“No hay riesgo. Estamos buscando dosis fuera”, salen al paso las administraciones ante el crónico desabastecimiento. Un informe de Deloitte lo atribuye sobre todo a la reducción presupuestaria y a la búsqueda de los precios más baratos por parte de las comunidades, responsables de la compra. “Prima el criterio económico frente al técnico o médico. Se está restando importancia a las vacunas y eso es algo muy peligroso”, advirtió su coordinador Gonzalo Casino.
La Asociación Española de Pediatría apunta a la “lenta maquinaria burocrática que regula las compras y la distribución en las comunidades autónomas”. Otras organizaciones denuncian que los laboratorios fabricantes se han reducido a cuatro y se comportan como un oligopolio.
Un problema global
El británico GSK y el francés Sanofi se escudan en que “se trata de un problema global de fabricación”. A veces, como en el caso de la tosferina en el 2015, ocurre que hay problemas solo con un componente, cuya producción ha sido deslocalizada a India.
Emili Esteve, directivo de Farmaindustria, advierte de que las vacunas son productos biológicos o vivos, que muchas veces se producen fuera de España y nunca se puede saber con precisión cuándo estarán disponibles. “A ello se unen –añade- los diferentes calendarios, lo que obliga a las empresas a hacer muchas variedades para surtir a muchos mercados. Si a la complejidad del producto, le sumamos la reducción de los productores…. “
Según la OMS, Unicef y Médicos sin Fronteras, 95 países denunciaron el año pasado haberse quedado sin alguna vacuna esencial como la de la tuberculosis. Estos organismos coinciden en que las compañías producen lo que pueden y venden donde les compran más caro. De hecho, algunos países pagan por sus vacunas más que otros con rentas más altas. Parece ser que España está entre los más tacaños.