“Negociación de la mordida, acuerdo sobre la forma de pago licitación de la obra, adjudicación”. Esta ha sido la secuencia habitual o arquetípica alrededor de la cual se han forjado, durante años, el cohecho y el tráfico de influencias vinculados con la corrupción. Esa era la fórmula. Pero los tiempos han cambiado a causa de la presión social y mediática y a la agudeza de los controles públicos menos contemporizadores que antaño. El sistema busca ahora una mayor opacidad y se ha sofisticado.
“El importe de la comisión no se acuerda ni se cobra antes. Todo ello se establece después de la concesión. De hecho, ni siquiera se establece; simplemente, tras la adjudicación, llamábamos a la puerta de los beneficiarios y pasábamos el cepillo”.
Así se ha expresado una fuente directa vinculada con la trama de supuesta corrupción alrededor del 3% que Convergència habría cobrado durante años a cambio de mercadear con obras y contratos públicos.
“Eso ya no va así”
“Veo que la Policía, la Guardia Civil y la fiscalía siguen moviéndose a partir de unos parámetros que quizá se utilizaron antes pero que ya no se llevan. Las visitas con el maletín lleno de dinero, los contubernios, las risotadas y las juergas que daban pie a posteriores contratos amañados, hace años que, desde GISA, desde Infraestructures de la Generalitat y desde los principales ayuntamientos (los que mueven los mayores presupuestos), ya no se hacen”.
Esta fuente estrechamente vinculada con algunos de los principales sumarios por corrupción en Cataluña sostiene que el sistema “se ha pervertido” para poder blindarse ante los nuevos y más efectivos controles públicos.
UTES perversas
“Lo que ahora impera, y desde hace ya un tiempo, es el sistema de utes (unión temporal de empresas), donde siguen estando todos los que, de una u otra forma, siempre han estado en la pomada. Esas utes funcionan de forma casi sistémica, un proceder que nadie cuestiona y todos asumen. Las constructoras se reparten equitativamente el pastel de la obra pública. Sin abusar unas de otras. Unas obras para mí; otras para ti. Hoy te toca a ti esta tajada, mañana me toca a mi aquella otra”.
Este sistema de utes, es decir, de conglomerados de empresas que se asocian con distinto capital y porcentaje, es el que se hace con el grueso de la obras pública en Cataluña, según esa fuente.
Todo está amañado
Prosigue: “Ya no existen ofertas muy a la baja que se puedan pastelear. Ni siquiera sirve de nada disponer de información privilegiada sobre las condiciones u ofertas de la competencia. Simplemente, por que no hay competencia. Todas las ofertas, de todas las constructoras, se mueven, ahora, en parámetros muy similares y en ofertas técnicas, incluso idénticas. No existe una empresa o dos o tres que, por encima de las otras, aporten mejores propuestas cualitativas y cuantitativas".
"No las hay porque --según estas fuente consultada--, entre ellos, se avienen a pactar y a repartirse el pastel de la obra que tienen sobre la mesa. Así, ellos, los ofertantes, los constructores, son los que concursan en una sincronizada sintonía bajo la pantomima de supuesta competición. Y la Administración se limita, en esta fase, a repartir las cartas a cada unos de los jugadores: hagan juego señores, la banca siempre gana y los jugadores nunca pierden”.
Todos saben a qué juegan
Y continúa: “Una vez concedida la obra, y siempre a posteriori y sin necesidad de pactar porcentaje o cuantía, el partido se dirige a los beneficiarios con el cepillo en la mano. Y estos, como si se tratase de un ritual inalterable y obvio, pagan en función de lo que creen que han de pagar para seguir formando parte del sistema orquestado y perfectamente acompasado en el que todos, los que dan y los que reciben, saben a qué juegan”.
Ese sistema perverso dificulta la definición del trazado de la corruptela, un comportamiento ahora convenientemente maquillado y de difícil persecución salvo que a algunos de los participantes les dé por tirar de la manta ante un juez, o un fiscal o un periodista.