En la totalidad de los casos judiciales por corrupción en los que está inmersa CDC, sus dirigentes o exdirigentes imputados no ha dudado en llamar a la puerta de la fiscalía para pedir, o, al menos, proponer un pacto que atempere las eventuales condenas.
En ese sentido, llama la atención el doble lenguaje convergente: por un lado, críticos, rozando el insulto ante una institución, la fiscalía, a la que luego acuden a mendigar un trato benévolo; por otro, instando acuerdos con ella a cambio de reconocimientos de culpa (Macià Alavedra en el caso Pretoria).
No se critica lo hecho, dicho y asumido por Alavedra mientras que se critican con vehemencia los acuerdos con idéntico reconocimiento de culpa pero que avergüenzan al partido (Millet y Motull, en el caso Palau).
Doble vara de medir
Según el propio Artur Mas, los acuerdos de la fiscalía con los antiguos mandatarios del Palau, que han reconocido la financiación de CDC y que esperan a cambio un trato indulgente por parte del fiscal, son como mínimo criticables y sugieren “una rebaja de penas escandalosa”.
Tal y como adelantó este medio, Oriol Pujol negocia con Anticorrupción dejar fuera de la causa de la ITV a su esposa a cambio de asumir la plena culpabilidad en ese caso de tráfico de influencias, incluso si ello implica su ingreso en prisión ni que sea durante unas semanas.
Tonto el último
Macià Alavedra ya ha pactado con la fiscalía. El otrora plenipotenciario consejero de Economía de la Generalitat de Pujol ha reconocido el cobro del comisiones del 4% y ha evitado, al echar la basura sobre sus compañeros comisionistas imputados, la cárcel.
Josep Manuel Bassols, amigo íntimo del president Carles Puigdemont imputado en el caso 3%, ha pedido declarar ante el juez de El Vendrell para “tocar la flauta” a la espera de que, a cambio, se le dé un trato condescendiente desde Anticorrupción.
CDC en manos del fiscal
Eso no deben de ser pactos “criticables” ni las penas pactadas “escandalosas”. Pero, según Mas, lo acordado entre Anticorrupción y Millet y Montull sí merece reproche. Doble vara de medir una realidad que no es otra que la marcada por la flagrancia criminal de unos delincuentes que se saben sin escapatoria y que, con el rabo entre las piernas, ha llamado a la puerta del temible acusador para pedir clemencia a cuenta de inmolarse, imputarse, imputar al prójimo, o, simplemente, para no ingresar en la cárcel.