La igualdad de derechos es el principal motivo que esgrimen quienes han consensuado y cambiado el orden tradicional de apellidos. El siguiente, según un estudio de la UNED, es que la combinación entre ellos o con el nombre elegido para el bebé no suene bien.
Otros lo hacen por deseo de la madre para garantizar la continuidad y pervivencia de su apellido paterno y algunos por preferir un apellido más llamativo, famoso o menos utilizado a otro de uso más común.
“Hemos llegado a un acuerdo. El primer apellido, el suyo. Y yo elijo el nombre vasco del abuelo, Zuhaitz. De paso, quedo bien con mi suegro, que se lo merece”, cuenta Joseba Iturralde, donostiarra, casado con una madrileña.
En cualquier caso, se avecina bronca segura. Por cierto, 1.151 personas comparten en España estos apellidos por este orden. Un 6% de ellos, según el INE, viven en Barcelona.